Ratzinger, teólogo y Papa

(Josep M. Rovira Belloso– Profesor emérito de la Facultad de Teología de Cataluña) He leído un artículo, serio, sobre los cinco años del pontificado de Benedicto XVI, pero con un final inesperado: sabemos que en la barca de la Iglesia hay menos basura, debido a la limpieza propiciada por el Papa, pero no sabemos hacia dónde va la barca.

Quisiera contrastar esta opinión con una información sobre el pensamiento del Papa, a menudo oculta. Así, aprecio la forma profesoral del magisterio papal. No en vano, la dura crítica de Hans Küng al Papa salva las tres encíclicas como un don de Ratzinger a la Iglesia.

Hay escritos del Papa que parecen redactados de su puño y letra, son hondos, pedagógicos y programáticos. Por ejemplo, el n. 25 de Deus caritas est, sobre lo que es y lo que hace la Iglesia. Ella es el Cuerpo vivo de Cristo y su obrar no es otro que alabar a Dios (orar), celebrar la Eucaristía y los sacramentos, anunciar la buena noticia del Evangelio, y ejercer toda forma de caridad que levante a los pobres. Este pequeño y firme paradigma dibuja el ser y el actuar de la Iglesia en la sociedad y frente al Estado. Pero ella es otra cosa que un poder político, es el mensaje y la presencia espiritual de Jesucristo.

Ahora, la fuerza programática del pensamiento papal se ha proyectado en sus recientes discursos en Portugal. Los presentaré como “programa eclesial”.

1. Una previa: La ‘ortodoxia afirmativa y no excluyente’ de Ratzinger incluye el amor a la Verdad y el respeto para aprender las verdades de los demás: “Para cumplir su misión, la Iglesia debe aprender la firme adhesión al carácter perenne de la verdad, con el respeto por las otras ‘verdades’: la verdad de los demás” (Lisboa, 12 mayo 2010).

2. Otra previa. Valor del Vaticano II. “La Iglesia toma en serio y discierne, transfigura y supera las críticas que están en la base de las fuerzas que han caracterizado la modernidad, es decir, la Reforma y la Ilustración. Así, la Iglesia por sí misma acoge y recrea lo mejor de las instancias de la modernidad, por un lado superándolas y, por el otro, evitando sus errores y callejones sin salida”. El Concilio es “servicio evangélico al hombre y a la sociedad” (Lisboa, 12 mayo 2010).

3. El futuro es de las “minorías significativas” que, desde dentro, desde el corazón nuevo, caminan dando testimonio del Cristo del Evangelio: “Están llamados a formar un laicado maduro, identificado con la Iglesia, solidario con la compleja transformación del mundo. Se necesitan auténticos testigos de Jesucristo, especialmente en aquellos ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación…” (Fátima, 13 mayo 2010).

4. Junto a esta acción hacia el mundo, está la tarea de las Iglesias locales y de las comunidades impulsadas por el Espíritu: “Para ofrecer a cada fiel una iniciación cristiana exigente y fascinante, que comunique la integridad de la fe y de la espiritualidad, enraizada en el Evangelio y formadora de agentes libres en medio de la vida pública. De esta iniciación cristiana saldrán las “minorías significativas”.

5. No basta el moralismo ni las referencias generales a los valores cristianos. “Será muy difícil que la fe llegue a los corazones mediante simples disquisiciones o moralismos, y menos aún a través de genéricas referencias a los valores cristianos”. Lo decisivo es un afán auténtico de santidad.

6. La “Ortodoxia afirmativa” no supone una disciplina excluyente: “He tenido la alegría y la gracia de ver cómo, en un momento de fatiga de la Iglesia, en un momento en que se hablaba de ‘invierno de la Iglesia’, el Espíritu Santo creaba una nueva primavera, despertando en jóvenes y adultos la alegría de ser cristianos, de vivir en la Iglesia, que es el Cuerpo vivo de Cristo como adhesión libre a todo lo que encierra el misterio de Cristo.

7. La Iglesia y cada fiel encuentra su fundamento y su misión en la fe en Cristo resucitado. “Si vosotros no sois sus testigos en vuestros ambientes, ¿quién lo hará por vosotros? El cristiano es, en la Iglesia y con la Iglesia, un misionero de Cristo enviado al mundo. Ésta es la misión apremiante de toda comunidad eclesial: recibir de Dios a Cristo resucitado y ofrecerlo al mundo, para que todas las situaciones de desfallecimiento y muerte se transformen, por el Espíritu, en ocasiones de crecimiento y vida”.

He aquí su programa eclesial, como ofrecimiento sin coacción a la sociedad de la buena nueva del Evangelio de Jesucristo, acogido por la fe de los testigos.

En el nº 2.709 de Vida Nueva.

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