San Sebastián recibe con recelo a su nuevo obispo

José Ignacio Munilla sustituye a Juan María Uriarte al frente de la diócesis vasca

Munilla,-durante-la-Plenari(J. Lorenzo– Foto: Luis Medina) Los rumores (que, en realidad, comenzaron en 2006, el mismo día que se supo que el joven sacerdote José Ignacio Munilla era el nuevo obispo de Palencia) se confirmaron el pasado día 21 de noviembre al hacerse público que Benedicto XVI le nombraba ahora nuevo titular de San Sebastián, al aceptar la renuncia de Juan María Uriarte por razones de edad.

Que no se trata de un nombramiento intrascendente lo demuestra el eco mediático que generó la noticia, con despliegue informativo en los telediarios de varias cadenas de ámbito nacional. En ellos, con mayor o menor rigor, se daba cuenta de una decisión que se interpretaba como un golpe de mano para reconducir la pastoral de una diócesis a la que se ha acusado de connivencia declarada con el nacionalismo vasco. Abundaron en la misma tesis las inmediatas declaraciones de los distintos representantes políticos del País Vasco, quienes, también con mayor o menor vehemencia (no se han ahorrado calificativos, entre ellos el de “ultraconservador”), demostraron su desacuerdo con la decisión vaticana. Todos, menos los miembros del Partido Popular.

Tampoco ayudó a disipar los recelos la forma en la que el obispo dimisionario anunció a los fieles la noticia: a través de un vídeo en el que leyó un comunicado con varias alusiones al Concilio Vaticano II, entre ellas, las que recogen el deber de un obispo de favorecer la unidad o la comunión interna dentro de la diócesis que se le ha encomendado pastorear. “Nunca es fácil en ningún rincón del mundo la comunión de todos con el Obispo”, leyó Uriarte, por lo que invitó a todos a “cultivarla y expresarla, aun en medio de las dificultades, con una fe adulta impregnada de amor eclesial”.

Hay quien ha querido ver recogidas con estas palabras el desapego, cuando no abierto recelo, con el que una parte relevante de la diócesis acogerá a su nuevo pastor, un guipuzcoano vascoparlante que optó por marcharse al seminario de Toledo en vez de proseguir su formación en su tierra, al parecer por discrepancias con las orientaciones pastorales del entonces titular, José María Setién, quien finalmente le ordenaría sacerdote tras pasar un año de “integración” en el seminario de San Sebastián, como sucede también en otros lugares.

De hecho, esta revista pudo palpar la “indignación” en el mismo Obispado guipuzcoano. Hay miedo a que el cambio sirva para “ir en contra de la línea pastoral de esta Iglesia durante tantos años, que es la del Concilio Vaticano II”, se decía. En otros ámbitos sacerdotales se vaticinaba un repliegue de los curas hacia el interior de sus parroquias, una política de “brazos caídos” con menos participación en las estructuras diocesanas, algo que se le ha achacado al propio Munilla cuando ejerció el ministerio sacerdotal durante 20 años en esa diócesis. Pero también hay otros sacerdotes que añaden distintas claves de interpretación: lo mismo que una política de alianzas ha desalojado del poder al PNV, se arguye, el mismo hartazgo social, sobre todo en la relación de la Iglesia con las víctimas de ETA, propiciará una buena acogida a Munilla.

División

En todo caso, un numeroso grupo de cristianos de base ha hecho público un documento en el que muestra su “desazón” por el perfil del nuevo obispo. “Aunque nuestra confianza en la Jerarquía de la Iglesia ha sido seriamente herida, queremos seguir confiando y esperamos que el nuevo Obispo procure ser un Pastor al servicio de toda la Comunidad Cristiana de Gipuzkoa; promueva la participación y la corresponsabilidad eclesial; respete y asuma la trayectoria y orientación de nuestra Diócesis; y no se precipite en tomar decisiones que creen mayor división y desafección en una comunión ya deteriorada”, señala el texto.

El propio José Ignacio Munilla, que tomará posesión el próximo 9 de enero en la catedral del Buen Pastor, es muy consciente de que el aterrizaje será difícil. Por ello, ha invitado a que no se hagan lecturas políticas de su nombramiento y remite a superar los prejuicios “con las relaciones personales”, según dijo en rueda de prensa en Palencia, tras conocerse su nuevo destino.
En su primer mensaje a los nuevos diocesanos, además, les exhortó a que, dado que ahora se le encomienda ser “padre” de una diócesis de la que ya es “hijo”, se fortalezca “entre nosotros la condición de hermanos”.

 

FALLÓ EL “MODELO BLÁZQUEZ”

De nada han servido los viajes de Uriarte a Roma para tratar de frenar una opción que se considera negativa para la diócesis, y no tanto por lo que se dice de que Munilla es un obispo no nacionalista (el propio Uriarte ha rebajado el tono en el aspecto político en los últimos años), cuanto por la eclesiología que, aseguran las fuentes consultadas, le sustenta. De ahí vendría la insistencia de Uriarte, en su comunicado a los fieles, en citar repetidamente el Concilio Vaticano II.

Hasta el último momento, San Sebastián se aferró a la esperanza de que las gestiones realizadas al más alto nivel en Roma diesen sus frutos y se optase por una vía intermedia, lo que podríamos denominar “el modelo Blázquez”. Hay que recordar que, en su día, el hoy obispo de Bilbao fue recibido con cajas destempladas por la clase política vasca y una parte no pequeña del clero vizcaíno. Las expresiones despectivas de Xabier Arzalluz dirigiéndose al obispo abulense como
“el tal Blázquez” siguen frescas en la memoria colectiva, para desdoro del ex líder peneuvista. Con el paso del tiempo, el hoy vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española ha sabido ganarse el aprecio y el respeto de los unos y los otros. Y ese saber hacer, callado, humilde e integrador, es lo que algunos querían lograr también para San Sebastián. Ya nadie hablaba de exigencias lingüísticas
ni de paisanaje.

Por ello, en la terna de candidatos que envió el anterior nuncio, Manuel Monteiro de Castro, cuatro días antes de despedirse de España rumbo a la secretaría de la Congregación para los Obispos, había un candidato que reunía esas condiciones. Como Blázquez, castellano; como él, también templado. Una solución intermedia que se entendía menos traumática. Y con el aprecio y reconocimiento de la curia donostiarra.

Pero no pudo ser.

En el nº 2.685 de Vida Nueva.

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