Antonio Vilaplana. Del ‘logos’ al ‘Logos’

Obispo emérito de León

Antonio-Vilaplana(Jacinto Núñez Regodón) Quien fuera obispo de Plasencia y  de León, Antonio Vilaplana Molina, falleció el pasado 14 de enero, a los 83 años, en Valencia. Nacido en Alcoy, a los once años recaló en Valencia para iniciar los estudios sacerdotales. En la capital del Turia, junto con el Seminario y la Catedral, de la que fue canónigo magistral, tuvo una estrecha vinculación con el Colegio del Corpus Christi (popularmente, “El Patriarca”), la señera institución creada por san Juan de Ribera para la formación de sacerdotes, de la que era “colegial perpetuo” de hecho y no sólo por derecho. Los últimos años ha celebrado la eucaristía en el altar de aquel magnífico templo, con un cuidado especial de la homilía dominical, preparada a partir del original griego, en el caso de textos del Nuevo Testamento.

Completó sus estudios en Roma, consiguiendo el doctorado en Teología. Poseía una rica formación humanista, filosófica y teológica. Era hombre de inte- ligencia aguda y clara. Sus alumnos de la Facultad de Teología de Valencia recuerdan la profundidad con que explicaba el Misterio de la Gracia. Al reflexionar sobre un tema, su opinión resultaba poco convencional, pues siempre ofrecía una perspectiva ingeniosa y original.

Con cincuenta años, fue nombrado obispo de Plasencia, donde estuvo “once años incoados”, en su propia expresión. Durante otros quince, hasta la jubilación, fue obispo de León. La pulchra leonina, objeto especial de sus desvelos, acoge ahora sus restos mortales. En el gobierno episcopal fue discreto y prudente; celoso de la comunión eclesial y capaz de formar buenos equipos de colaboradores, con los que mantenía una relación leal y madura. En su trato con las autoridades y los agentes sociales se cuidó de mantener la libertad de la Iglesia. Los obispos españoles reconocieron su capacitación al encomendarle la presidencia de las Comisiones episcopales de Doctrina de la Fe y Patrimonio Cultural.

Hombre piadoso

Como era tímido, a veces se protegía con una especie de muralla que le hacía aparecer distante. Los que tuvimos la fortuna de atravesarla sabemos que era afectuoso y fácil para la amistad. En otras ocasiones, podía dar, por fuera, la imagen de cerebral e incluso frío, cuando, en el fondo, le estaban dominando los sentimientos y las emociones. Esta tensión se advertía, principalmente, entre su discurso teológico y su piedad personal.

Cuando lo encontré por última vez hace unos meses, me hizo algunas consideraciones de carácter filológico para explicar por qué Jesús, en el evangelio de san Juan, se presenta a sí mismo como “el pastor bello” en un texto que solemos traducir como “el buen pastor”. Al oírle, pensé: genio y figura. Él seguía en su itinerario de siempre, es decir, del logos al Logos.

En el nº 2.692 de Vida Nueva.

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