“Los rostros de los pequeños inocentes nos interpelan”

En la solemnidad de María Madre de Dios, Benedicto XVI dirige su mirada a los niños víctimas de la violencia

Misa-1-enero(Antonio Pelayo– Roma) Sí y no. La atmósfera en la Plaza y en la Basílica de San Pedro en la mañana del 1 de enero de 2010 era, de alguna manera, idéntica a la de años pasados; nada parecía haber cambiado en el templo (“la mayor discoteca de la cristiandad”, como la definió con inocente ironía un arzobispo español hace algunos años), pero profundizando la mirada era fácil constatar que en el aire flotaba todavía la inquietud que sembró en los espíritus el “incidente” de la noche de Navidad, cuando durante algunos segundos todos pensaron en la hipótesis de un atentado. Cada cosa y cada persona estaban en su sitio habitual, pero nada era igual.

Misa-1-enero-2Como era lógico esperar, los controles de acceso a la Basílica se hicieron esta vez con mayor rigor; todos los fieles se sometieron pacientemente a los detectores de metales antes de traspasar las columnas de Bernini, y los gendarmes o los guardias suizos controlaron todos y cada uno de los billetes que permitían asistir a la Eucaristía presidida por Benedicto XVI en la solemnidad de Santa María Madre de Dios, coincidente con la celebración de la XLIII Jornada Mundial de la Paz, con el tema Si quieres promover la paz, protege la creación . Quizás añadieron una mirada más directa a cada uno de los presentes con la intención de detectar a alguna persona con indicios de desequilibrio mental; cosa nada fácil, por cierto, incluso para quienes tienen como oficio garantizar la seguridad de un acto público.

Etchegaray se recupera

Ya dentro del templo, la distribución de puestos era la tradicional en esta jornada. Entre los cardenales asistentes (a cuyo frente se encontraba el decano del Colegio, cardenal Angelo Sodano) se echaba en falta la presencia de Roger Etchegaray, que se recupera de su operación de fémur tras la caída del día 24. La casi totalidad de las embajadas acreditadas ante la Santa Sede estaban representadas por sus jefes de misión (el español Francisco Vázquez no se encontraba en Roma), el primero de los cuales y decano sigue siendo el embajador de Honduras, Alejandro Valladares. Junto a ellos se sentaban el asesor de la Secretaría de Estado, Peter Brian Wells; el subsecretario para las Relaciones con los Estados, Etto­re Balestrero; y el jefe de Protocolo, Fortunatus Nwachukwu.

El Papa siguió el itinerario clásico desde la sacristía instalada al lado de la capilla de la Pietá de Miguel Ángel hasta el altar de la confesión, mientras la Capilla Sixtina entonaba el Salve Mater misericordiae. Le precedían los concelebrantes: el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone; el cardenal Renato R. Martino, presidente emérito del Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’ (el recientemente nombrado presidente, cardenal Turkson, está aún en su Ghana natal); el sustituto de la Secretaría, Fernando Filoni; el secretario para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti; y Mario Toso, secretario del citado Consejo. Como cardenales diáconos oficiaban Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, y Raffaele Farina, Bibliotecario de la Iglesia Romana.

En su introducción al rito, el Santo Padre afirmó que “la paz comienza en nuestros corazones y puede transmitirse al prójimo sólo cuando estamos reconciliados con Dios y con los hermanos”. Después de las lecturas, Ratzinger (con voz más apagada de lo normal, síntoma de cierto cansancio) pronunció la homilía, cuyo eje temático arrancaba de la ternura de la mirada del Niño Jesús a su Madre para extenderse, por contraste, a la violencia que marca los rostros de tantos niños violentados por la guerra, el hambre, las pandemias o la degradación del medioambiente.

“Desde pequeños, es importante ser educados en el respeto a los otros, aun cuando sean diferentes de nosotros. Cada vez es mas frecuente la experiencia de clases escolares compuestas por niños de varias nacionalidades, pero aun cuando esto no sucede, sus rostros son una profecía de la humanidad que estamos llamados a formar: una familia de familias y de pueblos. Cuanto más pequeños son estos niños, mayor ternura y alegría suscitan en nosotros por su inocencia y una hermandad que nos parecen evidentes: a pesar de sus diferencias, lloran y ríen del mismo modo, tienen las mismas necesidades, se comunican entre ellos espontáneamente, juegan juntos… Los rostros de los niños son como un reflejo de la visión de Dios sobre el mundo. ¿Por qué apagar, pues, sus sonrisas? ¿Por qué envenenar sus cuerpos? Por desgracia, el icono [bizantino] de la Madre de Dios de la ternura encuentra su reverso trágico en las dolorosas imágenes de tantos niños y tantas madres víctimas de la guerra y de las violencias: prófugos, refugiados, emigrantes forzosos. Rostros socavados por el hambre y las enfermedades, rostros desfigurados por el dolor y la desesperación. Los rostros de los pequeños inocentes son un llamamiento silencioso a nuestra responsabilidad: frente a sus iner­mes condiciones, caen por tierra todas las falsas justificaciones de la guerra y de la violencia. Debemos sencillamente transformarnos en proyectos de paz, deponer las armas de todo tipo y comprometernos todos juntos a construir un mundo más digno del hombre”.

Benedicto XVI reza ante la escena de la Natividad, en la Plaza  de San Pedro

Benedicto XVI reza ante la escena de la Natividad, en la Plaza de San Pedro

Glosando su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, Benedicto XVI añadió: “Podemos afirmar que el hombre es capaz de respetar a las criaturas en la medida en que lleva en su propio espíritu un sentido lleno de vida; si no, será llevado a despreciarse a sí mismo y a lo que le rodea y a no tener respeto al ambiente en que vive, la creación. Quien sabe reconocer en el cosmos los reflejos del rostro invisible del Creador está en condiciones de sentir un mayor amor por las criaturas, una mayor sensibilidad por su valor simbólico”.

Concretando un poco más su definición de la llamada “ecología humana”, subrayó: “Si el hombre se degrada, se degrada el ambiente en el que vive; si la cultura tiende hacia un nihilismo, si no teórico, práctico, la naturaleza no podrá no pagar las consecuencias. Se puede, en efecto, constatar una influencia recíproca entre el rostro del hombre y el ‘rostro’ del ambiente (…). Renuevo, por lo tanto, mi llamamiento a invertir en la educación, proponiéndose como objetivo, más allá de la necesaria transmisión de nociones técnico-científicas, una más amplia y profundizada ‘responsabilidad ecológica’, basada en el respeto del hombre y de sus derechos y deberes fundamentales. Sólo de este modo el compromiso a favor del ambiente puede convertirse verdaderamente en educación a la paz y construcción de la paz”.

No a las armas

Finalizada, sin incidentes, la Eucaristía, el Santo Padre tuvo tiempo para llegar a su estudio en el tercer piso del Palacio Apostólico y dirigirse a las decenas de miles de fieles que esperaban sus palabras en la Plaza de San Pedro. Su alocución contenía un pasaje importante: “En el primer día del año quisiera hacer una llamamiento a las conciencias de todos los que forman grupos armados de cualquier tipo. A todos y a cada uno de ellos les digo: ¡paraos, reflexionad y abandonad el camino de la violencia! Al principio, este paso podrá pareceros imposible, pero si tenéis la valentía de realizarlo, Dios os ayudará y sentiréis cómo vuelve a vuestros corazones la alegría de la paz, que tal vez hace tiempo habéis olvidado”.

Volviendo al “incidente” de la noche del 24 de diciembre, que tuvo como protagonista a la joven italo-suiza Susanna Maiolo, la Sala de Prensa de la Santa Sede informó el 3 de enero que ésta había sido visitada de forma privada por el secretario personal del Santo Padre, Georg Gänswein, en la residencia cercana a Roma donde la chica está internada en observación psiquiátrica.

“Por lo que se refiere al iter puesto en marcha por la magistratura del Estado de la Ciudad del Vaticano –añadía el P. Federico Lombardi–, seguirá su curso hasta su conclusión”. La nota vaticana respondía indirectamente a una seria de noticias y comentarios aparecidos en la prensa italiana especulando sobre un posible encuentro entre el Papa y la joven. Por el momento, los médicos la mantienen bajo sus cuidados y los jueces vaticanos consideran necesario recoger toda la documentación oportuna para acabar dictaminando – así se espera– la falta de culpabilidad por el desequilibrio de su personalidad. No se excluye que, cuando esto suceda y antes de que Maiolo regrese a su Suiza natal, pueda tener, acompañada por su familia, un encuentro privado con Benedicto XVI.

El 27 de diciembre, el Papa participó en un almuerzo organizado por Sant’Egidio con los pobres de Roma

El 27 de diciembre, el Papa participó en un almuerzo organizado por Sant’Egidio con los pobres de Roma

Por otra parte, y seguramente sin proponérselo, Benedicto XVI sigue proporcionando titulares a los periódicos. Así sucedió con las palabras pronunciadas el domingo en el Angelus desde la ventana de su estudio privado. Joseph Ratzinger comenzó deseando a todos los que les escuchaban lo mejor para el año apenas comenzado: “Los problemas no faltan en la Iglesia y en el mundo, así como también en la vida cotidiana de las familias. Pero, gracias a Dios, nuestra esperanza no se basa en improbables pronósticos y ni siquiera en las previsiones económicas, aunque éstas sean importantes. Nuestra esperanza está en Dios, no en el sentido de una religiosidad genérica o de un fatalismo amamantado por la fe. Nosotros confiamos en el Dios que en Jesucristo ha revelado de forma plena y definitiva su voluntad de estar con el hombre, de compartir su historia, para guiarnos a todos a su Reino de amor y de vida”.

Supersticiones

Las otras frases del texto corrían después por las pautas habituales, pero ya en las primeras reseñas de los periódicos italianos on line y en los telediarios se daba por hecho que los “improbables pronósticos” eran una clara alusión pontificia al mundillo de los adivinos, magos, astrólogos y adictos a los horóscopos y todo tipo de supersticiones tan frecuentes en cada inicio de año. Lo que ya era más difícil de imaginar es que el propio ministro italiano de Economía, Giulio Tremonti, compartiese esta advertencia papal: “Es una superstición querer prever el futuro de las cosas humanas, de la política y de la economía, porque todo esto depende del hombre”.

“El 2010 –había dicho Benedicto XVI– será más o menos ‘bueno’ en la medida en que cada uno, según sus propias responsabilidades, sepa colaborar con la gracia de Dios”.

Con otras palabras, Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, escribía en su editorial del Avvenire del 2 de enero: “Para ser verdaderamente hombre o mujer hay que cultivar siempre un sueño, un proyecto, una fe, no resignándose a la banalidad, a la fealdad, a la grisura, a la supervivencia”.

 

FALLECEN EL CARDENAL IRLANDÉS DALY Y EL JAPONÉS SHIRAYANAGI

C. B. Daly

C. B. Daly

P. S. Shirayanagi

P. S. Shirayanagi

A caballo entre 2009 y 2010 han fallecido dos miembros del Colegio cardenalicio: el arzobispo emérito de Tokio, cardenal Peter Seiichi Shirayanagi, de 81 años, y el arzobispo emérito de Armagh y primado de Irlanda, cardenal Cahal Brendan Daly, de 92. Ninguno de los dos era ya cardenal elector, pero ambos fueron figuras muy señeras en la historia de sus respectivas Iglesias y países. Del cardenal Daly –que había renunciado al gobierno de la Archidiócesis primada de Armagh en 1996–, los irlandeses no olvidarán su apasionada contribución para detener las espirales de violencia que sacudieron su país y llegar a una paz basada sobre todo en la mutua reconciliación y en el recíproco perdón de protestantes y católicos. Dios le concedió ver realizados algunos de sus más férvidos deseos en este campo, pero no le ahorró la tristeza de asistir a los escándalos de la pedofilia de un sector minoritario del clero que han minado su prestigio entre las gentes.

Por otro lado, los jesuitas de Tokio, en cuya casa vivió los últimos años de su vida, son los que mejor podrán hablar del temple del cardenal Shirayanagi, a quien –como reconoce el Papa en su telegrama de pésame a su sucesor, el actual arzobispo Okada– se le debe en buena parte el prestigio del catolicismo en su país. Fue un pastor comprometido con las tareas de la justicia y la paz y defensor de los desheredados de toda suerte, de forma muy especial los refugiados. También defendió con tesón ante la Curia romana la “especificidad” del catolicismo japonés y en general asiático, sin ser siempre comprendido. Esto no le hizo perder nunca su entusiasmo ni su oriental sentido del humor.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.690 de Vida Nueva.

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