Una dura Semana Santa de asedio al Papa

Mientras continúan los ataques a Benedicto XVI por los escándalos de pederastia, la Iglesia multiplica los mensajes de apoyo

(Antonio Pelayo– Roma) La Semana Santa de 2010 quedará en la memoria de Joseph Ratzinger como una de las más duras de cuantas ha vivido hasta ahora. Han sido siete días de asedio, de pruebas, de injusticias, de algunas traiciones, de ingratitud, de soledad. Una auténtica Pasión que el Papa ha vivido con serenidad, sin descomponerse. Durante todas las ceremonias que ha presidido entre el 28 de marzo y el 4 de abril (diez en total) su expresión era grave, como la de una persona abrumada por la pena; sus sonrisas apenas esbozadas demostraban sus esfuerzos por superar la pesadumbre y el dolor. No le será fácil pasar esta página. Pero Benedicto XVI no ha estado ni estará solo en esta hora de prueba.

Abrazo con el cardenal Sodano

 

Con un gesto inusual y feliz que le honra, se lo dijo, antes de que comenzara la Misa del Domingo de Pascua, el decano del Colegio Cardenalicio. “La Iglesia está con Usted –afirmó el cardenal Angelo Sodano–, están con Usted los cardenales, sus colaboradores en la Curia romana. Con Usted están sus hermanos los Obispos esparcidos por el mundo. Están especialmente con Usted los 400.000 sacerdotes que sirven generosamente al Pueblo de Dios. Padre Santo, está con Usted el Pueblo de Dios, que no se deja impresionar por las habladurías del momento, por las pruebas que de vez en cuando golpean a la comunidad de los creyentes”.

Mensaje ‘Urbi et Orbi’

Estas palabras fueron como un rayo de sol y de calor en una mañana climáticamente áspera con lluvia racheada que no dejó de caer durante toda la Eucaristía. Sólo durante el Mensaje Pascual Urbi et Orbi el cielo pareció calmarse. El de este año es un texto más breve y arranca –como ya nos ha acostumbrado este papa teólogo– desde las raíces bíblicas: el himno que cantaron los israelitas después del paso del Mar Rojo y que transcribe el Libro del Éxodo: “Cantaré al Señor, sublime es su victoria”.

“El Evangelio –subrayó el Pontífice– nos ha revelado el cumplimiento de las antiguas profecías: Jesucristo con su muerte y resurrección ha liberado al hombre de aquella esclavitud radical que es el pecado abriéndole el camino hacia la verdadera Tierra Prometida, el Reino de Dios, Reino universal de justicia, de amor y de paz. Este ‘éxodo’ se cumple ante todo dentro del hombre mismo… pero el ‘éxodo’ espiritual es fuente de una liberación integral, capaz de renovar cualquier dimensión humana, personal y social”.

“La Iglesia –dijo después– es el pueblo del éxodo porque constantemente vive el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora siempre y en todas partes. También hoy la humanidad necesita un ‘éxodo’ que consista no sólo en retoques superficiales, sino en una conversión espiritual y moral. Necesita la salvación del Evangelio para salir de una crisis profunda y que, por consiguiente, pide cambios profundos, comenzando por las conciencias”.

El Papa aplicó el término de “éxodo” a diversas zonas de la tierra, como Oriente Medio, para que “los pueblos lleven a cabo un ‘éxodo’ verdadero y definitivo de la guerra y la violencia a la paz y la concordia”. A renglón seguido, pidió para los “países latinoamericanos que sufren un peligroso recrudecimiento de los crímenes relacionados con el narcotráfico, la victoria de la convivencia pacífica y el respeto del bien común”. A Haití y Chile, devastadas por sendos terremotos, les deseó que se “lleve a cabo el ‘éxodo’ del luto y la desesperación a una nueva esperanza con la ayuda de la solidaridad internacional”. De África destacó la necesidad de paz y reconciliación, “imprescindibles para el desarrollo” en R.D. del Congo, Guinea y Nigeria. También tuvo palabras de apoyo para “los cristianos que, como en Pakistán, sufren persecución e incluso la muerte por su fe”.

“Que la Pascua de Cristo –fue uno de sus últimos deseos– traiga luz y fortaleza a los responsables de todas las Naciones para que la actividad económica y financiera se rija finalmente por criterios de verdad, de justicia y de ayuda fraterna. Que la potencia salvadora de la resurrección de Cristo colme a toda la humanidad para que, superando las múltiples y trágicas expresiones de una ‘cultura de la muerte’ que se va difundiendo, pueda construir un futuro de amor y de verdad, en el que toda vida humana sea respetada y acogida”.

El Papa proclama su Mensaje Pascual a la multitud reunida en San Pedro

 

“La Pascua –concluyó– no actúa de forma mágica. De la misma manera que el pueblo judío se encontró con el desierto más allá del Mar Rojo, así también la Iglesia después de la Resurrección se encuentra con los gozos y esperanzas, los dolores y angustias de la historia. Y , sin embargo, esa historia ha cambiado, ha sido marcada por una alianza nueva y eterna , está realmente abierta al futuro”.

El Papa dirigió después sus saludos pascuales en 65 lenguas diferentes (dos más que el año anterior) a casi todas las naciones, que seguían la transmisión a través de más de cien cadenas nacionales e internacionales de televisión. Flanqueado por los cardenales Agostino Cacciavillan y Angelo Comastri, impartió la bendición apostólica a la multitud, que no había desertado a pesar de la lluvia.

Este año resultó muy sugestiva la Vigilia Pascual, anticipada una hora para no sobrecargar la agenda papal y que comenzó con el Lucernario en el atrio de la Basílica vaticana a las 21:00 h. del sábado 3. En el curso de la misma, recibieron las aguas bautismales seis catecúmenos: cuatro mujeres (dos albanesas, una somalí y otra sudanesa), un adulto japonés y un muchacho ruso de origen italiano que recibió de Benedicto XVI especiales signos de afecto.

La “madre de todas las vigilias” (san Agustín) inspiró al Papa una original homilía iniciada con una cita del apócrifo La Vida de Adán y Eva, donde se refleja la aflicción del hombre ante el destino de enfermedad, dolor y muerte que se le ha impuesto.

El Vía Crucis se desarrolló, como es habitual, en el Coliseo romano

 

Creo que vale la pena recoger un entero aunque extenso párrafo de la misma. “También la ciencia médica actual –dijo Ratzinger, que está a punto de cumplir los 83 años– está tratando, si no de evitar propiamente la muerte, sí de eliminar el mayor número posible de sus causas, de posponerla cada vez más, de ofrecer una vida cada vez mejor y más longeva. Pero reflexionemos un momento: ¿qué ocurriría realmente si se lograra tal vez no evitar la muerte, pero sí retrasarla indefinidamente y alcanzar una edad de varios cientos de años? ¿Sería bueno esto? La humanidad envejecería de manera extraordinaria y ya no habría espacio para la juventud. Se apagaría la capacidad de innovación, y una vida interminable, en vez de un paraíso, sería más bien una condena. La verdadera hierba medicinal contra la muerte debería ser diversa. No debería llevar sólo a prolongar indefinidamente esta vida actual. Debería más bien transformar nuestra vida desde dentro. Crear en nosotros una nueva vida, verdaderamente capaz de eternidad, transformarnos de tal manera que no se acabara con la muerte, sino que comenzara en plenitud sólo con ella. Lo nuevo y lo emocionante del mensaje cristiano, del Evangelio de Jesucristo, era, y lo es aún, esto que se nos dice: sí, esta hierba medicinal contra la muerte, este fármaco de inmortalidad existe. Se ha encontrado, es accesible. Esta medicina se nos da en el Bautismo. Una nueva vida comienza en nosotros, una nueva vida que madura en la fe y que no es truncada con la muerte de la antigua vida, sino que sólo entonces sale plenamente a la luz”.

“Sí –recalcó un poco más adelante–, la hierba medicinal contra la muerte existe. Cristo es el árbol de la vida hecho accesible. Si nos atenemos a Él , entonces estamos en la vida. Por eso cantaremos en esta noche de la resurrección, de todo corazón, el aleluya, el canto de la alegría que no precisa palabras. No se puede ordenar la alegría. Sólo se la puede dar. El Señor resucitado nos da la alegría: la verdadera vida”.

Celebración del Viernes Santo en la Basílica vaticana

 

Las medidas de seguridad fueron este año más severas de lo habitual, sobre todo en el Vía Crucis, que tuvo lugar en el Coliseo de Roma la noche del Viernes Santo. Benedicto XVI no participó en la procesión de las catorce estaciones y siguió el recorrido desde una plataforma fija situada en el Palatino, mientras toda la zona adyacente era controlada por agentes especiales y tiradores de élite.

Las meditaciones de este año fueron escritas por el cardenal Camillo Ruini, que fue vicario de Juan Pablo II para la Diócesis de Roma y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana. Las ha habido mejores, sin duda. La Cruz fue llevada en la primera y última estación por el cardenal Agostino Vallini, actual vicario; y las restantes, por fieles de la Diócesis de Roma, de Irak, Congo, Haití, Vietnam y por dos franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.

El ‘incidente’ de Cantalamessa

En años anteriores, la celebración de la Pasión del Señor pasaba casi desapercibida para la opinión pública. No ha sucedido así este año por un “incidente” provocado por la homilía que, en el curso del que en otros tiempos se llamaba “oficio de tinieblas”, pronunció el capuchino Raniero Cantalamessa.

El capuchino Raniero Cantalamessa

 

En este oficio singular el Papa no predica; lo hace, en su lugar, el predicador de la Casa Pontificia. Desde hace 30 años desempeña esta función un capuchino italiano, profesor en su día de Exégesis del Nuevo Testamento en la Universidad Católica de Milán, autor de numerosos libros y afortunado presentador de programas religiosos en televisión. El P. Cantalamessa optó este año por una orientación más actual de su homilía y, sin querer entrar en el tema de los escándalos de pederastia del clero católico, citó la carta de un amigo judío. “Nuestros hermanos judíos –dijo el religioso– saben por experiencia lo que significa ser víctimas de la violencia colectiva y por eso están dispuestos a reconocer sus síntomas cuando ésos se reproducen. He recibido una carta estos días de un amigo judío, y con su permiso la doy a conocer. ‘Estoy siguiendo –me dice– con disgusto el ataque violento y concéntrico contra la Iglesia, el Papa y sus fieles desde todo el mundo. Deseo expresar, como judío, mi solidaridad al Papa por estos ataques, que recuerdan los más vergonzosos aspectos del antisemitisismo’”.

Para este amigo, el parangón entre el antisemitismo y la actual campaña contra el Papa y la Iglesia serían el uso de los estereotipos y el fácil paso de la responsabilidad personal a la colectiva.

Apenas los medios transmitieron estas palabras, se desencadenó una avalancha de protestas por parte de representantes de la comunidad judía mundial y de los más importantes periódicos israelíes. El director de la Sala de Prensa vaticana tuvo que salir inmediatamente a la palestra para declarar que las palabras del P. Cantalamessa no eran en absoluto una “declaración oficial”. “Unir los ataques al Papa por el escándalo de la pedofilia con el antisemitismo no es la línea seguida por la Santa Sede”, aclaró el P. Lombardi, que añadió: “El predicador no ha hecho una comparación entre el antisemitismo y los ataques al Papa por la pedofilia. Ha querido sólo hacer pública la solidaridad al Pontífice hecha por un judío a la luz de la particular experiencia de dolor sufrida por su pueblo”.

En el Corriere della Sera, el P. Cantalamessa intentó quitar hierro a sus palabras: “El Papa no sólo no ha inspirado, sino que, como todos los demás, ha escuchado por primera vez mis palabras durante la liturgia en San Pedro. Nunca nadie en el Vaticano ha pretendido leer previamente el texto de mis predicaciones”. Y aseguró: “Si, contra mis intenciones, he herido las sensibilidades de los judíos o de las víctimas de la pedofilia, lo siento profundamente y pido perdón”.

Algunas reacciones judías fueron muy duras, calificando de “obscenas” o de “pura locura” las palabras del predicador. Otras, como la del portavoz del Comité Judío Americano, se acercaban más a la realidad, calificándolas de “un uso desafortunado del lenguaje”. Yo hago mía esta reflexión de Vittorio Messori: “Los hombres de Iglesia, habituados a discursos complejos y articulados, no se dan cuenta de la necesidad de síntesis de los medios, que son a veces brutales y a veces deformantes. Educados, además, en la lealtad, confían en la del ‘mundo’, en cuyos umbrales les esperan no pocos para hacer daño a una Iglesia a la que consideran adversaria”.

La Semana Santa tuvo un inicio gozoso el Domingo de Ramos, que coincidió con el 25º aniversario de la puesta en marcha, por iniciativa de Juan Pablo II, de la JMJ. Su sucesor evocó esta efeméride renovando el llamamiento a las jóvenes generaciones a “dar testimonio con la fuerza humilde y luminosa de la verdad, para que a los hombres y mujeres del tercer milenio no les falte el auténtico modelo: Jesucristo”.

EMOTIVO QUINTO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JUAN PABLO II


El quinto aniversario de la muerte de Karol Wojtyla fue celebrado el lunes 29 de marzo (en vez del 2 de abril, festividad del Viernes Santo) con una solemne “capilla papal” presidida por Benedicto XVI, a la que asistieron 32 cardenales (entre ellos, su sucesor en la Archidiócesis de Cracovia, Stanislaw Dziwisz, durante decenios su secretario particular) y numerosos fieles. Se hizo notar, sin embargo, la ausencia de representantes del Gobierno polaco.

“Quien ha tenido la alegría de conocerle y frecuentarle, ha podido tocar con sus propias manos –dijo el Santo Padre– qué viva era en él la certeza de ‘contemplar la bondad del Señor en la tierra de los vivos’; certeza que le ha acompañado en el curso de su existencia y que, de modo particular, se manifestó durante la última etapa de su peregrinar en esta tierra: su progresiva debilidad física, efectivamente, no ha afectado para nada su fe de roca, su luminosa esperanza, su ferviente caridad. Se ha dejado consumir por Cristo, por la Iglesia, por el mundo entero: el suyo ha sido un sufrimiento vivido hasta el final por amor y con amor”.

En otro momento, siempre refiriéndose a su antecesor, cuyas trazas él mismo sigue, dijo: “Durante su largo Pontificado, se prodigó en proclamar el derecho con firmeza, sin debilidades ni titubeos, sobre todo cuando tenía que enfrentarse a resistencias, hostilidades y rechazos”. Muchos han visto en esta descripción un autorretrato de Benedicto XVI, y no seré yo quien lo niegue.

apelayo@vidanueva.es

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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