Alexis II: servidor del Evangelio de Cristo

(Pedro Langa Aguilar, OSA- teólogo y ecumenista) La muerte de Alexis II, decimoquinto Patriarca de Moscú y todas las Rusias, en la madrugada moscovita de Peredelkino el 5 de diciembre de 2008, representa un punto de inflexión en las relaciones ecuménicas, sobre todo de Moscú, Roma y Constantinopla, aparte problemas ahora difíciles de prever. En el telegrama cursado al Santo Sínodo esa mañana, Benedicto XVI reconocía el compromiso común en el camino de la comprensión y la colaboración recíprocas entre ortodoxos y católicos, así como los esfuerzos del difunto en pro del renacimiento de la Iglesia, después de la dura opresión ideológica que causó el martirio de tantos testigos de la fe cristiana. Destacaba también la batalla en defensa de los valores humanos y evangélicos librada sobre todo en el continente europeo por este servidor del Evangelio de Cristo

El cardenal Walter Kasper, que tantas veces estuvo con él, manifestaba que su liderazgo hizo posible que la Iglesia ortodoxa rusa afrontase los momentos de transición desde la era soviética hasta el presente con vitalidad interior renovada. Y añadía este matiz: “Nunca se ha dudado de su compromiso personal por mejorar las relaciones con la Iglesia católica, a pesar de las dificultades y tensiones que surgieron en algunos momentos”.

Dejando ahora de lado las habladurías sobre su antigua pertenencia al KGB, lo que de momento importa saber es que Alexis II ha sido el primer patriarca posterior al sergianismo y a la era de la Guerra Fría. Como contrapeso, hubo de afrontar a cuerpo limpio los múltiples obstáculos surgidos a raíz del desplome de la URSS, desde la invasión de las sectas hasta los demonios familiares entre su Iglesia y algunas ortodoxas -Patriarcado Ecuménico a raíz del caso estonio, por ejemplo-, pasando por los que a su juicio, errado a mi entender, consideraba peligros católicos de proselitismo y uniatismo.

A él correspondió potenciar la formación intelectual del clero ruso-ortodoxo. A él, las masivas canonizaciones de mártires de la URSS, comprendidos el zar Nicolás II y su familia. A él, las relaciones entre mandatarios del Régimen soviético (Gorbachov)-Federación Rusa (Yeltsin-Putin) y la Iglesia ortodoxa rusa, que fructificaron en la restauración y devolución de numerosos templos por parte del Estado y en la puntual asistencia del mandatario Putin a solemnes ceremonias de la liturgia bizantina. A él, la creciente catequesis de ilustres metropolitas por los medios audiovisuales. A él, restablecer la comunión entre su Iglesia y la ortodoxa ruso-cismática de Nueva York, en una fastuosa ceremonia televisada en la Catedral de Cristo Salvador, de Moscú, junto al Kremlin, donde más de 50.000 personas le acaban de dar el último adiós. A él, en fin, haber acercado su Iglesia a los grandes foros internacionales tanto de la política como del ecumenismo, primero con el metropolita Kiril, su delfín, a quien muchos apuntan como sucesor -de hecho ha sido ya elegido locum tenens-, y él mismo luego en los viajes patriarcales fuera de Rusia, de modo especial Estrasburgo y París en 2007.

Gestos cordiales

Con la Iglesia católica quedará como asignatura pendiente la tantas veces ansiada entrevista con Juan Pablo II y ahora con Benedicto XVI. Pero su rotunda negativa a ceder en lo del uniatismo y el proselitismo, radicalizada cuando en 2002 Roma creó nuevas diócesis católicas en territorio ruso -de ahí su oposición al viaje papal a Rusia-, empezó a cambiar en el último lustro.

En el pontificado wojtyliano lo prueba la solemne entrega -lo llevó Kasper- del icono de la Virgen de Kazán, y en el de Benedicto XVI una serie de cordiales gestos, como su felicitación por el nombramiento de monseñor Pezzi, su amistad con el Nuncio, Antonio Mennini, y las últimas visitas cardenalicias de Kasper (repetidas veces), Tettamanzi, Sepe y Vingt-Trois, éste último a invitación suya. Sí, la visita a París, su almuerzo con la Conferencia Episcopal de Francia y la recepción de monseñor Vingt-Trois en Notre Dame dejaron honda huella en su corazón.

Esperemos del sucesor que avance por esta buena senda del ahora fallecido, la del ecumenismo de koinonía. “No será Nikodim“, me avanzaba en Leningrado un 26 de julio de 1990 el P. Boris, profesor de catequesis y vicario del Culto en la iglesia de la Gran Laura. De acuerdo. Pero tampoco el débil y condescendiente Pimen, su antecesor, en tiempos de Breznev. “Nos deja como testamento el deber de aspirar a la unidad”, ha dicho Kiril delante de sus restos, para concluir: “Fue el símbolo de la unidad de la Iglesia ortodoxa rusa”.

En el nº 2.640 de Vida Nueva.

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