José Manuel Velasco: “La Escuela Católica en América es discriminada en casi todos los países”

Presidente de la Confederación Interamericana de Educación Católica (CIEC)

(Texto y fotos: Miguel Ángel Malavia) Pocas personas conocen mejor la Escuela Católica en América Latina que José Manuel Velasco. Este religioso mexicano, hermano de La Salle, ha pasado décadas entre libros y alumnos. Como directivo, desde la azotea que permite definir la acción, ha dirigido la Federación mexicana y ahora preside la Confederación Interamericana de Educación Católica (CIEC). Desde allí promueve una iniciativa que pretende impulsar, ni más ni menos, un nuevo mundo.

Desde la CIEC apuestan por un Proyecto Educativo Pastoral que constituya un “nuevo modelo de sociedad para todo el continente”. Para conseguir tan ambiciosa intención, estudian “las diversas situaciones de América en sus dimensiones política, social, económica, cultural, ecológica, eclesial y educativa”. ¿Cómo concretan ese análisis?

El Proyecto tuvo su origen entre 1998 y 2002. Entonces, cada federación nacional trabajaba durante el año en analizar la situación de una de esas realidades en su país. Cada año analizaba una diferente, y así en todos los países. Luego, en nuestro encuentro anual, realizábamos una síntesis con todas las conclusiones. Con ello, buscamos un modelo adaptable a cada país, a cada ámbito concreto, a cada escuela.

Al final de la etapa de análisis, logramos una panorámica general del continente; inexacta, pero en la que apreciamos la presencia de constantes en todas las naciones, como la esclavitud de algunos jóvenes respecto a la droga, el trabajo o el placer.

Y esos “graves riesgos” fueron los que les movieron a actuar…

Fue entonces cuando concretamos el Proyecto. Comprobamos cómo hay muchos jóvenes que, si son esclavos de la droga o el dinero, es porque buscan satisfacer un deseo de felicidad inmediato. En la Escuela Católica somos también responsables de ese intento fallido, porque no les hemos hecho ver dónde está la verdadera felicidad del hombre, aquélla que le va a acompañar siempre.

Este mismo análisis nos llevó a conocer otros problemas, como la pobreza y la discriminación social. Y, asimismo, también comprobamos cómo la propia Escuela Católica es discriminada en casi todos los países por algunos Gobiernos, que pretenden difundir la imagen de que somos un modelo educativo elitista, para ricos. A veces, con un asomo de verdad; y otras, injustamente.

Amenazas de supresión

¿Se sienten incomprendidos por algún Gobierno en especial?

En Venezuela, la Escuela Católica está seriamente amenazada. Pero ahí, la respuesta ha sido de tal fortaleza y unidad por nuestra parte que han conseguido que generemos un esfuerzo gigantesco en torno al Proyecto. Los obispos se han sumado a él con claridad. En definitiva, la persecución ha producido lo contrario a lo pretendido. Algo parecido sucede en Costa Rica o Belice, donde se ha abogado por la supresión de la Escuela Católica: ante la amenaza, ha vuelto a resurgir con fuerza. En Belice, hasta las escuelas protestantes defendieron a las católicas y se están sumando a la necesidad del Proyecto.

Eso es ecumenismo…

Nos une la fe en Jesús y la sed de justicia y de verdad. Eso lo quieren todas las Iglesias. Cuando hablamos del bien para todos, todos estamos en el mismo barco. Y, además, creo que está pasando en todos los países, sintiendo las Iglesias la necesidad de tener un proyecto educativo claro.

La CIEC propone “un nuevo modo de ser persona, de ser sociedad, de ser Iglesia”. ¿Qué rasgos definirían ese modelo?

Un nuevo modelo de ser persona sería el de alguien abierto a los demás, dejando atrás el egoísmo. Un nuevo modelo de ser sociedad sería aquélla que buscara el bien de todos, en la que todos trabajaran por todos. Y un nuevo modelo de ser Iglesia sería aquél en el que rigiera el mandamiento del amor y en el que nos ocupemos del prójimo. Así es como, poco a poco, surge un hombre nuevo, que busca el bien de todos. Debemos esforzarnos por que los que tengan más puedan ayudar más, y menos los que tengan menos. No se trata de conseguir una sociedad igualitaria, pero sí equitativa y solidaria. Cuando la Escuela Católica hace este esfuerzo y contagia a profesores, padres, alumnos…, contagia a todo su entorno, trabajando cada vez más personas y grupos en este sentido. Si son dos o tres escuelas, se nota. Y si son 10.000 o todo un continente, se nota mucho más.

¿Qué balance hacen respecto a la aplicación del Proyecto?

En Ecuador, Perú, México y Chile se está trabajando en concretar las conclusiones a su propio ámbito. En Haití, el Proyecto Educativo se lanzó en 2008, contando con el apoyo de todos los obispos y de todos los centros católicos. Supuso el inicio de un gran cambio. Ahora, pese a la desgracia del terremoto, creo que también van a aportar mucho, pues no parten de cero.

Otro de sus objetivos es la integración de la Escuela Católica en el ámbito de las familias y las parroquias…

La familia siempre ha sido débil en América Latina. Hoy, el 50% de las familias están en riesgo, amenazadas por el medio ambiente que las rodea: abortos, divorcio, infidelidad. Por eso tratamos de fortalecer los matrimonios, invitándolos a que se sienten a dialogar en la propia escuela de sus hijos. Nuestras asociaciones de padres organizan encuentros e invitan a las familias nuevas. Se trata de que aborden los posibles conflictos y busquen soluciones. Muchos lo han hecho.

En cuanto a las parroquias, los párrocos deben ir más allá de las visitas a la escuela y descubrir que en ella tiene colaboradores que le pueden ayudar: niños para participar en la misa; padres para dar charlas a matrimonios; profesores para impartir catequesis… Los sacerdotes deben asumir obligaciones con la escuela, y al revés. Con este actuar, muchas parroquias han cambiado, siendo más juveniles, participativas y dinámicas. Así se configura el necesario trinomio escuela-familia-parroquia.

Concienciar sobre la injusticia

Su lema es: “Evangelizamos educando y educamos evangelizando”. Pero, ¿cómo se lleva a cabo esta misión en el día a día?

Hay muchas formas. Por ejemplo, en un dictado, no es lo mismo escribir “yo amo a mi mamá”, que “mi mamá ama a Dios”. También criticamos la sociedad de consumo. En Matemáticas hacemos cálculos sobre el salario mínimo o lo que falta para llegar a fin de mes… Buscamos concienciar sobre la injusticia, como los marxistas. Pero, a diferencia de ellos, con el fin de convertirnos al Reino, apostando por la solidaridad y la defensa de los pobres.

¿Cómo integran en sus centros a los chicos con menos medios?

Durante muchos años, pobres y ricos estaban separados, teniendo turnos diferentes. Hoy, todos están juntos, teniendo las mismas posibilidades. Lo mismo sucede con los niños con enfermedades. Con la integración, todos ganan, y hasta los propios niños y padres que antes recelaban de ella la ven como un regalo. He visto grupos con seis chicos con síndrome de Down terminando el Bachillerato, ayudados por el resto de la clase. Y sus compañeros estaban más felices por estos chavales que por ellos mismos. En cuanto a los más pobres, aparte de que reciben becas y ayudas, los padres con una posición más acomodada saben que pagan un sobreprecio en la matrícula que va destinado a pagar las de los que cuentan con menos recursos. Eso sucede de un modo explícito y lo hacen porque quieren. Lo mejor es que este trabajo convierte interiormente a las familias.

En el nº 2.711 de Vida Nueva.

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