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¿Por qué hay que ir a la iglesia?


Un libro de Timothy Radcliffe (Desclée de Brouwer, 2009). La recensión es de José María Arnaiz.

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¿Por qué hay que ir a la iglesia? El drama de la Eucaristía

Autor: Timothy Radcliffe

Editorial: Desclée de Brouwer

Ciudad: Bilbao

Páginas: 328


(José María Arnaiz) El autor parte de una constatación: para muchas personas, el hecho de ir a la iglesia les resulta aburrido e infructuoso. Por ello, se hacen reticentes a participar en la Eucaristía, y esto puede incluso llevarles a querer quedarse en la cama los domingos y no acudir al templo. Y le puede ocurrir hasta a un obispo, como se nos recuerda en la presentación de este libro (p. 13). Son muchos, por tanto, los que no llegan a ver por qué hay que ir a la iglesia, de dónde viene ese deber o esa necesidad.

Como confirman las encuestas, un elevado porcentaje de personas en Occidente creen en Dios, pero su asistencia a la Eucaristía está cayendo en picado. ¿Será porque, como se afirma en estas páginas, a la gente le interesa más la espiritualidad que la religión “institucional”? Algunos van más lejos, y llegan a sostener que asistir a estas celebraciones aleja de Dios. Por lo mismo, optan por creer sin pertenecer.

Frente a esta realidad, Timothy Radcliffe acepta el inmenso desafío de responder con palabras verdaderas y razones consistentes a la necesidad de ir a la iglesia y vivir el drama de la Eucaristía. El que fuera Maestro General de los Dominicos demuestra que la celebración del misterio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo puede tocar nuestra humanidad y hacernos libres para ser enviados a anunciar la sanación y la alegría a la totalidad de la creación. En la Eucaristía, Dios mismo actúa para salvarnos, aunque no se viva con la sensación de ser un “acontecimiento prodigioso”.

¿Logra el religioso británico convencer al lector? Él mismo reconoce que la mayoría de las veces, cuando nos reunimos en torno al altar, no parece suceder gran cosa. En la sensibilidad actual cuenta mucho tener experiencias hermosas, emotivas y estéticas, donde pase algo. Sin embargo, la Eucaristía es una experiencia emocional, pero de carácter discreto, que actúa a un nivel profundo; corresponde a la labor silenciosa y subterránea de Dios que tiene lugar en el centro de nuestra condición humana.

Por ello, Radcliffe trata de poner de manifiesto que el drama de la Eucaristía es el drama fundamental de la vida, porque nos ejercita en la fe, la esperanza y el amor. En el primer acto del drama de la Eucaristía, nos ejercitamos en la fe preparándonos a escuchar la Palabra de Dios; la fe ya confesada nos conduce a la esperanza, y se nos da esperanza en la Plegaria Eucarística; en el último acto, nuestra esperanza culmina en el amor; finalmente, se nos invita a andar nuestro propio camino, el del servicio.

Vista así, la Eucaristía es el drama de la totalidad de la propia vida, de la cuna a la tumba. Remodela nuestro corazón y nuestra mente. Nos hace hombres y mujeres eucarísticos, una nueva forma de ser humanos. Ir a la iglesia y celebrar la Eucaristía nos introduce en una comunidad más amplia, de vivos y muertos, y que en cierto modo abarca cielo y tierra.

Tres actos

Esta obra, como reconoce su autor, no es un comentario sobre la liturgia de la Eucaristía, ni se ha querido hacer teología de la Eucaristía; sí pretende convencer de que la Eucaristía tiene que ver con todo: el sufrir y el gozar, el poseer sentido y el perderlo… Es lo que intenta demostrar –como ya ha quedado dicho– presentándonos vida y Eucaristía, de una manera muy original, como un drama con tres actos. En el primero, las lecturas, la homilía y el Credo nos conducen, a través de las distintas crisis y retos de nuestra fe, a la esperanza; para ello, se corre seis veces el telón y participamos en otras tantas escenas. En el segundo, que va desde el Ofertorio al final de la Plegaria Eucarística, quedamos contagiados por la esperanza que a Cristo le conduce del Viernes Santo al Domingo de Resurrección; este acto tiene cuatro escenas y conduce a la caridad. Y el tercer acto, que arranca con el Padrenuestro y llega al momento fuerte en la Comunión, nos prepara para expandirnos más allá de los límites de nuestra comunidad y nos conduce al corazón del  mundo previo paso por cinco escenas. El ser enviados es como el respirar de Dios, que llena y vacía nuestros pulmones y nos vigoriza, nos da fuerza. Somos libres de ser enviados. Vamos a la Iglesia para ser enviados desde allí. Éstas son las últimas palabras del libro.

Buena parte de todo esto lo presenta el autor en una introducción de más de 30 páginas. ¿Cómo lo desarrolla? Espléndidamente, como acostumbra y sabe hacerlo Timothy. Para ello, emplea unos innovadores iconos bíblicos en las 15 escenas del drama, con un rico aporte cultural hecho de referencias a la literatura, sobre todo inglesa, al cine, al teatro…; con una gran variedad de experiencias, tomadas de una vida como la suya que se ha movido en diferentes escenarios del mundo. ¿Ha conseguido su objetivo? Puede ser que sí. Por supuesto, a mí como lector no ha necesitado convencerme de que tenía que ir a la iglesia, pero sí ha enriquecido mi motivación para hacerlo, y les ocurrirá lo mismo a otros muchos que tomen este libro en sus manos. Bien puedo decir que estas páginas le hacen a uno un hombre, un creyente eucarístico, y eso lo necesitamos todos. En otras palabras, ha conseguido acercar el drama de la Eucaristía al drama de nuestra vida.

Las escenas se corresponden, y los grandes aportes para ahondar la fe, la esperanza y la caridad son muy originales y sugerentes. No entra en los pequeños detalles, pero tampoco se olvida de recordar que, para que nos demos cuenta cuando vamos a la iglesia de que se nos ofrece un don que nos va a recrear de una manera silente y discreta como personas cristianas, conviene que el templo no esté frío, el sermón no sea pesado, la música trillada y los bancos duros (p. 308). La obra en su conjunto es como un taller para reavivar la fe, la esperanza y la caridad por medio de la Eucaristía. Y, desde luego, ayuda a preparar un taller sobre el mismo tema.

No hay que olvidar que se trata de un texto escrito para anglicanos y católicos y a petición del arzobispo R. Williams, quien lo aceptó como guía de Cuaresma para el año 2009. Es un estupendo first en el camino hacia la unidad, al que podrían seguir otros relacionados con las diversas dimensiones de la vida cristiana.

En el nº 2.694 de Vida Nueva.

Actualizado
05/02/2010 | 08:32
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