Libros

¿Sirve para algo el oficio de escribir?


cortazar

Clases de literatura

Julio Cortázar

Alfaguara

Bogotá. 2014

310 páginas

Como los asistentes al curso de dos meses dictado en 1980 en la Universidad de Berkeley, uno va con su libreta de notas y el bolígrafo listos, porque no es frecuente tener delante un profesor de esta talla y porque las ideas pasan, pero el apunte queda.

En la cima de su prestigio, a los 66 años, Julio Cortázar es un mito que va a estar al alcance de la mano en esta cátedra. Lo oiremos hablar en lenguaje coloquial. Un día se quejará por el tiempo escaso; otro, por la estrechez del salón; en otro, describirá las etapas de su largo viaje de regreso, siempre familiar y sencillo. Así crea un ambiente cordial para hablar de los temas previstos, para responder preguntas, para leer algunos de sus cuentos, para comentar sus escritos.

Él se ve como alguien que pasó del culto a la literatura por la literatura y llegó a la literatura “como indagación del destino humano y como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos”. Por eso, puede contar como un gaje la censura de alguno de sus libros por mandato de la dictadura militar de su país, o su salida del país.

Como escritor vive con intensidad la vida de su país, Argentina. Pero no en la forma del propagandista, para difundir mensajes. La literatura no sirve para eso. “La mala literatura o la literatura mediocre no transmiten nada con eficacia”. Esa participación en los procesos históricos sólo se puede hacer con “una alta y gran literatura”. Y esta, agrega, “va mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía”.

Comparando la actividad literaria con la del fotógrafo encuentra que “la fotografía proyecta una especie de aura fuera de sí misma que deja la inquietud de imaginar lo que hay más allá, a la izquierda o a la derecha”. Pero el hallazgo que expone en el aula con el tono de quien comparte un descubrimiento fue este: “En la gran soledad que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo”. Fue deslumbrante la conclusión: quien escribe está tomando un camino que lo lleva al otro.

La literatura no es regodeo estético, ni intelectual; le da al lector “el máximo de oportunidades de multiplicar su información y contacto con los elementos que lo rodean”.

Por otra parte, las obras literarias en América Latina contienen, sin decirlo, “denuncias de un estado de cosas, de un sistema en crisis, de una realidad humana vista como negativa y retrógrada”, aunque “no siempre el autor tiene plena conciencia de esa dimensión”.

Lo decía a partir de su propia experiencia. Él tenía la vaga idea “de escribir un libro que pudiera de alguna manera ayudar a combatir la escalada de violencia de Argentina y de los otros países latinoamericanos” que se concentró en la novela Libro de Manuel. Fue su “tentativa de establecer una convergencia entre la historia y la literatura”.

Fantasía y realidad

Los escritores, sobre todo los de novela, cuento y poesía, se acercan sin temor a las fronteras que separan la realidad de la fantasía para descubrir que no son territorios distintos. Ante sus estudiantes de Berkeley, Cortázar abre un horizonte amplísimo cuando les dice que “lo fantástico nunca me aprecio fantástico sino una de las posibilidades de las presencias que puede darnos la realidad, yo vivía sin haberlo sabido, en una familiaridad total con lo fantástico”.

Así, “lo real pasa a ser fantástico y lo fantástico pasa a ser real simultáneamente sin que podamos conocer exactamente cuál corresponde a uno de los elementos y cuál al otro”. Lo que sí resulta cierto para el escritor es que “lo fantástico está al servicio de la realidad”.

En este oficio de ampliar las fronteras de lo real y de revelar lo real posible, el escritor creó Rayuela. Entre los alumnos de Berkeley este pareció ser el momento esperado desde el comienzo: que el autor de Rayuela hablara de Rayuela. Todos sabían que con este libro, Cortázar le había movido el piso a la narrativa, habían leído el libro formulándose preguntas y aquí estaban escuchándole al autor los motivos del libro.

“La primera intención se concentra en la palabra y el pensamiento de los personajes, sobre la condición humana, sobre lo que es un ser humano”. Sin embargo Rayuela es un libro de preguntas que respondían al tipo de angustia de una juventud que se interroga sobre la realidad que está creciendo.

El segundo motivo: “la crítica de los medios por los cuales esa realidad puede ser expresada y comunicada; y el tercer motivo es el lector: el escritor quiere lectores cómplices que se sientan profundamente implicados en el libro «hasta llegar a ser casi un personaje». Se trata, agrega, “de eliminar toda pasividad en la lectura y colocar al lector en una situación de intervención continua”.

Rayuela, concluyó: “fue una expresión muy existencial de alguien que está frente a la realidad y frente a la vida y no la acepta tal como quieren dársela”.

El auditorio, fascinado, apenas si hacía ruido. Casi todos se esforzaban por tomar la mayor cantidad de notas posible.

En eso los lectores del libro están en ventaja. No tienen necesidad de tomar notas porque todo está en el libro; destacados allí los aspectos más importantes de las lecciones, con un resaltador. La transcripción literal de aquellas clases, permite repetirlas una y otra vez, según las preferencias del lector. La voz de Cortázar sigue allí, disponible.

Javier Darío Restrepo

Actualizado
27/07/2014 | 00:00
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