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Sentir con la Iglesia


Un libro de Medard Kehl, SJ (Mensajero-Sal Terrae, 2011). La recensión es de Xavier Quinzà Lleó, SJ.

Sentir con la Iglesia, Medard Kehl, Mensajero-Sal Terrae

Sentir con la Iglesia

Autor: Medard Kehl, SJ

Editorial: Mensajero-Sal Terrae, 2011

Ciudad: Bilbao-Santander

Páginas: 88

XAVIER QUINZÀ LLEÓ | El autor de este ensayo Sentir con la Iglesia, breve en extensión pero denso en contenido teológico, es Medard Kehl, un relevante profesor jesuita de Eclesiología que ha escrito y publicado con asiduidad, docente en Sankt Georgen (Frankfurt am Main). Para el lector español interesado, ya es un eclesiólogo bien conocido por la traducción al castellano de su mejor obra: La Iglesia. Una eclesiología católica, publicada en alemán en 2009.

La cruda revelación de tantos casos de abusos sexuales contra menores ha desencadenado una crisis existencial en la Iglesia sin precedentes. Por ello, se hace aún más importante esta reflexión serena y equilibrada sobre la realidad y el misterio de la Iglesia.

Inspirado en la actitud teológica del gran maestro Henri de Lubac, el también jesuita Medard Kehl reflexiona sobre el cambio que se ha producido en la percepción de la realidad de la Iglesia en nuestro tiempo. No se queda nuestro autor en una visión superficial de la Iglesia, ni siquiera en la percepción de los creyentes, sino que ahonda más en la dimensión teológica profunda que se ha producido.

Considerar a la Iglesia como sacramentum, según la novedosa definición del Concilio Vaticano II, significa que ambos aspectos no pueden ni separarse ni identificarse. La Iglesia es una unidad, de tal manera que todo cambio en su percepción empírica supone una novedad para su autocomprensión teológica.

Es precisamente en sus notas esenciales, sobre todo en su santidad, en donde parecen haberse abierto las más profundas brechas entre una percepción creyente y su realidad. La fe en la santidad de la Iglesia ha sufrido una merma muy importante en nuestros días.

Esta tensión entre la Iglesia santa en su misterio y pecadora en su manifestación es el núcleo de este interesante ensayo. Desde una honradez intelectual y un profundo amor a la Iglesia, se profundiza en el ejercicio teológico del sentire cum Ecclesia.

La Iglesia solo puede ser entendida al estilo del creyente en una doble dirección: como Iglesia para cada creyente y como Iglesia formada por todos los creyentes. Iglesia santificadora, a través de la Palabra y del sacramento, e Iglesia que se construye a través de los pecadores llamados a la santidad y la verdad. Así es como se nos manifiesta la indestructible Sancta Ecclesia.

Quizá lo más interesante del libro es su segunda parte, donde el autor, como fiel hijo de Ignacio de Loyola, bebe de la tradición ignaciana de las Reglas para sentir con la Iglesia de los Ejercicios Espirituales. Después de analizar el trasfondo histórico y teológico de las mismas, se pregunta por lo permanentemente válido de dichas reglas.

Y concluye que se trata de una verdadera “cultura de la alabanza” que genera Ignacio, ya que no se dedica ni a respaldar las críticas más que justificadas a la Iglesia de su época, pero tampoco a refutarlas.

 

A lo que se dedica es a desarrollar toda una teología de la alabanza y de amor a la Iglesia tal y como está. Al insulto se contrapone la alabanza; y a la crítica, el elogio.

El programa ignaciano de la alabanza eclesial es un plan de veneración, de complacencia con el misterio de la Iglesia. El cristiano, según el santo, debe dar testimonio con todas sus fuerzas de la bondad de Dios y de sus obras, entre las que destaca de forma admirable la “vera esposa de Nuestro Señor Jesucristo”.

Para Ignacio, es bueno que exista esta Iglesia, la única real y perceptible, y que podamos recibir de ella de forma siempre nueva la Palabra de Dios, los sacramentos, la fe, la esperanza y el amor. En modo alguno, la alabanza de Dios se identifica con la alabanza a la Iglesia, pero, en una comprensión sacramental de la misma, tampoco puede separarse de ella.

Dicha cultura de la alabanza no hace a nadie ciego ni mudo ante los pecados y escándalos de los fieles de la Iglesia o de sus ministros, y tampoco le imprime un carácter funcionarial, ni tiene que ver con el aplauso conformista de los alabarderos eclesiásticos.

La protesta en ese ambiente de alabanza tiene también su lugar, e incluso la oposición sincera, frente a actuaciones de la Iglesia. Un buen criterio para saber si la franqueza crítica se compadece con la cultura de la alabanza radica en el lenguaje usado. Si apunta a un objetivo de reconciliación y mediación o si, por el contrario, busca herir la sensibilidad religiosa de los fieles y aparecer como fariseo que intenta separarse de los demás al tildarlos de pecadores.

 

Suavizar las posiciones más rígidas, aunque se tenga que llamar a las cosas por su nombre, puede ser una buena indicación en orden a fomentar una Iglesia reconciliada y reconciliadora. Pero, en todo caso, sin perder un ápice del servicio a la verdad y al amor que es requerido a todo hijo o hija de la Iglesia.

Un último capítulo recoge un aspecto exclusivamente jesuita del desarrollo del sentir con la Iglesia: la especial obediencia al papa de la orden fundada por san Ignacio. La intuición que late bajo el deseo ignaciano de una especial vinculación de obediencia al pontífice alude, sin duda, a las misiones concretas que este encomienda a la Compañía de Jesús como tal o a cualquiera de sus miembros en particular.

Pero lo que se manifiesta es algo mucho más amplio: se refiere a ella como una consagración, una oblación plena de la vida de los jesuitas.

En resumen, esta opción ignaciana se limita a poner de relieve el elemento estructural del ministerio de unidad y gobierno de la Iglesia universal. Es la “piedra de toque” de la seriedad del sí dado a la Iglesia concreta y, a través de ella, a la Iglesia universal. El libro es una excelente ocasión para meditar sobre la Iglesia y ejercitarnos en el sentir con la Iglesia.

En el nº 2.792 de Vida Nueva.

Actualizado
08/03/2012 | 16:43
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