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‘¿Por qué sigo creyendo en Dios?’


Un libro de Luis Erdozáin, SJ (Mensajero) La recensión es de Luis González-Carvajal Santabárbara

¿Por qué sigo creyendo en Dios? Luis Erdozáin, SJ (Mensajero)

 

Título: ¿Por qué sigo creyendo en Dios?

Autor: Luis Erdozáin, SJ

Editorial: Mensajero

Ciudad: Bilbao, 2016 (2ª ed.)

Páginas: 94

LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL SANTABÁRBARA | Seguramente todos los que hemos nacido en una familia cristiana nos hemos preguntado alguna vez si, en caso de haber nacido en el Tíbet, no seríamos budistas. De ahí a sospechar que la fe carece de fundamento objetivo hay un solo paso.

Por eso es imprescindible justificar –primero ante nosotros mismos y después ante los demás– la fe que profesamos. Lo malo es que las nuevas generaciones, inmersas en una cultura audiovisual, leen mucho menos que las precedentes. Podemos lamentarlo, pero –como decía un monje de Kyoto del siglo X– “si el universo se convierte todo en un océano y tú no tienes agallas para respirar, ¿en qué consistirá, hijo mío, la sabiduría?, ¿en conseguir agallas o en ahogarte?”. El jesuita Luis Erdozáin, guiado por su experiencia como catequeta, ha tenido el acierto de escribir un libro sobre los motivos para creer dirigido especialmente a quienes no tienen tiempo ni ganas de leer libros. Es un libro caracterizado por su lenguaje sencillo y su brevedad.

El autor observa correctamente que no existen demostraciones rigurosas, como en matemáticas, de la existencia de Dios; pero sí un conjunto de indicios que hacen sumamente razonable la fe: “No exijamos para creer en Dios una mayor claridad intelectual que la que se tiene cuando tomamos las decisiones más importantes. Estas no se toman en la esfera de la sola inteligencia, se toman también con el corazón. Y esto es lo más típicamente humano” (p. 21). Después, con diferentes argumentos enraizados en la antropología filosófica, va mostrando al lector que la fe, al dotar de sentido último a la vida, nos ayuda a crecer.

Termina con un capítulo de orden experiencial (nótese que el título del libro no es Por qué debería creer, sino Por qué sigo creyendo en Dios): “… Esta experiencia –dice– me ha hecho descubrir que vivir es sentirse amado por Alguien: el Dios de la vida manifestado en Jesucristo, que, en medio de mis pequeñeces y mi bajeza, ha puesto en mí toda su confianza. Vivir esta relación con él me lleva a vivir mi existencia como una respuesta agradecida, compartiendo generosamente con los demás lo que de buena nueva, de amor, de gozo y esperanza me adviene desde él como gracia” (p. 94).

Me permito hacer un par de observaciones por si hubiera una tercera edición de este libro. Cuando Marx afirma en la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel que la religión “es a un tiempo expresión de la miseria real y protesta contra la miseria real”, no quería decir –como afirma el autor en la p. 64– que “por lo tanto la religión puede ser, y de hecho ha sido y en muchos casos es, impulso y estímulo de promoción humana”, porque Marx daba por supuesto que la religión aplaza hasta el más allá el final de las miserias. Por eso añadía el maestro de la sospecha: “La superación de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es la exigencia de que este sea realmente feliz” (los tres subrayados están en los respectivos originales). El segundo detalle es que la frase de Nietzsche citada en la p. 53 (“Toda alegría profunda quiere eternidad”) no es de Ecce homo, sino de Así habló Zaratustra.

En el nº 2.993 de Vida Nueva

Actualizado
17/06/2016 | 00:39
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