Libros

Pablo VI


Un libro de Giselda Adornato (San Pablo, 2010). La recensión es de Eduardo de la Hera.

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Pablo VI. El coraje de la modernidad

Autor: Giselda Adornato

Editorial: San Pablo

Páginas: 440

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(Eduardo de la Hera Buedo) Alguien dijo que la figura de Pablo VI se iría agigantando después de su muerte. Ya está sucediendo. Giselda Adornato, esposa, madre, estudiosa de la vida, pensamiento y actividad pastoral de Pablo VI, nos ha regalado esta biografía escrita en lenguaje sencillo, claro y sin concesiones a la ficción. No todo lo que cuenta son novedades, pero sí matiza con finura aspectos del magisterio y quehacer apostólicos del que, antes que Sucesor de Pedro (1963) fue arzobispo de Milán (1955), sustituto de la Secretaría de Estado con Pío XI (1937) y prosecretario de Estado para Asuntos Ordinarios con Pío XII (1952). Años aquéllos duros, difíciles, de guerras y posguerras, años en que el mundo dio un vuelco, y también la Iglesia.

Adornato, nacida en la Lombardía, ha tenido acceso al Archivo Histórico Diocesano de Milán, ya que ha inventariado los documentos de la Secretaría, correspondientes a los años en que el arzobispo G. B. Montini pastoreó la diócesis de san Ambrosio (1955-1963), hasta que salió de ella para ser papa. Adornato, además, publicó en 2002 la monumental Cronología dell’episcopato di G.B. Montini y ha participado en la edición de los cuatro tomos de los Discorsi e scritti milanesi. Quizá por esto, el capítulo tercero, relativo a la etapa pastoral en Milán, sea el más rico en datos, reflexiones y acotaciones.

Por otra parte, la autora acentúa constantemente el estilo dialogante, profundamente evangélico, de las propuestas apostólicas de Montini. Ya en sus primeros años de ministerio, “alejado de la intransigencia antimoderna de gran parte del mundo católico, invitó a sus jóvenes, sensibles como él al tema de la modernidad, a armonizarla con la tradición viva y auténtica” (p. 31). Montini bebió los vientos democráticos en el seno de su familia bresciana. Él y los suyos tuvieron que soportar persecución de los amigos de Mussolini. Más aún, siendo joven consiliario de la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana), sufrió humillaciones, como cuando en 1931 la sede de la FUCI fue arrasada por los fascistas y se vio obligado (1933) a dejar el puesto de asistente eclesiástico nacional de dicho movimiento. “El fascismo morirá de indigestión, si continúa así, y será vencido por su propia prepotencia” (dijo en una carta a sus padres, p. 34).

La segunda parte coincide con el capítulo 3º, “La experiencia episcopal en Milán” (1955-1963). Montini llegó allí tras la muerte del cardenal Schuster, ex abad del monasterio benedictino de san Pablo Extramuros de Roma. En la biografía se recogen las dos versiones que han circulado acerca del alejamiento que sufrió entonces Montini del gobierno de la Iglesia: unos dicen que Pío XII le envió a Milán porque deseaba prepararlo para sucesivas responsabilidades pastorales; otros, en cambio, afirman que lo que buscaba el papa Pacelli, bajo presiones de algunos curiales, era alejarlo de Roma (“promoveatur ut amoveatur”) (ver p. 61 y nota 56).

Trabajo en Milán

El nuevo arzobispo afronta el reto con perplejidad y no poco sufrimiento. Milán es una diócesis difícil en progresiva descristianización. Su trabajo pastoral estará guiado por el diálogo, entendido como “misión”, a todos los niveles (p. 70). Los frentes de este diálogo serán, sobre todo, el mundo obrero y la cultura (los más alejados). Pero tampoco descuidó, más cerca, el laicado y la Acción Católica, las obras caritativas y, sobre todo, a los sacerdotes. Realizó visitas pastorales a los pueblos más alejados. Viajó lejos (América, Brasil, África y Suráfrica) para conocer las misiones católicas de cerca. Y, sobre todo, movilizó todas las fuerzas pastorales diocesanas para una Misión extraordinaria en la ciudad de Milán (1957), predicada, entre otros muchos, por él mismo (pp. 79-84). El primer cardenal que crea Juan XXIII, recién elevado a la Cátedra de Pedro fue, precisamente, a Montini. Algunos lo interpretaron como un desagravio; otros, como una urgencia de cara a sucesivas tareas apostólicas. En Milán, Montini fue preparando el futuro Concilio Vaticano II, al que saludó como “la hora de Dios” (pp. 85-87). Nombrado miembro de la Comisión central preparatoria del Concilio (1962), su destino quedaría ya vinculado para siempre al Vaticano II.

Años de pontificado

El capítulo 4º, el más extenso, repasa el pontificado de Pablo VI (1963-1978). Hace un recorrido rápido, pero muy interesante, pues recoge lo esencial del magisterio, del quehacer y de los gestos del Papa, sin descuidar los ecos y reacciones de algunos pronunciamientos (por ejemplo, sobre la encíclica Humanae Vitae, pp. 238-251, o el asesinato de Aldo Moro, pp. 351-356). La autora cuida que emerja de los datos la rica personalidad del biografiado. Vemos a un papa asediado por responsabilidades y tareas urgentes; firme en su debilidad, con coraje y deseo de “poner al día” a la Iglesia. Aparece tomando decisiones pastorales difíciles, aunque a veces también surge la duda y, sobre todo, vemos el quebrantamiento final de su salud y de su vulnerable estado de ánimo (lo que le hace más humano y cercano).

Parece claro que Adornato ha sabido espigar lo que más importaba a su bien documentado libro. La bibliografía se nos muestra oportunamente colocada al final, después de algunos anexos. Es verdad que casi recoge sólo libros o publicaciones en italiano, idioma en el que, por otro lado, están las fuentes de su biografía. La traducción, con los límites de toda versión a otra lengua, es clara, inteligible, fiel. Ciertas expresiones parecen inusuales (“moralismo asfíctico”, p. 31) u otras incorrecciones (“trabajera”, p. 150); pero es muy secundario frente a los indudables aciertos de un libro del que pueden disfrutar ya los lectores en castellano.

En el nº 2.705 de Vida Nueva.

Actualizado
30/04/2010 | 08:33
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