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Nuevos santos: testigos creíbles de Cristo


Cuatro obras dedicadas a Juana Jugan, el Padre Damián, Rafael Arnáiz Barón y el Padre Coll, con motivo de sus canonizaciones. La recensión es de José María Avendaño Perea.

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(José María Avendaño Perea) El 11 de octubre de 1962, se abría el Concilio Vaticano II, y el beato Juan XXIII exhortaba a todo el mundo: “El Concilio que comienza aparece en la Iglesia como un día prometedor de luz resplandeciente. Apenas si es la aurora… Todo aquí respira santidad, todo suscita júbilo”. El 11 de octubre de 2009, la Iglesia se llenará de alegría en la canonización de cuatro testigos creíbles de Cristo: Juana Jugan, Damián de Molokai, Rafael Arnáiz y Francisco Coll. Y es que los santos son “verdaderos portadores de luz en la historia” (Benedicto XVI).

  • En Santa Juana Jugan. Ternura de Dios para la Tierra (Edibesa), el franciscano Éloi Leclerc nos muestra la vida y la obra de la fundadora de las Hermanitas de los Pobres, una mujer que ha permanecido mucho tiempo en la sombra y a la que este librito (62 pp.) se propone sacar a la luz, recorriendo su trayectoria vital (1792-1879) y el secreto de su estilo de vida.

Su gran fuerza reside “en esta comunión con Dios, vivida como una comunicación de vida que se le ofrece a ella gratuitamente y que, a través de ella, quiere transmitirse, resplandecer, actuar”, nos dice el autor. Juana repetía: “Dios me quiere para Él”. En el invierno de 1839, tras una verdadera experiencia de Dios, descubre a una pobre mujer ciega y enferma, sin familia, y la acoge en su casa. Después vendrían las demás. Fundaría la congregación. Porque Dios está siempre cerca, aun en la “noche oscura” que padeció.

Sus Hermanitas nos enseñan que un pobre es feliz cuando se siente amado y considerado, nos muestran la ternura de Dios. “Sean pequeñas, háganse pequeñas, le gustaba decirles –escribe É. Leclerc–. Diciendo eso, expresaba simplemente lo que vivía ella y lo que hacía tan presente y tan cercana. Sean pequeñas para estar cerca de los humildes”.

Y Juana Jugan repetía la noche de su muerte: “Hay que decir siempre: Bendito sea Dios”. Pues bendito sea Dios por este libro, y los iconos de la santa que lo ilustran.

  • Felicito a Bernard Couronne por la claridad y la fluida redacción de esta Vida del Padre Damián (San Pablo). Al abrir sus páginas, nos encontramos con la rendida admiración de Gandhi: “El mundo de la política y del periodismo no conoce un héroe del que pueda gloriarse y que sea comparable al padre Damián de Molokai. La Iglesia cuenta entre los suyos a miles de hombres que, siguiendo su ejemplo, han sacrificado sus vidas al servicio de los leprosos. Valdría la pena indagar en qué fuente se alimenta semejante heroísmo”.

El libro se estructura en tres capítulos: Raíces, Misión e Identificación, para concluir con una invitación al seguimiento: “A Damián hay que seguirle. A nuestro paso, por los caminos de hoy”. Y el autor insiste en la adoración. A las cinco y media de la mañana, Damián entraba en la iglesia y permanecía largo rato en oración antes de la celebración de la Eucaristía. “Si no pueden venir a hacer media hora de adoración en la iglesia –confiesa en uno de sus escritos–, me siento con frecuencia edificado al verlos en adoración, en el momento fijado, en su lecho de dolor, en su miserable cabaña”. Es así como es posible ayudar: “Estos ochocientos leprosos están encerrados en un pequeño terreno de media legua… No pueden salir de allí… el olor de su suciedad, junto con la exhalación de sus llagas, resultaba sencillamente repulsivo e insoportable para un recién llegado”.

Pero Damián amó hasta el final, y su mensaje nos dice hoy que nos acerquemos a los diferentes Molokais del mundo.

  • San Rafael Arnáiz Barón. Vida y mensaje del Hermano Rafael (Edibesa) da cuenta de veintisiete años (1911-1938) marcados por el amor a Dios, en los que este monje trapense del monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia) repitió con el profeta: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jr 20, 7). Antonio María Martín Fernández-Gallardo recoge aquí la vida familiar, sus amigos, los estudios de Arquitectura, el servicio militar…, la alegría y la sonrisa, el amor al silencio, a la Eucaristía y a la Virgen María que articularon su vida.

En 1934, se presentó Rafael en el monasterio resuelto a ser monje del Císter. Comprendió que sólo Dios basta, y amó la Cruz de Cristo, ésa que “es ahora la de Rafael: la identidad pasó a ser identificación por el amor infinito de la sola voluntad del Padre, expresada y cumplida en su totalidad en Cristo”, escribe Marta Jiménez en la Introducción.

La sencillez y la humildad presidían sus actos, mostrándose al exterior como uno de tantos. “Mi vocación –confiesa Rafael– es sufrir, sufrir en silencio por el mundo entero, inmolarme junto a Jesús por los pecados de mis hermanos, los sacerdotes, los misioneros, por las necesidades de la Iglesia”.

El autor pone en nuestras manos un libro bien elaborado, una biografía que sólo pretende “contribuir a un mayor acercamiento a ese retrato verdadero de Rafael que sólo Dios y él conocen”. Treinta y cinco momentos en la existencia del Hermano Rafael, que nos invitan dar gracias a Dios por este santo.

  • Finalmente, El Padre Coll, Dominico. Francisco Coll y Guitart, santo fundador de las Dominicas de la Anunciata (Edibesa) nos acerca a este discípulo de Cristo alegre, compasivo, esperanzado, catequista, predicador, misionero, con estilo de vida comunitario…, que no podía vivir sin la Eucaristía y el amor a la Virgen María, y apóstol del Rosario. Otro testigo creíble de Jesucristo, al que los pobres y necesitados encontraban siempre cerca, y que fundó las Dominicas de la Anunciata, dejándoles como herencia: “¡Vivir y anunciar la fe!”.

En esta evangelizadora biografía elaborada por el también dominico Vito T. Gómez, nos trasladamos con exactitud a los lugares, fechas y personas con las que trató el nuevo santo en la España del siglo XIX. Un hombre que ahora “la Iglesia ha querido ofrecerlo a todos los integrantes del Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad” para “descubrir el amor de Dios indefectible y transformador”.

“En Fray Francisco Coll –escribe en el Prólogo, Fray Carlos Alfonso Azpiroz, Maestro de la Orden– brillan las virtudes propias del sacerdote, la unión personal con Cristo y la caridad apostólica, manifestada en su servicio a los hermanos a través de la predicación, la administración de los sacramentos y un servicio preferencial por los más pobres”. Un libro que ayuda, aconseja y alienta.

Gracias a los cuatro autores.

En el nº 2.678 de Vida Nueva.

Actualizado
09/10/2009 | 08:04
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