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Nos sobran los motivos


Una obra de Pedro J. Gómez Serrano (PPC, 2011). La recensión es de José Luis Segovia Bernabé.

Nos sobran los motivos. Una invitación al cristianismo

Autor: Pedro J. Gómez Serrano

Editorial: PPC

Ciudad: Madrid

Páginas: 384

JOSÉ LUIS SEGOVIA BERNABÉ | A través de una selección de artículos convenientemente hilvanados, Pedro José Gómez, colaborador del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, presenta con frescura y rigor un cristianismo con mordiente, seductor, humanizador y capaz de llenar de sentido la vida de nuestros contemporáneos, habitantes de un mundo globalizado en el que la tradición cristiana ha sido desalojada y los jóvenes no encuentran su sitio. Traducido al lenguaje plástico y sugerente del autor: “Jesús es bueno para la salud”.

La obra tiene la ventaja de que puede leerse por partes, y la desventaja de aglutinar ensayos escritos en momentos distintos para destinatarios diferentes. Formalmente, el texto es fluido, claro y sin gota de acidez en la autocrítica; un fallo, no imputable al autor, son las excesivas erratas. Materialmente, es constructivo, abierto al pluralismo, y apuesta por propuestas razonadas, avaladas por la dilatada trayectoria personal y comunitaria de su autor. Nos sobran los motivos trata de evitar tanto el fundamentalismo cristiano como el reduccionismo a una suerte de ética filantrópica de los valores del Reino (justicia, paz, solidaridad). Ambos extremos obvian la explicitación seductora del Evangelio y su carácter de Buena Nueva de parte de Dios para los hombres y mujeres de hoy.

Se articula el libro en cuatro partes. La parte I (“El contexto”) desarrolla los rasgos diferenciales de la cultura actual, auténtica “tierra extraña” para el Evangelio. En ese contexto, señala que la pastoral de juventud no ha acabado de encontrar su sitio en la comunidad cristiana adulta, sobre todo si no desemboca en la inserción (no exenta de problemas) en parroquias o instancias eclesiales más amplias en las que se viva lo comunitario como “auténtica cuestión de vida o muerte”.

Sostiene también que hay que superar cierta concepción funcional de la experiencia religiosa (“sirve para ser feliz”). A pesar de las dificultades, si la Iglesia dialoga con la cultura, aunque esta no formule demasiadas preguntas fuertes, y procura la comunión, dentro de la imprescindible diversidad… ¡se puede cantar a Dios en tierra extranjera!

Evangelizador creíble

La parte II (“El sujeto”) describe los rasgos del evangelizador para que resulte un sujeto eclesial creíble: laicos y comunidades que visibilicen de manera palpable y fraterna el mensaje cristiano. Los laicos de los primeros siglos no se hacían grandes complicaciones eclesiológicas, ni mucho menos clericales, incluso eran vistos como “ateos” por su alejamiento de las convenciones sacrales.

Paradójicamente, las primeras formulaciones del siglo XX los sitúan como meros “participantes en el apostolado de los obispos”. Incluso el Vaticano II, en su olvidado esfuerzo de consenso, formula un superable reparto de papeles entre clérigos y laicos que no es real ni deseable (los laicos también hablan religiosamente al interior de la Iglesia y los obispos no dejan de hacerlo al exterior en cuestiones mundanas).

Por su parte, una fraternidad integradora que tiene a Dios como su fuente, que no es excluyente ni obsesivamente perfeccionista, acaba generando “otro” modelo de relación que supera el individualismo y un reparto de roles discutible. El autor da pistas para construir comunidades fraternas desde el realismo de las limitaciones de sus miembros y en contraste con un mundo economicista repleto de “ilusiones, espejismos y alucinaciones”.

La parte III (“El estilo de vida”) proyecta la vivencia cristiana sobre ciertos ámbitos cotidianos (trabajo, familia como escuela de liberación, justicia, solidaridad y fe, ocio…). Lo más sugerente es su reflexión sobre el dinero y el consumo, muchas veces auténtica religión de sustitución. También nos llama la atención su abordaje realista y natural de la afectividad y el seguimiento de Jesús desde la opción célibe y la de pareja.

Previene frente a la intelectualización y la moralización de la fe, así como frente a los apegos ideológicos a concepciones de familia muy vinculadas a visiones tradicionales de la sociedad (con fuerte impostación jurídico-legal) o a la tentación de propuestas de máximos en la moralidad privada sin una sana y creíble encarnación previa en el testimonio de quien habla. Jesús vivió el mundo afectivo con riqueza, incluida su relación con Dios y con los discípulos, apostando por la permanencia y la estabilidad, el cariño mutuo y la delicadeza para con los pobres.

El celibato (“auténtico regalo para la comunidad”) expresa la absolutez de Dios, es una muestra de disponibilidad, de libertad, desinstalación, unicidad del corazón, universalidad e inequívocamente cuenta con un fuerte carácter contracultural y escatológico. En lo afectivo sexual, sin renunciar a la utopía, hay que asumir con realismo las dificultades. Sostiene el autor un llamativo “derecho a equivocarse”, incomprensible desde el legalismo y solo afrontable desde la misericordia.

La última parte, más breve, aborda “la misión” de la Iglesia. Con carácter previo, reclama una purificación de la imagen de Dios que patentice que “la religión no es obligación sino enamoramiento”. Desarrolla aspectos del mundo en que vivimos desde ópticas diversas y trata el tema pobreza-riqueza y la necesidad de educar para la solidaridad en un mundo injusto (aquí el profesor de Economía no se oculta).

Cierra el libro un breve apunte sobre la urgencia de superar incomprensibles anacronismos en las estructuras de la Iglesia, de modo que “la gente normal” se pueda sentir como en su casa. Como conclusión, el libro constituye una refrescante y animante recomendable lectura para este verano.

En el nº 2.760 de Vida Nueva.

Actualizado
29/06/2011 | 13:33
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