Un libro de Julio L. Martínez, SJ (Sal Terrae, 2011). La recensión es de José Ignacio Calleja.
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Moral social y espiritualidad. Una co(i)nspiración necesaria
Autor: Julio L. Martínez, SJ
Editorial: Sal Terrae
Ciudad: Santander
Páginas: 176
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JOSÉ IGNACIO CALLEJA | Julio L. Martínez, jesuita y profesor de Teología Moral en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, nos presenta una obra que, ya desde el título, juega con intenciones varias y cuidadas. En realidad su propósito es mostrar lo superada que está (¡es un deseo!) la vieja escisión entre “la vida espiritual y la vida moral”, o –tomadas como disciplinas teológicas– “la Teología espiritual y la Teología moral”, y la importancia capital que esto tiene en la vida de fe.
Y si lo decimos en positivo, como debemos, el autor pretende hacernos ver la necesidad de que ambas se coinspiren y conspiren en la totalidad de la vida cristiana: “Amar a Dios y amar al prójimo se ‘co(i)nspiran’, como lo hacen la espiritualidad y la moral… porque no se descubre la profundidad de la oculta presencia amorosa de la acción de Dios sin comprometerse a fondo con lo real” (p. 175).
Por tanto, plena vigencia del ignaciano “contemplativos en la acción” o, como recientemente he podido leer en otro teólogo jesuita de renombre, “contemplativos en la relación”, apelando a lo que nos constituye a las personas y al propio Dios.
Este planteamiento y la interpelación que lo impulsa no son nuevos en la Teología moral, pero el hecho de llevarlo al título del libro, y ordenar todos los contenidos a su alrededor, sí tiene su importancia.
Según creo, en 1986, Francisco Moreno Rejón ya se refirió con algún detalle a esta clave espiritual de la vida moral, en relación a la teología latinoamericana. Y en 1997, Marciano Vidal publicó una obra clarificadora sobre el tema. Los dos tenían muy en cuenta las intuiciones del también religioso redentorista Bernhard Häring y el deseo del Concilio Vaticano II recogido en el decreto Optatam Totius sobre la formación sacerdotal, en concreto el apartado relativo a la “revisión de los estudios eclesiásticos” y la necesidad de “mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo” (OT, 16).
Pues bien, en mis lecturas, una y otra vez he visto reaparecer por aquí y por allá referencias a esta relación teologal y teológica tan vital entre moral y espiritualidad, y a fe cierta que yo mismo he intentado tenerla en cuenta a cada paso en la moral social cristiana. De hecho, pienso que la Teología moral (social) ha sido mucho más sensible a este hermanamiento decisivo que la conciencia del mismo en el ámbito de la Teología espiritual.
Gran interés
Y este aspecto reseñado es un punto de gran interés en la obra que ahora estamos presentando, tratado a través de experiencias y de reflexiones muy significativas. Así, el compromiso social desde dentro de la espiritualidad ignaciana; la espiritualidad cristiana que alienta en una moral creyente a la altura de los grandes retos sociales de nuestros días (por cierto, una descripción muy notable y personal); con ayuda de la más reciente Doctrina Social de la Iglesia (DSI), de cómo el amor es la verdadera “moral” del cristianismo y “plenitud” de su propia espiritualidad; abundando en la evidencia de la relación, las claves creyentes donde se cruzan los caminos de la espiritualidad y la moral; y, para concluir, la virtud como gran categoría de encuentro entre la ética y la espiritualidad, pues en ella está en juego el carácter y la dignidad moral de “la persona entera”.
Por lo dicho, no puedo menos que corroborar el atractivo de esta obra para muchos lectores y estudiosos, preocupados –lo espero y lo deseo– por esta correlación de espiritualidad y moral cristianas, y de paso, por sus motivos, una cuestión absolutamente decisiva para la teología y la vida cristiana.
Veamos cómo la Teología moral social desvela el aspecto más vital y práctico de esa co-inspiración, y a ver cómo la Teología espiritual, y la vida espiritual en sí misma, responden a este diálogo tan cristiano.
El peso que en estas páginas adquieren las tres encíclicas del papa Benedicto XVI (Deus caritas est, Spe salvi y Caritas in veritate) lo encuentro muy lógico, y la interpretación tan delicada que hace de esos textos pontificios, incluso al discrepar, es perfectamente legítima.
Edición cuidada
Desde el punto de vista formal, la edición del volumen está cuidada, no tiene fallos de composición y resulta agradable para la lectura. Como todos los libros que se construyen con materiales previos –lo sé por experiencia propia–, y por mucho que se hayan rehecho los temas, siempre se nota que la trabazón del conjunto es algo forzada.
Por otro lado, la obra se presenta como “este sencillo libro pegado a la experiencia” (p. 21), obedeciendo connaturalmente “a una experiencia interior”, lo cual honra al teólogo-autor. Y a fe que es sencillo en su ligereza de aparato crítico, mas no tanto en la forma que adquiere su lenguaje al desarrollar algunos de los pensamientos recogidos. Nada que no podamos esperar en teología.
Cada autor tiene (tenemos) su manera particular de expresarse y, en todos los casos, vuelve uno a su estilo, cualquiera que sea el propósito formal del texto y la intención personal anunciada.
Dejo al posible lector, no obstante, la última palabra, cuando por sí mismo lea y acoja la interpelación tan radicalmente cristiana que nuestro libro plantea en esta coinspiración de la espiritualidad y la moral. Le invito, pues, encarecidamente a hacerlo y verá cuán decisivo es en toda la teología cristiana encargarse de la realidad y, a su vez, hacerlo desde la experiencia propia del Amor de Dios.
Una unidad, sin duda y ya, indisoluble. No es tan fácil convencer de esto a muchos cristianos y teólogos, pero confío en que lo logre.
En el nº 2.784 de Vida Nueva.