Libros

Los cuatro evangelios


Una obra de Santiago Guijarro (Sígueme, 2010). La recensión es de Jacinto Núñez Regodón.

————

Los cuatro evangelios

Autor: Santiago Guijarro

Ediciones Sígueme

Ciudad: Salamanca

Páginas: 576

————

(Jacinto Núñez Regodón) El libro que acaba de publicar Santiago Guijarro, catedrático de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, puede ser catalogado, sin exageración, de “obra mayor”, no sólo por su extensión –son casi 600 páginas–, sino también por la riqueza de su contenido. Con el título directo de Los cuatro evangelios, el autor vuelve a una temática en la que tiene una reconocida competencia, tanto por su conocimiento exhaustivo de la investigación sobre los evangelios a nivel mundial como por sus estudios monográficos sobre los mismos.

La obra consta de una Introducción y dos partes. La primera, de tres capítulos, está dedicada a la formación de los evangelios. La segunda, de proporciones mayores, consta de cuatro capítulos, cada uno de ellos dedicado, respectivamente, a los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. La obra se cierra con una reflexión enjundiosa sobre “la memoria de Jesús” y unos apéndices.

La Introducción presenta, de forma magistral, el complejo proceso que culminó en el reconocimiento del evangelio tetramorfo. La aceptación de “estos cuatro y sólo ellos” (Ireneo) ha de comprenderse en el marco de los escritos más antiguos sobre Jesús, de los que se ofrece un “mapa” muy clarificador, y a partir de los criterios que determinaron su selección, entre los que hay que señalar no sólo el de la antigüedad, sino también la capacidad de integrar las diversas formas de la tradición de Jesús en un marco narrativo de carácter biográfico.

Ya en la primera parte, el capítulo primero, centrado en las relaciones entre los cuatro evangelios, aborda dos cuestiones clásicas: la llamada “cuestión sinóptica”, en la que se apuesta, de forma crítica, por la “hipótesis de los dos documentos” (Mc + Q), y la relación de Juan con los sinópticos, subrayando la voluntad del cuarto evangelio de interpretar los recuerdos de Jesús en fidelidad a una tradición distinta de la sinóptica.

En el capítulo segundo, sobre la importancia de la tradición oral, resulta muy sugerente la presentación de los tres contextos vitales en los que se transmitieron los recuerdos sobre Jesús: la tradición popular, conservada entre “la gente” que vio y oyó a Jesús; la tradición comunitaria, representada por un círculo más estrecho de seguidores y simpatizantes; y la tradición discipular, propia de los Doce y otros íntimos, que ya antes de la pascua tuvieron lo que Dunn ha llamado una “fe discipular”: fue en el contexto de una relación de confianza y seguimiento donde ya comenzaron los discípulos a comentar el significado de las palabras y las acciones de Jesús.

Otros documentos

El último capítulo de la primera parte está dedicado al estudio de las tres grandes composiciones anteriores a los evangelios: en primer lugar, el relato premarquiano de la pasión; en segundo lugar, el documento Q; en tercer lugar, la Fuente de los Signos, presente en Jn 2-12. Al final de la obra, el autor ha tenido la buena idea de ofrecer, en apéndice, una traducción del texto reconstruido de estas tres composiciones preevangélicas.

La segunda parte del libro se ocupa del estudio particular de los cuatro evangelios. En el caso de Lucas, se añade un apéndice, de 40 páginas, sobre el libro de los Hechos. Todos los capítulos tienen la misma disposición en tres partes. La primera, en la que se expone el proceso de composición, presta especial atención al tema de las fuentes del evangelio. En un segundo momento, se ofrece una lectura seguida y completa de cada evangelio, delimitando las partes, identificando los elementos tradicionales y redaccionales y presentando el núcleo fundamental del mensaje. Finalmente, se ha buscado la contextualización del evangelio, preguntándose por su autor, destinatarios y posición dentro del cristianismo naciente.

El autor advierte que “en la presentación de cada evangelio se ha renunciado conscientemente a incluir un apartado sobre la teología de cada evangelista” (p. 17). Justifica su opción con una afirmación tan clara como tajante: “Los evangelios son textos narrativos y exponen su mensaje a través de un relato, cuya riqueza siempre escapa a cualquier sistematización”. La opción es muy respetable, pero la justificación es discutible. El esfuerzo de sistematización, si es metodológicamente riguroso, es un medio adecuado para descubrir aquella riqueza. Por otra parte, ¿por qué se ha de ser tan optimistas para recuperar el contexto histórico-social de los evangelios y no tanto para descubrir el universo teológico de sus autores?

El lector, de todos modos, no va a quedar insatisfecho, pues al hilo de la lectura continuada del texto se va a ir encontrando con los núcleos fundamentales de la teología del evangelista. Al autor, por su parte, le emplazaría a que, algún día, se lanzara a ese esfuerzo de síntesis de la teología de los evangelios al que ahora ha renunciado. Tiene las mejores condiciones para hacerlo, pues la síntesis sólo tiene garantía de fiabilidad a partir de buenos presupuestos metodológicos y de análisis parciales rigurosos. En lo uno y en lo otro nuestro autor es un maestro.

El libro de Guijarro, que es un manual aunque supera los límites de ese género, será de gran utilidad tanto a los neófitos como a los que ya tienen algún conocimiento de esta temática. A los primeros les abrirá al mundo de los evangelios con amplitud y profundidad. A los otros, aparte de cosas nuevas, les hará volver a aquel mundo de forma creativa y sugerente. Finalmente, hay que decir que, junto a la riqueza de los contenidos, la obra tiene una expresión clara y un estilo pulidísimo. Unido todo eso a una magnífica edición, el lector tendrá la satisfacción de haber encontrado un gran libro.

En el nº 2.722 de Vida Nueva.

Actualizado
24/09/2010 | 08:33
Compartir