Libros

La eucaristía y la justicia social


Un libro de Margaret Scott (Sal Terrae, 2010). La recensión es de  Luis González-Carvajal Santabárbara.

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La eucaristía y la justicia social

Autora: Margaret Scott

Editorial: Sal Terrae

Ciudad: Santander

Páginas: 215

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(Luis Glez.-Carvajal Santabárbara) Como éste es el primer libro de Margaret Scott, quizás sea útil dar  una breve información sobre la autora. Nació el 21 de julio de 1942 en Inglaterra y confiesa tener dos pasiones. La primera –su atracción hacia la eucaristía– la condujo en sus años universitarios a la Iglesia católica y, posteriormente (1965), a una Congregación de marcada espiritualidad eucarística (las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús). La otra pasión –la justicia– la llevó, antes de entrar en la vida religiosa, a trabajar como voluntaria en el Programa de la ONU de Reasentamiento de Refugiados y después a un barrio de chabolas de Chile (1992-1997). De la sinergia entre ambas pasiones nació este pequeño libro.

Confieso que empecé a leerlo sin grandes expectativas: ¡existen ya tantos libros sobre la relación entre la eucaristía y la justicia…! Pero me ha resultado una grata sorpresa, porque, aunque haya muchos libros, éste tiene su originalidad.

Es original, primero, por el enfoque. Mientras lo habitual es abordar el tema desde la teología de la eucaristía, Scott lo hace desde la liturgia. Sigue paso a paso la celebración mostrando las implicaciones sociales de cada momento. Al hablar, por ejemplo, del rito penitencial explica que contiene una fecunda pedagogía de reconciliación en situaciones límites (entre los genocidas, terroristas, etc. y sus víctimas). Todo debe comenzar con un reconocimiento sincero y público del daño causado (“yo confieso que he pecado mucho…”); es una invitación a contar, en presencia de testigos, historias personales o grupales del daño causado y del daño sufrido, como se hizo en las experiencias de reconciliación de Sudáfrica o de Irlanda del Norte. El segundo paso es la expresión del dolor y el arrepentimiento, traducida en la petición de perdón en vez de permanecer en la negación de la culpa: “Señor, ten piedad…”. Es fundamental que haya un rito de perdón, para que víctimas y victimarios puedan librarse de recuerdos tan dolorosos –resentimiento en un caso, remordimiento en otro–, abriéndose a un futuro nuevo.

Me parece muy importante desprivatizar la vivencia de la celebración, porque a menudo las características propias de la liturgia contribuyen más bien a “domesticar” los textos más fuertes. Es sabido que Maurras, en el prefacio de Le Chemin de Paradis, felicitó a la Iglesia sin pizca de ironía por haber transmitido el Magníficat en latín, para que el pueblo no pudiera entenderlo, y con música gregoriana, para atenuar su veneno.

Gran sensibilidad

Este libro es original, en segundo lugar, por su lenguaje. Habiendo nacido de la sinergia entre dos pasiones –la eucaristía y la justicia social–, sus páginas transparentan gran sensibilidad y una amplia experiencia personal (el hecho de hablar cinco lenguas y haber sido asistente general de la Congregación entre 1987 y 1992 le ha permitido viajar por todo el mundo). En algunos casos, la autora no tiene reparo en explicitar sus experiencias personales. Por ejemplo, después de recordar que santa Ángela de Foligno (s. XIV) fue al hospital para lavar los pies a los leprosos –era Jueves Santo– y sintió tanta dulzura como si hubiera comulgado, añade: “También yo experimenté esta presencia de Cristo de un modo muy conmovedor mientras vivía y trabajaba en Cerro Navia, un barrio de chabolas en Santiago de Chile. Una tarde, cuando me disponía a ir a la capilla para mi hora de adoración eucarística, un ‘abuelo’ llamó a la puerta para preguntar si alguien podía tomarle la tensión. Entró y le tomé la tensión. Después charlamos mientras tomábamos una taza de té, al modo chileno, y más tarde se marchó, feliz. Llegué a la adoración un poco tarde, pero cuando me arrodillé en el suelo, contemplando a Cristo en la Hostia, me pareció que me decía: ‘¡Margaret, ese anciano era yo!’. Nunca antes las palabras de Mateo 25 me habían parecido tan vigorosamente reales. Pero éste no es el final de la historia. El domingo siguiente en misa, mientras yo distribuía la sagrada comunión, el ‘abuelo’ se acercó a mí. Cuando lo miré atentamente y le dije: ‘El Cuerpo de Cristo’, en su rostro se dibujó una sonrisa… y guiñó el ojo”.

Que el libro esté escrito con sensibilidad y contenga experiencias personales no quiere decir que carezca de rigor teológico. Podríamos decir –con fórmula de Jon Sobrino– que la teología de Scott es intellectus amoris. Ella estudió Ciencias Religiosas en el Instituto Pontificio ‘Regina Mundi’ de Roma, y sabe justificar lo que escribe.

Por las dos características indicadas –seguir paso a paso la liturgia eucarística y hacerlo con un enfoque experiencial–, este libro no sirve sólo para aprender cosas nuevas, sino para vivir mejor la celebración. Una vez terminada la primera lectura, podría ser útil ir interiorizando lo que implica celebrar la eucaristía deteniéndonos más o menos días en cada parte de la liturgia en función de nuestras biografías particulares.

El tercer mérito del libro es su brevedad. Se termina antes que las ganas de leer, porque tiene sólo 215 páginas de pequeño formato. “Lo bueno, si breve, dos veces bueno…”, decía Gracián. Esta vez sobra la segunda parte del aforismo: “… y aun lo malo, si poco, no tan malo”.

Diré, como conclusión, que aunque sea el primer libro de la autora, es un libro maduro que no defraudará a los lectores. Es de justicia felicitar a Sal Terrae por haberlo “descubierto” y publicado en castellano el mismo año en que apareció la edición inglesa en EE.UU. Supongo que, tratándose de una autora novel –por lo que a libros se refiere; había publicado ya artículos (dos de ellos en la revista española Manresa)–, tiene su mérito. La traducción es muy cuidada y sólo he visto una pequeña errata en la p. 118 (la keniata que ganó el Nobel de la Paz en 2004 no se llama Maathi, sino Maathai).

En el nº 2.708 de Vida Nueva.

Actualizado
21/05/2010 | 08:33
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