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‘La escuela católica. De la autocomprensión a la significatividad’


Un libro de Javier Cortés (PPC) La recensión es de José Luis Corzo

La escuela católica. De la autocomprensión a la significatividad, Javier Cortés (PPC)

Título: La escuela católica. De la autocomprensión a la significatividad

Autor: Javier Cortés

Prólogo: J. A. Marina

Editorial: PPC

Ciudad: Madrid, 2015

Páginas: 276

JOSÉ LUIS CORZO | Con la presentación de este libro en la embajada española ante la Santa Sede empezó oficiosamente el magno Congreso vaticano sobre los 50 años de Gravissimum educationis. Dio buena cuenta de ello Vida Nueva en el nº 2.966. La clausura, en cambio, fue cosa del Papa, que sobrevoló los mil tópicos habituales (tan aborrecidos por J. A. Marina en el prólogo) y sorprendió incluso a los progresistas.

Cabría confrontar inicio y fin del congreso: estas 276 pp. y las tres respuestas de Francisco –sin papeles– a otras tantas preguntas: ¿por qué es cristiano un colegio? Por impulsar lo humano; nunca hagáis proselitismo, dijo. ¿Y para su “cultura del encuentro”? Dejad tanto centro e id a los descartados; y no por caridad: para que hablen ellos. ¿Y educar en esta “tercera guerra mundial a trozos”? Sin amurallarse, concluyó.

Al confrontarlos, notaríamos enseguida un rasgo típico de Francisco: habla siempre del globo entero –con más pobres que ricos, por ejemplo– y no del terruño, como debe hacer nuestro autor con coraje y tino para detener la agonía de esta escuela católica (EC) consigo misma. Javier Cortés es del oficio y se las sabe todas, hasta darnos una obra que, si no apasionara, podría fatigar como una enciclopedia a algún lector.

Recomiendo empezar por su segunda mitad –en línea con su Gestionar para educar, que ya comenté en el nº 2.925–; él lamenta que la presión del reto actual propicie decisiones que ni respetan el carisma de la EC ni su verdadera transmisión viva en muchos religiosos y religiosas de edad. Llena de sentido común y de claras y sutiles correcciones, esta 2ª parte servirá de salvavidas al resto náufrago y a sus herederos laicos para que la EC sea más significativa.

Sin duda el mejor capítulo es Evangelizar la escuela, y no en la escuela (a base de pastoral añadida). Cortés repasa diez dimensiones –no solo la religiosa– de cada persona y alumno, por si alguna educación, católica o no, quisiera ser integral. Y repasa cada materia laica del currículo para darle un enfoque cristiano. ¡Ya era hora!, nos lo enseñaba Gaudium et spes hace 50 años: diálogo fe-cultura; y cultura, insiste Cortés, es la escuela (y hay que evangelizarla).

Lo malo es que los programas no se eligen; así que él, que pretende armonizar enseñanza y educación ¡tan distintas!, repasa también lo que queda fuera del currículo. Una zona preferida por el Papa, porque no huele a mercado ni a dinero ni a exclusión, como pasa con tanta nota y excelencia. Es verdad, la escuela bastante tiene con enseñar e igualar; para educarnos en ella (como en la vida misma), o confiamos en que el currículo nos traiga al aula los desafíos de lo humano, o pasamos de él y adosamos otras actividades. No lo excluye Cortés y retoca valiente la dichosa pastoral, las tutorías, la educación deportiva, sexual, social, estética y hasta la desenfocada clase de Religión. ¡Qué pena si el título de un libro tan útil ahuyenta lectores de otro redil!

Sostenibilidad

Los caps. 4 y 5, también realistas, estudian la selección y formación de profesores y, en definitiva, la sostenibilidad de la EC, que, por cierto –dice– no se debe aislar de las demás –¡todas de igual naturaleza!– ni sucumbir bajo los padres que la eligen, pues la EC no nació para ellos. ¡Nada menos!.

¿Y qué papel juegan los dos primeros capítulos? Nuestro autor, y sin citas –solo alude a unos 40 autores en todo el libro–, como el buen estratega empresarial que es, lo armoniza todo desde el cuadro de mando con un gran proyecto que vincule líder, profesores, familias, alumnos. Su propuesta –más que respuesta de fundadores– la ambienta con el cap. 1 –Leyendo el contexto– y evita un verdadero análisis de la realidad global, que hubiera iluminado de raíz por qué se hundió este pecio. Su proyecto de EC también le pide aclarar (cap. 2) de qué educación habla; y habla de la educación artesanal, bancaria, un trasunto del mítico Golem del judío alquimista.

A todos nos cuesta asumir que “nadie educa a nadie” ni lo debe intentar, por más exquisita, utópica y bienintencionada que sea la clonación que pretenda. Educar es cosa de relaciones –como sabe Cortés– (no solo entre educador y educando), entre los desafíos del mundo y nuestras respuestas a lo largo de la vida. Y un gran desafío actual para la EC es que la simple enseñanza es “un medio eficaz de promoción social y económica” que salva y fabrica multitud de pobres. Así nos lo advirtió ya con toda claridad el magisterio eclesial en 1977, so pena de colaborar en la injusta desigualdad mundial y servir de antitestimonio.

En el nº 2.974 de Vida Nueva

Actualizado
29/01/2016 | 00:29
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