Libros

La audacia de saber elegir


Cencino redescubre en esta obra los sentidos y la sensibilidad psicológica, filosófica y teológicamente

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Título: ¿Hemos perdido nuestros sentidos?: En busca de la sensibilidad creyente

Autor: Amedeo Cencini

Editorial: Sal Terrae, 2014

Ciudad: Santander

Páginas: 280

FERNANDO CORDERO (SS.CC.) | Amedeo Cencini (Senigallia, 1948) es un religioso canosiano italiano, auténtico maestro de Teología de la Vida Consagrada. Ejerce la docencia en las universidades Salesiana y Gregoriana de Roma. Especializado en psicoterapia analítica, ha acompañado diversos capítulos generales. También ha visitado diferentes países, asesorando instituciones de la Vida Consagrada. Es consultor de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, además de autor de numerosas publicaciones sobre Vida Religiosa, pastoral vocacional y formación permanente.

Ante una pregunta ciertamente interpelante del título de esta compacta obra y una sugerente propuesta a través del subtítulo, este texto redescubre psicológica, filosófica y teológicamente lo que es más peculiarmente humano, como son los sentidos y la sensibilidad, amenazados por ciertos aspectos de la cultura actual (mundo virtual, cultura de la apariencia, retos de lo cotidiano), con dos partes fundamentales y bien relacionadas. Como afirma la profesora Caterina Cangià en el prólogo, estas páginas están destinadas a “personas con los sentidos abiertos de par en par, que viven todo encuentro, realidad y vínculo con alegría y concentrada devoción”. Se lee con gusto y con la sensación de adquirir nuevos conocimientos imprescindibles para fomentar una vida en plenitud.

En la primera parte del libro, late de fondo esta pregunta, debido a la gradual desaparición de la sensibilidad en nuestro equipaje espiritual: ¿Es posible formar la sensibilidad? El autor trata de enfocar bien dos conceptos centrales, vías de acceso a la realidad: “sentidos” y “sensibilidad”. Capta la correlación íntima entre ambos términos, adentrándose en la sensibilidad de Dios, tal como nos lo reveló el Hijo. Define los sentidos con la metáfora del puente levadizo de nuestro mundo interior, que nos posibilita no quedarnos aislados de la realidad con la que linda. Nos permiten dar algo de nosotros a la realidad. Al menos tenemos cinco sentidos, junto con un sexto sentido, el del misterio en plano luminoso. Los cinco sentidos externos se corresponden con los sentidos internos. Por ejemplo, la vista se relaciona con una manera de ver que va más allá de lo que captan los ojos. La realidad es la vida que nos forma y en el ámbito creyente se convierte en mediación de la acción formativa del Padre. De ahí que la vida es una larga y nunca terminada parábola formativa. En la praxis de Jesús, la pérdida de los sentidos se cura cuando estos se hacen humildes, sencillos y audaces.
 

Aprender a leer

Amedeo Cencini.

Amedeo Cencini.

La sensibilidad es orientación, dinamismo que impulsa a la persona en una dirección bien determinada. Puede sintonizar con la verdad e identidad de la misma o convertirse en inclinación alienante y destructiva. En la sensibilidad hay energía, que experimentamos como un afecto que nos atrae en determinada dirección. Solo cuando la sensibilidad está en línea con la verdad del sujeto, libera. La sensibilidad atrae hacia sí la mente y la razón, afectando también a la voluntad. Es, por tanto, compleja y heterogénea. Los instintos son la raíz de la sensibilidad que se forma tras un largo proceso de sedimentación. Es fruto de lo que se ha ido sembrando a lo largo de la vida. Es la que nos dice lo cerca o lejos que estamos de nuestro ideal, por lo que hemos de aprender a leer la sensibilidad. En el marco de una perspectiva cristiana, la sensibilidad debe convertirse y madurar.

Cencini nos introduce en varias tipologías de sensibilidad: relacional, moral y estética. En la relacional se fija, entre otros, en dos tipos: el oso (encerrado en la indiferencia) y la mariposa (ir de flor en flor, superficialmente). La sensibilidad moral nos centra en los criterios necesarios para una vida buena, con motivaciones auténticas. En el campo estético, gustar la belleza es tener los ojos libres de la mirada interesada. Por último, nos hace llegar a la sensibilidad de Dios, manifestada en el ser y obrar de su Hijo Jesús.

La segunda parte de la obra, más propositiva, está orientada a la formación mediante la invitación a cultivar cada uno de los sentidos, al aire de la espiritualidad. Concluye con la propuesta de un sólido itinerario formativo de la sensibilidad.

El autor es consciente de que los sentidos son imprescindibles en la vida del ser humano, mientras que cada uno es libre de la búsqueda del sentido.
Sin embargo, es significativa la relación de complementariedad que establece con los dos términos, ya que los sentidos necesitan sentido para no hacerse insensatos.

En el capítulo dedicado a la formación de los sentidos, reitera la convicción de que una formación de los sentidos no solo es posible, sino absolutamente indispensable si no queremos correr el riesgo de perderlos en la actualidad. Para ello urge a evangelizar los sentidos, siendo esta la parte más propositiva o reestructuradora.

Especialmente sugerente es el capítulo dedicado a sentidos y espiritualidad. Aborda el estudio de la doble dirección entre los cinco sentidos y la fuente de sentido, esto es, la espiritualidad. También el consagrado a la formación de la sensibilidad.

Este libro, sin duda, ayudará a religiosos, religiosas y sacerdotes, así como a los laicos, a tomarse muy en serio y con urgencia su formación permanente en el momento presente:

Es el tiempo óptimo, de nuevo, no solo para tomar conciencia, sino también para tratar de hacer crecer la vida y lo que es vital en ti, porque no existe más que un único camino para no dejarte llevar y dejarte morir: elegir ahora, en tiempo aún real, lo que ahora te hace vivir, sin esperar ni soslayar. (p. 277)

En el nº 2.908 de Vida Nueva

Actualizado
12/09/2014 | 07:00
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