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Galileo y el Vaticano


Este libro de Mariano Artigas y Melchor Sánchez de Toca (BAC, 2008) es recensionado por José Ramón Amor Pan.

 

Galileo y el Vaticano

Autor: Mariano Artigas y Melchor Sánchez de Toca

Editorial: BAC

Lugar: Madrid

Páginas: 225

 

(José Ramón Amor Pan) Sobre el caso Galileo se ha hablado mucho y se ha escrito también abundantemente. Puede decirse que es un caso emblemático, no sólo porque el italiano puede ser considerado con toda razón como el padre de la ciencia moderna sino, sobre todo, porque se le presenta como el mejor y más claro ejemplo de la incompatibilidad absoluta entre ciencia y religión. Como dicen los autores, “el 22 de junio de 1633 quedó grabado a fuego en la historia de la civilización occidental”: ése fue el día en el que Galileo Galilei escuchó la sentencia condenatoria delante del tribunal de la Inquisición romana y, a continuación, leyó su abjuración, en la que rechazaba la doctrina del movimiento de la Tierra.

Con todo, hay que reconocer para ser fieles a lo que realmente aconteció que, aunque la sentencia fue dura y humillante y el propio Galileo no se la esperaba, se trató sin embargo de un proceso de guante blanco, pues los interrogatorios fueron tranquilos y nuestro personaje estuvo alojado en una suite de tres habitaciones en el palacio de la Inquisición. Igualmente hay que señalar que Galileo nunca estuvo en la cárcel, pues ésta fue conmutada por el confinamiento en la residencia que el Gran Duque de Toscaza poseía en Roma y al cabo de pocos días se le permitió ir a Siena, donde residió en el palacio del Arzobispo Piccolomini, gran amigo suyo, para finalmente regresar a su casa de Florencia, donde moriría ocho años más tarde, no sin antes publicar en 1638 su obra más importante, los Discursos y demostraciones en torno a dos nuevas ciencias, la obra que le convierte en auténtico padre fundador de la física moderna.

Juan Pablo II manifestó el 10 de noviembre de 1979, cuando apenas se acababa de cumplir el primer año de su pontificado, su deseo de que se examinara a fondo el caso Galileo para disipar los recelos que todavía existían frente a la Iglesia por este motivo. Aprovechó para ello la solemne ocasión que le brindaba la celebración en la Academia Pontificia de las Ciencias del centenario del nacimiento de Albert Einstein. Sin duda, para todos los interesados por el diálogo entre la fe y la cultura, la lectura de este memorable discurso de Juan Pablo II es del todo indispensable. “La grandeza de Galileo es de todos conocida, como la de Albert Einstein; pero a diferencia del que honramos hoy ante el Colegio Cardenalicio en el Palacio Apostólico, el primero tuvo que sufrir mucho ―no sabríamos ocultarlo― de parte de hombres y organismos de la Iglesia (…). Deseo que teólogos, sabios e historiadores, animados por un espíritu de colaboración sincera, examinen a fondo el caso de Galileo Galilei y, reconociendo lealmente los desaciertos, vengan de la parte que vinieren, hagan desaparecer los recelos que aquel asunto todavía suscita en muchos espíritus contra la concordia provechosa entre ciencia y fe, entre Iglesia y mundo. Doy todo mi apoyo a esta tarea, que podrá hacer honor a la verdad de la fe y de la ciencia y abrir la puerta a futuras colaboraciones”, manifestó el Santo Padre.

Muy buena voluntad

El Papa había lanzado una especie de reto, faltaba ahora por ver quién recogía el guante… No era una tarea fácil. A comienzos de 1981 se comenzaron a dar pasos concretos que finalmente llevaron a la creación de una Comisión para atender el deseo expresado por Juan Pablo II. Los trabajos de dicha comisión fueron clausurados el 31 de octubre de 1992 en otro solemne acto celebrado en la Sala Regia del Vaticano, la más rica y también solemne sala de audiencias del Palacio Apostólico, una especie de atrio gigantesco de entrada a la Capilla Sixtina, ante los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias reunidos en sesión plenaria. Se podría pensar que esa Comisión tuvo una organización muy elaborada y que trabajó durante años siguiendo un plan muy preciso y que se llegó a grandes conclusiones. Pero nada más lejos de la realidad, como pone de relieve el libro que ahora tenemos entre manos.

El denominador común, como señalan nuestros autores, fue la existencia de una muy buena voluntad pero unos medios claramente insuficientes para los objetivos perseguidos, pues, entre otros detalles, ninguno de los miembros de la Comisión estuvo dedicado de lleno a este trabajo; antes bien, todos estaban ocupados en mil y una tareas ordinarias inherentes a sus cargos y profesiones. Así, podríamos concluir con Artigas y Sánchez de Toca que “el trabajo de la Comisión y los discursos finales no fueron especialmente brillantes, y que ello se debió en gran parte a la dificultad misma del problema”. Sin embargo, como ellos mismos afirman a continuación, “la Comisión realizó un buen trabajo, que sin duda ha resultado útil y, además, ha promovido otros estudios realizados posteriormente que se encuentran en la línea de los objetivos perseguidos por la Comisión”. Y es que los cestos hay que valorarlos en función de los mimbres y del tiempo de que se dispone para realizarlos, ¿no les parece? De ahí esa aparente ambivalencia en el juicio sobre los trabajos de esta Comisión, ambivalencia que es real y objetiva: que no se cumpliesen todas las expectativas y que las cosas se hubieran podido hacer mejor no es obstáculo para reconocer el valor, la oportunidad y la fecundidad de lo llevado a cabo durante esos once años.

Con prólogo del Cardenal Poupard, el libro que presentamos narra –con maestría, rigor y amenidad– la historia de esa Comisión Pontificia de Estudio del Caso Galileo (1981-1992). Se deja leer con facilidad y aporta abundantes datos para conocer, evidentemente, no sólo lo sucedido con esta iniciativa sino también las principales líneas por donde discurrió el caso Galileo y por las que caminan las diversas investigaciones al respecto. En este sentido, puede decirse que Galileo y el Vaticano, editado por la BAC, es un punto y seguido en el apasionante estudio del diálogo entre ciencia y religión, sin duda uno de los mayores embates que tiene ante sí la teología y la pastoral en el momento actual, y al que no siempre sabemos responder atinadamente.

Publicado en el nº 2.630 de Vida Nueva (Del 4 al 10 de octubre de 2008).

Actualizado
03/10/2008 | 08:04
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