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Evangelización y espiritualidad


Un libro de Javier Garrido (Sal Terrae, 2009). La recensión es de Alfonso Novo.

Libro-evangelización

 

Evangelización y espiritualidad. El modelo de la personalización

Autor: Javier Garrido

Editorial: Sal Terrae

Ciudad: Santander

Páginas: 520


(Alfonso Novo) Ya desde los tiempos del Nuevo Testamento se ha reconocido que la fe cristiana no consiste simplemente en la acogida de un anuncio, sino que ésta inicia un itinerario de maduración que pasa por distintas etapas. Ya Filón de Alejandría, inspirador para muchos cristianos sin serlo él mismo, había distinguido entre incipientes, proficientes y perfectos, y este modelo ternario mantendrá una presencia constante en la historia de la espiritualidad, gracias en buena parte a la herencia espiritual de Orígenes. Baste recordar Las tres edades de la vida interior, de Garrigou-Lagrange. La espiritualidad de este tipo ha recibido no pocas veces la acusación de elitismo e individualismo, pues parecía reservar a la dirección espiritual de almas selectas el perfeccionamiento de la vivencia cristiana, mientras que las masas debían conformarse con una evangelización más superficial, suficiente, sí, para la salvación, pero que privaba al gran conjunto de los creyentes de las riquezas más profundas del Espíritu.

La intención aquí de Javier Garrido es, precisamente, la de superar esta división (división entre Palabra y Espíritu, entre doctrina y experiencia, que canoniza una división entre cristianos de primera y de segunda) mediante un modelo que él llama de “personalización”. La elección de la palabra no es arbitraria, ya que responde también a un intento de integrar el recorrido espiritual con las etapas del crecimiento humano, sin por ello reducir lo primero a lo segundo.

Desarrollo humano

Sin duda, los anteriores maestros de espiritualidad ya habían utilizado el lenguaje del crecimiento humano, pero era, en general, una analogía de la maduración espiritual, que poco tenía en cuenta los distintos momentos psicológicos y existenciales que corresponden a cada edad biológica. Sin confundir, por supuesto, lo psicológico con lo existencial y, menos todavía, con lo espiritual (pues son tres instancias distintas), y renunciando a esquemas rígidos que pretendan coartar la soberanía de la gracia divina, la orientación espiritual ha de estar atenta al desarrollo humano.

La primera etapa del itinerario de personalización es la iniciación, en la que se trata de superar los conflictos de orden psicológico y la inmadurez, para alcanzar autonomía personal y capacidad de discernimiento y para profundizar en la relación afectiva con Dios. La segunda etapa es la fundamentación. Si la iniciación busca la autonomía del yo personal, en la fundamentación la autonomía se convierte en obediencia por el Espíritu Santo. La tercera, y última, es el seguimiento, que muestra la culminación del proceso de personalización.

A primera vista, puede parecer extraño que se presente como meta la obediencia, ya que esta palabra más bien podría sugerir una despersonalización. Pero la obediencia de que se habla no es la sumisión o asimilación a un grupo o una ideología. Como ya había expresado en uno de sus libros anteriores, “ser persona no consiste en el equilibrio ni en el autodominio ni en la elevación espiritual de la conciencia ni en el heroísmo, sino en hacer la voluntad de Dios. La vida cristiana no es ni oración, ni acción, ni pasión, sino obediencia de amor” (Proceso humano y gracia de Dios, p. 312). En virtud de esta obediencia de amor, lo decisivo no es la tarea que se realiza, sino desde dónde se realiza, ya que así es vivida como misión.

Importante en este proceso es saber distinguir la vida infundida por el Espíritu de sus mediaciones, pero asumiendo que la vida teologal “se da siempre y únicamente en las mediaciones”. Dios, pero también la persona humana, trascienden las mediaciones, pero no hay encuentro con Dios sino a través de las mediaciones, hasta llegar al definitivo “cara a cara”. A la exposición de estas mediaciones y su dinámica se dedica la segunda sección de este libro, donde se abordan aspectos como la relación con Dios, la Palabra, la oración, la Iglesia, la liturgia o la vida ordinaria, entre otros. A la luz del doble principio de la necesidad de las mediaciones y de la no identificación de éstas con el encuentro con Dios, se entiende que puedan (y deban) producirse tensiones, ya que es igualmente peligroso absolutizar las mediaciones y renunciar a ellas. Piénsese, por ejemplo, en la tensión entre persona e Iglesia o entre libertad y obediencia. O en el peligro de sacralizar la liturgia, olvidando su papel de mediación, y concediéndole una sacralidad que corresponde únicamente a Dios y a cada persona humana.

Larga experiencia

El planteamiento de Garrido está apoyado por una larga experiencia en tratar con grupos de adultos. Lo cual lo acredita como válido, pero lo expone también al riesgo de lo demasiado concreto. Pese a todas las protestas en sentido contrario, puede dar la impresión de estar ante un “método”, aplicable en ese tipo de grupos, pero difícilmente generalizable como el itinerario de la espiritualidad cristiana. Habría sido conveniente desarrollar algo más los presupuestos psicológicos y antropológicos, para poder evaluar mejor las propuestas. A esta relativa insuficiencia contribuye un estilo lacónico, que más que redactar muchas veces se conforma con apuntar ideas o sugerir ejemplos (de los que no siempre se llega a percibir la hondura y el alcance). Ello exige un mayor esfuerzo para seguir con atención todo el proceso. Lamentablemente, porque, una vez que se logra, se aprecia la sólida trabazón del conjunto y la validez iluminadora de muchas de las intuiciones, que, no obstante la ya voluminosa extensión del libro, suscitan el deseo de un ulterior desarrollo en profundidad.

Pese al escollo que pueda suponer esto para el lector, y aun reconociendo que el modelo de la personalización difícilmente puede ser propuesto como un esquema único y universalizable en la enseñanza y en la práctica de la espiritualidad cristiana, la obra de Garrido es un muy serio y apreciable esfuerzo, cargado de experiencia y de sentido, por superar la división entre categorías de creyentes, para evitar que lo espiritual quede relegado al ámbito de lo prescindible en la vida del cristiano.

En el nº 2.690 de Vida Nueva.

Actualizado
08/01/2010 | 08:32
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