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ENTRE PALABRAS: ‘Los fugitivos’, de Carlos Pujol


Los fugitivos, Carlos Pujol, Menoscuarto

Los fugitivos

Autor: Carlos Pujol

Editorial: Menoscuarto, 2011

Ciudad: Palencia

Páginas: 160

ÁLVARO MENÉNDEZ BARTOLOMÉ | Carlos Pujol (Barcelona, 1936) falleció en enero del pasado año dejando una obra literaria y de traducción digna de ser recordada. En Los fugitivos, su última novela, encontramos una historia algo rocambolesca llena de peripecias, ardides y demás trasuntos de espionaje. Todo muy variopinto, nadie parece ser quien dice ser. Y todo –conviene señalarlo– con una ironía concisa, necesaria y estimulante.

Lo demás pasa por ser una novela sencilla y breve, que va al grano. De un modo u otro, ahí reside su eficacia. La a mi juicio sabia acotación de las palabras, su concisión, casa muy bien con las definiciones que en los artículos publicados a raíz de su muerte trataban de describir a Pujol: ‘sabio clandestino’, ‘discreto escritor ilustrado’.

La tarea del protagonista se enmarca en la Italia de los últimos días de Mussolini. La caída del dictador fascista, inminente en la trama, sirve de ambiente propiciatorio o –mejor dicho– de trasfondo, a veces frenético a veces satírico, en el que deambulan los personajes. Este escenario, el de la Italia de Mussolini, ya fue empleado por Pujol en la segunda parte –“La plaza de piedra”– del díptico novelesco titulado Dos historias romanas.

Carlos Pujol, escritorYendo a lo que sería la estructura externa de la trama, basta decir que se trata de una historia de espionaje con golpes de efecto: ¿James Bond en la Italia fascista de la II Guerra Mundial? Pues Pujol maneja muy bien este atrevimiento tan original. Sin ridículos.

Por otro lado, yendo ya al trasfondo, Los fugitivos es un brindis breve por la visión inteligente que ofrece siempre el buen humor y el hecho de quitar peso a las cosas. El protagonista, que a menudo toma decisiones obligado por la precipitación de los acontecimientos, mantiene un pulso ligero con el destino de un modo que es mucho mejor que el de tomarse las cosas con una gravedad demasiado seria. Esa indiferencia feliz, a veces, también es necesaria. Y nos libra de ser fatídicos.

Ironía y escepticismo

“La fama tiene esas cosas, nunca tiene que ver con nada que necesitemos de verdad”. “La gente es insondable, si no nos lo parece es que no entendemos nada”. Son dos frases de la novela, bien lúcidas ambas. Condensan muy bien ciertas ideas, como la de estar atento al dato y a lo que concierne, sin dárselas de listo. Así es il Capitano, protagonista y narrador de sus peripecias.

Puede hacerse una lectura, sin forzar mucho las cosas, según la cual en Los fugitivos se apuesta por la ironía mordaz de corte sano, así como por el justo escepticismo que huye de rigideces intransigentes y desquiciadas.

Es mejor preferir a quien tiene sentido del humor, esa forma tan necesaria de inteligencia, que al de la mandíbula apretada que enfurruña. Aquí se distingue la mala frivolidad del laissez faire tan contrario a lo meramente acomodaticio.

“En literatura las buenas ideas se reconocen enseguida: tienen ya como trazado su cauce de palabras, y son alegres y sorprendentes”. Así reza uno de los aforismos de este autor. Pues bien, esta sencilla y breve novela –novelita– posee ese gracejo, alegría también. Me gusta el hecho de que al haberla leído ciertos pasajes, que a lo mejor no lo pretendían, me trajeran al pensamiento la reflexión acerca del destino de los acontecimientos cotidianos. Uno se sorprende ante la idea de que lo sencillo a veces no lo es tanto, ¿verdad?

Como dice Andrés Trapiello en el homenaje que le rinde en la revista Fábula, ante todo Carlos Pujol es un poeta. Eso se nota: “A fuerza de pulir como un diamante / espléndidas palabras, sus sentidos (…)”. Esa precisión aparece en las frases y en los pensamientos de la obra de Pujol, y en Los fugitivos esto también sucede.

He leído en algún sitio que se trata de una novela floja… No lo creo, sinceramente. Esta reseña, o reflexión, ha escogido la que fue su última novela precisamente por ese motivo, pero más que nada para dar a conocer a un autor justo, que merece el descubrimiento y del que, sin embargo, admira su casi secreta y cultivada vocación por la discreción.

Pero la sencillez, que no simpleza, es una virtud. Enmarcar con agilidad una trama aparentemente disparatada, de modo que lo inteligible evite dificultades al lector, qué es sino todo un acierto. En otros momentos lo hizo con su poesía –léanla–, aquí lo hace con el humor. Dos buenos modos, como dice el propio Pujol, de subvertir la realidad. Poesía y humor. Sí señor.

Les dejo esta reflexión de Enrique García-Máiquez: “Escribir, verbo reflexivo, dejó dicho Carlos Pujol en aforismo impagable, por lo que tiene también de ironía final, de asomarse por la esquina y guiñarnos, reconociendo que al final uno acaba siempre por decirse, afortunadamente”.

En el nº 2.825 de Vida Nueva.

Actualizado
24/01/2013 | 08:23
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