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ENTRE PALABRAS: ‘Ensayos’, de Ralph Waldo Emerson


‘Ensayos’, de Ralph Waldo Emerson

Título: Ensayos

Autor: Ralph Waldo Emerson

Editorial: Cátedra, 2014

Ciudad: Madrid

Páginas: 472

LUIS RIVAS | Me parecía de justicia, en tiempos electorales, dedicarle un espacio al ensayo, que tanto y tan bien nos acompaña en esas jornadas de reflexión que suceden a la acción de votar. Convencido de la capacidad propedéutica de la empresa, no se me ocurre mejor recomendación que los Ensayos de Ralph Waldo Emerson, filósofo radical del individuo y de la democracia, que arrancan con la Historia y culminan en la Política, estableciendo un hito en ese texto rotundo que sería bandera de cualquier obra: Confianza en uno mismo –“Confía en ti mismo, porque cada corazón vibra con esa cuerda de acero…”–.

En sus escritos, Emerson se revela como notario y forja de aquello que podemos identificar como carácter genuinamente americano, un intelectual con profunda vocación de espíritu que invita al lector a trascender de lo cotidiano a lo esencial. “Nada grande se ha logrado nunca sin entusiasmo”, constató, y ese optimismo antropológico que rezuma cada una de sus páginas fue utilizado por los académicos para denostarlo, acusándolo de ignorar y, por ende, de no abordar el problema del mal endémico del mundo y de los hombres.

Santayana, en La tradición gentil, acaso describiera el excepcionalismo americano con mayor crueldad que ningún otro compatriota: “Un alma entusiasta e infantil, insensible a la evidencia del mal”. No obstante lo anterior, la reinterpretación de su temática a raíz de la influencia descubierta en Nietzsche –especialmente en su Genealogía de la moral–, un pensador que, digamos, tendría problemas para ser el alma de la fiesta, ha puesto de relieve que, más allá de la nobleza rotunda del filósofo, bajo su casuística habitual subyacen otras no menos importantes, como el destino de los perdedores, el mérito –las buenas acciones no encontrarán recompensa más allá de los bienes internos a su práctica– o la desgracia mil veces repetida. No en vano, Emerson consultaba de manera compulsiva el libro de Job, como ese Sócrates que se casó con la peor mujer de cabellos rubios para poner a prueba su propia paciencia.

Influencia en Europa

Para despecho de los académicos norteamericanos à la française, Emerson no se limitó a hacer seguidismo de las viejas formas de pensar europeas, sino que evolucionó la historia de la filosofía occidental tras inflexión propia. Tal vez por este motivo, su influencia sobre la intelectualidad europea –Carlyle, Coleridge, Stuart Mill, Wordsworth y todo el círculo de Nietzsche– fuera superior a la de su propia casa, donde se aplicaban en una suerte de manierismo filosófico, si bien siempre contó con el reconocimiento de Henry David Thoreau, su discípulo y jardinero particular, y el pope Walt Whitman.

“El pasado es cemento, pero el futuro es aire”, dejó escrito, para culminar que “lo que tenemos delante o lo que tenemos detrás es mínimo en comparación con lo que tenemos dentro”. Con su apuesta innegociable por cada individuo como poseedor de una misma alma que, potencialmente, puede llegar a lo más alto, desarrolló un esquema de pensamiento propio que ayudó a fraguar la identidad nacional estadounidense como ente plenamente nuevo e independiente del pecado original británico.

“La mayor desgracia del ser humano no es la evidencia de que va a morir, sino el hecho de que nadie va a encontrar en su vida a otra persona, salvo él mismo, que lo ayude a alcanzar lo que realmente puede alcanzar”. Con semejante confianza en cada ser humano, ¿cómo no convertirse en un demócrata radical, al margen de esos filósofos que se llenan la boca de democracia, pero que después se creen superiores a la plebe? La proclamación del Manifiesto de independencia intelectual terminaría de cavar su tumba en el canon del gremialismo.

Desde su profunda espiritualidad, el pensador rechazó en última instancia su ordenación como sacerdote y fundó el Trascendentalismo, una corriente que, grosso modo, propugna una experiencia individual del hombre con la deidad, sin intermediarios, es decir, un protestantismo radical basado en el idealismo alemán y emparentado con el hinduismo. La influencia oriental, en la que se han basado asimismo los críticos para restarle peso a su obra, produce un embrujo en la escritura de Emerson, convirtiendo cada reflexión en una especie de haiku, en uno de esos epigramas que rechazaba fuertemente el Amory Blaine del joven Fitzgerald.

Porque, en la obra emersionana, la escritura lo es todo: es bella, pero simple, y pliega en cada sentencia una paradoja y una metáfora que subliman el alma de cada lector. La traducción e introducción de Javier Alcoriza resulta fiel, fácil y, por tanto, verdadera.

En el nº 2.943 de Vida Nueva.

Actualizado
28/05/2015 | 11:36
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