Libros

ENTRE PALABRAS: ‘El silencio del héroe’, de Gay Talese


El silencio del héroe, Gay Talese (Alfaguara)

 

Título: El silencio del héroe

Autor: Gay Talese

Editorial: Alfaguara, 2013

Ciudad: Barcelona

Páginas: 348

LUIS RIVAS | Pese a lo distinguido de su indumentaria –un arquetipo platónico de los sicilianos de Coppola; su padre fue sastre de la vieja escuela–, Gay Talese (Nueva Jersey, 1932) ha vivido siempre a la sombra de Tom Wolfe en cuanto al tabarrón del Nuevo Periodismo. Habrá, obviamente, quien arguya para esta disputa que la formulación del concepto es lo fundamental; quien se deje llevar por el carisma de los trajes blancos y los Fedora; y a otros, por último, les resultará la Magna Grecia, sin más, muy lejana, sobre todo en comparación con el bloody Miami. Lo esencial: Talese puede considerarse padre legítimo y no exclusivo de ese Nuevo Periodismo norteamericano que ha logrado mantener el prestigio –y, por ende, con vida– de determinadas publicaciones de papel, al tiempo que se celebra la apertura digital de estas páginas mejores al caché de cualquier teléfono del planeta.

El silencio del héroe es un delicioso manual de crónicas que nos permite comprender cómo lo antiguo asimila la nueva tecnología: sin adaptarse, o, lo que es lo mismo, sin pervertir sus postulados ni su honradez en materia de calidad. El medio no interfiere en el mensaje más allá de erigirse en mero soporte que amplifica la voz hacia esos lectores que son fin último de su trabajo.

Gay Talese

Gay Talese

El libro que hoy nos reúne es una antología de reportajes y crónicas deportivas del señor Talese en estado de gracia, una colección de relatos sobre el éxito y el fracaso, el auge, el desengaño y las segundas oportunidades de esos héroes de nuestros días que han permitido que los hombres modernos pastoreen sus hormonas sin necesidad de masacrarse. Sobre el césped, o al pie de la lona, se coloca nuestro escritor para recoger lo que pasa en la intimidad de los idolatrados, como vienen haciendo los observadores de la realidad desde Homero, recordándonos que tan importante es el héroe como el poeta que lo canta.

En tiempos donde el kilo de entrevista insustancial a personajes deslumbrantes cotiza muy bajo, Talese nos recuerda que, como Foster Wallace con David Lynch, basta con mirar; que la mera concesión de la entrevista condiciona al entrevistador. Principio de incertidumbre.

Los reportajes que conforman El silencio del héroe encadenan una sucesión de momentos sentimentales del deporte de alta competición, que nada tiene que ver con esta cosita histérica que llamamos fútbol. Por su objetivo desfilan personajes de la talla de Joe Dimaggio –aislado y abandonado en su restaurante italiano de California–, el gran Mohammed Ali –de visita a Fidel en La Habana– o, a juicio de este cronista, la mejor de sus historias: la preparación del combate por el cinturón mundial de Floyd Patterson y Joe Louis, un verdadero monumento a la literatura deportiva. El boxeo, cómo no, predomina en una temática que tiende a la ortodoxia clásica en la pluma de estos chicos que quieren ser Jack London y visten calcetines a rayas. El macrorreportaje de Foster Wallace sobre Roger Federer, eso era la verdadera posmodernidad.

Sin desdeñar la pelea por la paternidad del rubro, el propio Talese ha insistido no pocas veces en que su lema es no contar nunca, jamás, ni una sola muletilla que no fuese verdadera y contrastable. De esta forma, lo que también se ha denominado como Periodismo Literario prescinde del elemento ficticio para dejar que la realidad desborde las hipérboles, sin importar lo creíble de los textos, parapetándose tras la barrera de los hechos reales. Y es que, mientras algunos perseveran con las estadísticas y las tácticas, el deporte se vuelve maravilloso bajo la lupa de Talese, exprimida toda su capacidad simbólica y de explicación del mundo y de lo humano.

La escritura presenta en cada párrafo la legitimidad del maestro que no entra en broncas de currículum vitae, siendo precisa, ágil, deliciosa, sin empacho. El estilo es agradablemente reconocible, tanto como leer Esquire, The Newyorker o la Harper’s en una cafetería de Manhattan, antes de que los aprendices de Paul Auster acudieran con sus cuadernos de notas a ligar a ellas.

La traducción deja esa pequeña efervescencia en la boca del haber estado leyendo prensa en inglés, sin renunciar a los giros convenientes del castellano. No es una mala interpretación la de Damià Alou, ni mucho menos: las reminiscencias están, sin más, en la forma de trabajar los textos y de mirar la vida, en la explicación de por qué los grandes escritores norteamericanos de la segunda mitad del XX publicaron reportajes, perfiles y crónicas periodísticas con la frecuencia y el rigor con que trabajaron sus mejores obras, mientras los europeos fabricaban best sellers que trataban de vendernos después desde la tribuna de los ensayos sobre sus imposturas políticas.

En el nº 2.962 de Vida Nueva.

Actualizado
30/10/2015 | 00:42
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