Libros

El vértigo de las llamas


Recensión de Luis RIvas sobre la obra de Mijaíl Bulgákov El maestro y la margarita (Nevsky, 2014).

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Título: El maestro y la margarita

Autor: Mijaíl Bulgákov

Editorial: Nevsky, 2014

Ciudad: Madrid

Páginas: 521

LUIS RIVAS | El fuego gemía en la estufa, la lluvia fustigaba la ventana. Moscú, edad de los sóviets, cuando ocurrió lo peor: “Saqué del cajón de la mesa los pesados manuscritos de la novela y los cuadernos de borradores y empecé a quemarlos. Fue terriblemente difícil de hacer, porque el papel escrito se resiste a arder. Rompiéndome las uñas, hice trizas los cuadernos, los ponía de pie entre los leños y con el atizador removía las hojas. De vez en cuando me vencía la ceniza, ahogaba las llamas, pero yo luchaba contra ella y contra la novela que, aun resistiendo con obstinación, acabó por sucumbir. Palabras conocidas fulguraban ante mí, el amarillo subía impetuosamente por las páginas, pero las palabras, aun así, se perfilaban. Solo desaparecían cuando el papel ennegrecía, y yo, con el atizador, furioso, las destruía”.

Mijaíl Bulgákov inventó esta escena para el pasado del Maestro y luego la puso en la memoria y el verbo y los delirios de su personaje. Al culminar su obra maestra, punto final, la arrojó al vértigo de las llamas. Marzo de 1930. Nada de metaliteratura: real como las purgas de Stalin. Acto seguido, el autor informó al Gobierno de su sacrificio a través de un telegrama. Ya habían empezado a matarlo de hambre, que es como se estiran las arrugas de los intelectuales incómodos. Pese a que se cree que otra de sus piezas, Los días de los Turbín, era de los favoritas del camarada dictador.

Al fin y al cabo, El maestro y Margarita giraba en torno al demonio (Woland) y su extravagante corte –en la que destaca un sicario transmutado en gato parlante–, y de tales sujetos solo cabe esperar malas influencias: un año después, el escritor ucraniano comenzó a reescribirla de memoria. Y seguiría haciéndolo hasta su muerte (1940), habiendo pulido y terminado la novela que hoy nos ocupa su viuda –y la mujer en que está inspirado el personaje de Margarita–, Serguéievna Bulgakóva. Habría de pasar más de un cuarto de siglo (1966) para que el texto viera al fin la luz en la revista Moskvá… con cien páginas menos, eso sí, una mutilación del 12% que la censura envió a los recovecos de la samizdat.

En las últimas semanas, la editorial Nevsky ha puesto de nuevo el foco sobre El maestro y Margarita, obra cumbre de la literatura soviética y de todo el siglo XX por encima de fenómenos económicos y de la política, con una versión pretendidamente canónica, reconstruida a partir de bosquejos y apuntes que el autor salvó del fuego, más esas tentadoras páginas que el estalinismo consideró intolerablemente irónicas. La traducción de Marta Rebón respeta el estilo claro y agudo que sin duda Bulgákov utilizó en su primer borrador, tan inspirado en la prosa del poeta Gógol.

A mitad de camino entre la metálica URSS y la épica Jerusalén de Poncio Pilato, Bulgákov no solo compone un retrato satírico de su tiempo, sino también una cronología del sufrimiento y de la piedad entre los hombres. El maligno y sus secuaces arriban al siglo XX con objeto de sembrar el caos y corromper homínidos –el trabajo de siempre, vamos–, pero solo encuentran hombres grises con trajes marrones, condenados en vida, ensimismadas las almas con la burocracia de las revoluciones. El escenario se demuestra idílico para la carcajada existencialista y metafísica, con vistas al sótano de nuestras propias cenizas.

Paralelamente, el autor se vale del libro escrito y quemado por el Maestro para introducir, secante, un plano sobre la Pasión de Cristo –“yo estuve allí”, reconoce Woland–, que abarca, como contrapunto a Satán, el ideal del bien absoluto a través de los siglos, nada menos que el hijo de Dios, con una profunda reflexión sobre el papel de la fe en la vida de los que sufren. Para esta ambiciosa recreación bíblica, Bulgákov se despoja de todo sarcasmo y se protege con estilo neutro y tono de historiador, que no son sino los rasgos de la escritura de su personaje, el Maestro, quien se tortura día y noche por el manuscrito quemado en un manicomio de las afueras. El maestro y Margarita, un clásico imprescindible del humor y de la hondura, se articula así como un paralelismo entre el Maestro de la literatura que ofrece su particular visión de la vida y de las letras y el maestro que Jesús quiso ser para toda la Humanidad.

En el interior del protagonista recluido, por último, hallarán un corazón donde no es posible separar el amor perdido del amor a la literatura perdida, del amor a la vida que se le iba al mismo Bulgákov. Por esta razón, no son pocos quienes ven la quema del manuscrito como un ensayo para intentar la muerte por mano propia, un empezar a morir un poco.

En el nº 2.900 de Vida Nueva

Actualizado
27/06/2014 | 07:00
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