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El servicio de los superiores


Un libro de Michelina Tenace (San Pablo, 2009). La recensión es de José María Arnaiz.

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El servicio de los superiores. Custodios de la sabiduría

Autor: Michelina Tenace

Editorial: San Pablo

Ciudad: Madrid

Página: 176


(José María Arnaiz) El modo de ejercer el gobierno en las comunidades religiosas es original y cuestionado especialmente en el contexto cultural de nuestros días, en el que ya de entrada toda autoridad es puesta en tela de juicio. Normal que así sea, ya que este modo junta e intensifica varios valores evangélicos. El presente libro trata de demostrar que este ejercicio de la autoridad de los religiosos es sabio, pero creo que sólo va a convencer a los convencidos. Con todo, para demostrarlo, la autora va a las mejores fuentes: acude a la tradición de la Iglesia, a los Santos Padres y a la de las grandes órdenes religiosas. A presentar esto dedica casi un tercio del libro; en este pasado descubre una experiencia de sabiduría y un ejercicio de la misma en quienes gobiernan siguiendo las orientaciones y propuestas de los Padres de la Iglesia y de las grandes tradiciones de vida religiosa. Dedica otro capítulo a remontarse a la Trinidad y encontrar en este horizonte otras claves importantes para ejercer bien la autoridad: la praxis de las buenas relaciones y la búsqueda de la comunión.

Dedica los dos siguientes capítulos al día a día de la autoridad, y aquí aparecen los temas candentes, y se nos habla de pecado, debilidad, idolatría, de lo difícil, de confusión. Así llegamos al último capítulo, en el que a los superiores los considera, o mejor, les desafía a ser custodios de la sabiduría y de las bienaventuranzas. Ésta sería para Michelina Tenace la fisonomía o el perfil del superior, así se definirán los que son capaces de entrar en la visión y el plan que Dios ha impreso en lo creado y en el corazón de las personas. No es poco.

¿Hay en la vida religiosa personas con la talla humana y espiritual para llegar hasta ese nivel? Entre líneas se puede leer que, para M. Tenace, no abundan. El libro, por supuesto, intenta que sean numerosas las que se capaciten para esta misión o, mejor aún, para este ministerio.

Desde las fuentes

La autora es nueva en la literatura de la vida religiosa en castellano; sin embargo, hay publicadas, sobre todo de espiritualidad, cosas muy valiosas desde el Centro Aletti de Roma donde reside y donde todo lo que se hace está muy inspirado en los autores del Oriente cristiano. Ella misma vive una nueva forma de vida religiosa. Y para iluminarla e iluminar su reflexión, acostumbra a ir a lo más radical y original, a las fuentes, como se advierte en este libro.

En estas páginas se vive esa tensión entre el mandar y el obedecer que mutuamente se implican, entre la mediación humana y la obediencia al Espíritu, entre autonomía y evitar el individualismo, autoritarismo y el humilde servicio de gobierno que bien junta libertad, diálogo y creatividad. Hasta ahora se ha escrito más sobre la obediencia que sobre el ejercicio de la autoridad; por eso se agradece un libro en el que se habla más de lo último que de lo primero, pero donde se deja claro que sólo manda bien quien bien obedece. Y por eso se habla de manera “inclusiva” de ejercer el gobierno, y al que ejerce la autoridad se le pide una sana y vigorosa espiritualidad para que su gobierno sea espiritual. Cuando los superiores no dan la talla, y ello ocurre, se produce, con alguna frecuencia, una crisis que se llama de obediencia, cuando en realidad es de autoridad.

El libro no toca el tema del vocabulario. Pero aprovechamos este último párrafo para decir que urge cambiar el nombre de “superior” por otro que no nos evoque que la contraparte es “inferior”. No es tema menor. La autora nos habla también de muchos malentendidos que hay en torno a “una obediencia que nunca se equivoca”. Cuando en realidad procede de una persona autoritaria, la posibilidades de que eso se dé son muchas. Sobre todo, nos deja con una propuesta de gran sentido común: al superior lo que se le pide, sobre todo, es que sea un buen cristiano, es decir, que tenga una fe operante por el amor. De aquí que la última frase del libro sea un buen colofón. La toma de El Peregrino ruso: “¡Cuánta sabiduría inspira el amor!”. Quien ejerce la autoridad no puede olvidar que sólo se puede mandar al que se ama, y “nunca será banal quien permanezca vigilante en el amor”. En el apartado final, M. Tenace invita al superior a que se preocupe más de amar y ser amado que de obedecer y ser obedecido.

En el nº 2.675 de Vida Nueva.

Actualizado
18/09/2009 | 09:05
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