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El quehacer de la teología


Un libro de Olegario González de Cardedal (Ediciones Sígueme, 2008). La recensión es de Eloy Bueno de la Fuente.

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El quehacer de la teología

Autor: Olegario González de Cardedal

Edita: Ediciones Sígueme

Ciudad: Salamanca

Páginas: 768

 

(Eloy Bueno de la Fuente) La última obra de Olegario González de Cardedal pone en nuestras manos una amplia reflexión que debe ser no sólo leída o escuchada, sino recogida y prolongada.

Seguramente, la magnitud de El quehacer de la teología desanimará a quienes carecen de tiempo, de interés o de coraje para confrontarse con las cuestiones de largo alcance que aletean por debajo de las ocupaciones o preocupaciones del momento. Los temas ineludibles  no deben ser marginados por quienes toman en serio la dignidad de la fe, el destino del cristianismo y la integridad de la cultura humana.

Tampoco faltará quien considere parciales algunos de sus juicios o eurocéntrica su perspectiva, pero ello no debe ocultar lo que verdaderamente está en juego: una apología del quehacer teológico, de la vocación del teólogo, de la actitud del vigía que otea el futuro desde el suelo de nuestro presente.

Para valorar adecuadamente lo que está en juego, el libro debe ser leído en un triple nivel, que enumero en orden creciente (a mi juicio) de importancia: aproximación, desde múltiples puntos de vista, a la teología como disciplina y objeto de estudio; testimonio personal de una tarea eclesial e intelectual vivida con pasión; advertencia de las encrucijadas que siguen abiertas y que deben ser afrontadas con tanta fascinación como lucidez. 

El primer nivel (el tema directo y expreso del libro) presenta los distintos aspectos de la teología como objeto de estudio, como disciplina académica: su sentido, su origen y su evolución; sus fundamentos y su identidad; su método y sus áreas; sus modos de manifestación y sus figuras más representativas; sus “lugares” y su dimensión eclesial… Es una visión desplegada desde la situación del autor: la segunda mitad del siglo XX, escenario en el que el autor se formó y en el que se situó como protagonista.

Testimonio y confesión

Estamos ante una apología (en su sentido más noble) de la teología. Es bien manifiesta su preocupación por mostrar su relevancia antropológica y su inteligibilidad intrínseca. Sobre esta profunda convicción van siendo aludidos y comentados los ataques y los peligros, los asedios y las asechanzas, las denuncias y las acusaciones que debe afrontar la teología.

Dada la dignidad de la teología, se ofrece, como consecuencia lógica, una apología del teólogo en cuanto vocación intelectual y carisma eclesial: ha de servir a la objetividad de la fe y a la situación del cristiano desde su existencia creyente, desde su esfuerzo filosófico, desde su sensibilidad cultural, desde su implicación personal, desde sus vibraciones más íntimas. La teología no existe en abstracto, sino en la vida de protagonistas responsables y conscientes. A este nivel, el libro es un testimonio y una confesión. El teólogo debe mostrar su mirada y su rostro en lo que dice y en lo que escribe, porque sólo así la teología hace ver su capacidad para generar existencias colmadas y consumadas.

Apología de la teología y del teólogo, ha de incluir un diagnóstico sobre la situación presente, como vigía que otea el amanecer cuando muchos de sus conciudadanos están adormecidos. Éste es el tercer nivel al que aludíamos: permanecen las viejas tareas, pero en el alborear de un nuevo horizonte se requiere “una nueva inteligencia del cristianismo” (p. 604), porque “aún no ha encontrado la articulación teológica correspondiente” (p. 629). Desde el equilibrio entre “los fuegos artificiales de nostalgia tradicionalista o de progresismo ingenuo” (p. 629-630), propone “volver a hablar gozosa y razonablemente de Dios, de su revelación, de su oferta de salvación, de Cristo y de su Espíritu” (p. 606). 

Estamos “en tiempo de otoño y de siembra, de trabajo y espera” (p. 606). Por eso es tan necesaria esta advertencia y esta apología. Y por eso deseamos que pueda contribuir a que sigan cultivándose las vocaciones teológicas y a que nuestra Iglesia valore todo lo que se juega en ello. 

En el nº 2.656 de Vida Nueva.

Actualizado
17/04/2009 | 11:03
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