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El nacimiento de las creencias cristianas


Una obra de Heikki Räisänen (Sígueme, 2012). La recensión es de Rafael Aguirre

El nacimiento de las creencias cristianas, Heikki Raisanen, Sígueme

El nacimiento de las creencias cristianas

Autor: Heikki Räisänen

Editorial: Sígueme, 2012

Ciudad: Salamanca

Páginas: 576

RAFAEL AGUIRRE | El autor afirma al principio de su libro que su objetivo “es ofrecer una presentación del conjunto de las primeras creencias cristianas”. Es una obra de madurez, de las que marca un hito en la investigación.

Destaca, ante todo, su método y orientación: se trata de una descripción del nacimiento y evolución de las creencias cristianas, sin tomar partido por ellas, “de manera que el trabajo resulte accesible para hombres y mujeres con independencia de su actitud religiosa”. Es decir, no pretende hacer una “teología del NT”, que supone la adhesión creyente a la cosa de la que hablan los textos y se ciñe al Canon como conjunto de libros inspirados y normativos.

Räisänen no descalifica este tipo de acercamientos, pero considera que su acercamiento es el propio de un contexto académico, en el que se trata de comprender el cristianismo (lo mismo que otras religiones), pero no de impulsar a su conversión o práctica. Por ello su estudio incluye todos los materiales hasta las últimas décadas del siglo II sin limitarse al NT.

Opta por una organización temática, concentrándose en las grandes líneas que se encuentran en el cristianismo originario. Pone de relieve su enorme pluralidad, aunque no deja de mostrar que, en un elevado grado de abstracción, se pueden encontrar con frecuencia convergencias importantes. En el tratamiento de los diversos temas estudia normalmente, de forma precisa y breve, la postura de Jesús y, a veces, prolonga su análisis histórico hasta los primeros concilios para mostrar por dónde caminó el desarrollo de las creencias. A lo largo de la obra, se hacen brillantes sugerencias y referencias interesantes a la actualidad.

Räisänen limita su estudio al origen de las creencias, pero considera que sus raíces y evolución hay que situarlas en su contexto. Por eso, en tres capítulos introductorios, presenta el judaísmo del segundo Templo, la religión y filosofía greco-romanas y los hechos históricos más relevantes del tiempo.

En el cuerpo del libro, la elección de los temas no se hace en función de un sistema teórico previo (como muchas teologías del NT), sino que sigue la importancia que los temas doctrinales tuvieron en el cristianismo de los orígenes. Por eso empieza por la escatología, que trata con especial amplitud en los capítulos 4 y 5. Hace ver la compleja y variada escatología judía del tiempo. Es siempre la esperanza de un cambio radical, que se expresa de forma terrestre (en esta línea parece situarse Jesús) o celeste.

Hay una tendencia a la espiritualización de la escatología, perceptible en Pablo y que culmina en los gnósticos. La escatología individual también es diversa: unos esperan un juicio individual tras la muerte y otros un juicio universal y general. Hay textos que hablan de la aniquilación de los impíos (aquí se situaría Pablo) y otros de un castigo eterno.

Tema ineludible

El autor considera que no se puede eludir un tema que molesta a muchos en la actualidad: en algunas líneas cristianas se creía en el infierno como lugar de tormentos eternos, idea muy presente en la tradición greco-romana. Esta creencia era un medio de persuasión o de poder, aunque había quienes la interpretaban metafóricamente. El concepto paulino de “cuerpo espiritual” parece acercarse al concepto de inmortalidad, que encontrará después desarrollos con muchas variantes.

El capítulo 6 muestra que se acentuó la fuerza del pecado considerando retrospectivamente la obra de Cristo, pero la valoración fue muy diferente en los diversos grupos. En el capítulo 7 se presentan las distintas traducciones prácticas que tenían el arrepentimiento y el reconocimiento de Jesús.

El capítulo 8 aborda el tema clave de Jesús como mediador de la salvación. Hace una buena presentación de los mediadores de Dios en el judaísmo y de las figuras que el judaísmo exaltaba junto a Dios (Henoc, Moisés, Melquisedec); estudia después la autocomprensión de Jesús de su misión. Con el paso del tiempo se fue desplazando la importancia del futuro al papel del Cristo glorioso en el presente (tradición postpaulina y Mateo). Tomarse en serio la humanidad de Jesús fue difícil y fuente de conflictos. Räisanen descubre en Juan tintes docetas, pero no considera el esfuerzo de los Sinópticos por reivindicar la vida terrestre de Jesús.

Los capítulos siguientes estudian la evolución de la creencia en el Espíritu (cap. 9: comienza presentando los fenómenos extáticos, sobre todo la glosolalia, que se daban en el cristianismo de los orígenes como marco para entender la evolución de la creencia), el paso de la identidad judía a la cristiana (cap. 10: subraya que la resistencia ante la idolatría cuando los cristianos eran minoría estigmatizada, se convirtió en intolerancia cuando fueron religión dominante), la actitud ante el mundo greco-romano (cap. 11: está en desacuerdo con quienes acentúan el antimperialismo del NT), los factores decisivos que confluyeron en lo que había de ser la “ortodoxia” (cap.12).

Se presenta una visión muy plural del cristianismo de los orígenes. El autor afirma que “al final fue la autoridad de un monarca mucho más poderoso que cualquier obispo quien zanjó las disputas y dictó definitivamente quién era ortodoxo y quién hereje” (p. 479). Pero sería preciso hacer ver las repercusiones políticas de las creencias para explicar las decisiones de un emperador en el siglo IV.

Se trata de un libro magnífico, que presenta con claridad un proceso muy complejo. El estudio histórico del nacimiento y evolución de las creencias cristianas es legítimo y necesario. Los estudios teológicos, que abordan estas creencias desde la fe, no deberían ver este tipo de estudios como rivales ni alternativos, sino como complementarios e interpelantes.

En el nº 2.832 de Vida Nueva.

Actualizado
18/01/2013 | 07:56
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