Libros

El clamor de los excluidos


Un libro de Luis González-Carvajal (Sal Terrae, 2008). La recensión es de José Luis Segovia Bernabé.

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El clamor de los excluidos. Reflexiones cristianas ineludibles sobre los ricos y los pobres

Autor: Luis González-Carvajal Santabárbara 

Editorial: Sal Terrae 

Ciudad: Santander

Páginas: 288 

 

(José Luis Segovia Bernabé) El libro que recensionamos continúa la saga de la extensa producción bibliográfica de su conocido autor (Esta es nuestra fe. Teología para universitarios es ya un clásico con 20 ediciones). Como reconoce él mismo, no es la primera vez que aborda el tema de los pobres (antes lo había hecho en La causa de los pobres, causa de la Iglesia, Con los pobres, contra la pobreza, o en más de medio centenar de artículos). Sin embargo, en plena madurez personal e intelectual, pretende hacer ahora una aportación más sistematizada. Y logra su propósito, pues no se limita a compilar temas tratados en obras anteriores, sino que hace una excelente síntesis actualizada con vocación manualística.

Principia el texto por un análisis riguroso de la realidad, aclarando conceptos dinámicos como pobreza, marginación y exclusión. Continúa con una apretada visión de la historia de la pobreza, para concluir esperanzadamente que los obstáculos para superarla hoy ya no son técnicos, sino morales. De su análisis de algunos pensadores contemporáneos, no tan sensibles a la realidad del sufrimiento ajeno como muchos podrían pensar, se deduce que no sólo podemos alcanzar bastante significatividad en el orden de la praxis, sino también en el doctrinal. Al parecer, desgraciadamente, los cristianos no tenemos tanta competencia en esto de tematizar y ejercer la acogida y el cuidado del otro…

Después del “ver”, comienzan los capítulos más teológicos del libro. Parte del destino universal de los bienes de la tierra y del compromiso intrahistórico del Dios bíblico para llegar a Jesús como el culmen de la preocupación por el otro. Irá siempre acompañado de dos notas: su rechazo al poder y la exclusión del odio y la violencia en la lucha contra la injusticia. El autor afirma categóricamente que nadie tiene derecho a ser rico mientras haya pobres, que todos tienen derecho a la redistribución de la riqueza (incluso a apropiarse de ella para sobrevivir), y que hay obligación moral de disentir e incluso de obstaculizar la ejecución de las sentencias injustas. Como se ve, el ejercicio de la caridad cristiana que presenta El clamor de los excluidos tiene poco que ver con una religión de bajo perfil y cómplice con la injusticia.

Tampoco se puede decir del libro que sea abstracto, pues hace aterrizajes nada forzados en el nivel de vida y las prácticas dinerarias que deben tener los seguidores de Jesús; también diluye lecturas espiritualoides de las exigencias evangélicas, parafraseando a monseñor Marty: resulta difícil entender que haya ricos con alma de pobre en un mundo de hambrientos de pan. Ello sin escatimar elogios al empresario honrado, el que genera riqueza y tejido industrial y crea puestos de trabajo justamente remunerados; precisamente lo contrario del neoliberalismo salvaje que nos ha llevado a la ruina y que pretendía socavar el Estado del bienestar del que ahora pretende nutrirse.

El papel de la Iglesia

No oculta González-Carvajal su simpatía por la categoría de la caridad política. Al respecto señala el papel de la Iglesia como inevitable grupo de presión. La pregunta es a qué intereses debe servir. Seguro que si se empeña en defender derechos completamente ajenos, de los que no puedan ser tachados de corporativos, ganará en credibilidad. Esto último no lo dice Luis, pero seguro que asentirá.

Nada de ello será posible sin beber de las virtudes que condensan lo mejor de nuestra tradición: la justicia y la caridad. La primera reclama promover los derechos humanos, en especial los derechos económicos y sociales; la segunda es pionera de la justicia y sabe poner gotas de ternura sobre ella, teniendo proscrito intentar suplirla. Dos manifestaciones de esta caridad son la comunicación cristiana de bienes, que habrá de alejarse de la caricatura de la limosna; y el voluntariado social, que deberá evitar la falta de responsabilidad, la escasa preparación o la doble vida. A esta lista de debilidades, especialmente presentes en las ONG, podrían añadirse su cooptación mediante subvenciones, o mutar el “sin ánimo de lucro” por el “sinónimo de lucro”. Una Iglesia que practique la caridad de la mano de la Justicia no resultará competidora del Estado del Bienestar y sus prestaciones, sobre todo si aúna simultáneamente la asistencia, la promoción y la transformación de las estructuras. 

Dedica el último capítulo a la dimensión pastoral. La causa de los pobres no puede quedar como acción de unos pocos en la Iglesia. Ha de estar presente en sus grandes acciones pastorales y, sobre todo, acentúa el autor, en su pastoral de conjunto. En efecto, la evangelización reclama para ser creíble la visibilización de signos escatopráxicos y espacios de celebración de la fe como la Eucaristía, que une el sacramento del altar al sacramento del hermano. Apunta con agudeza el catedrático de Comillas que, a los clásicos conceptos de licitud y validez (de corte juridicista), habría que incorporar la noción de “autenticidad”, pues “si falla el servicio fracasa la Iglesia”.

Nos hallamos ante una espléndida obra, que sabe aunar protesta y propuesta, realismo y utopía, y que evita descafeinar la moral social en un conjunto de enunciados ahistóricos y abstractos que a nadie incomodan. La autocrítica eclesial no impide descubrir, a través de una historia bimilenaria, lo mejor de una Iglesia que ha sabido ser auténticamente samaritana y que ha estado presente en todas las trincheras donde se jugaba la suerte de los pobres.

Da gusto comprobar que, en materia tan sensible, con la claridad y profusión de datos y citas curiosas a que nos tiene acostumbrados el autor, continuamente se cuelen fogonazos felices de esperanza por parte de quien conserva una mirada amable y generosa sobre el mundo y la Iglesia. González-Carvajal atina tomando en préstamo “la obediencia complicada de Bonhöffer“; con ella nos invita a no bajar el listón de las exigencias evangélicas y a acoger el clamor de los excluidos. Sin duda, el libro pretende ayudarnos a pasar el examen final, aquél del que, como reconoce Luis, se nos ha filtrado el texto y en el que, añadimos nosotros, siempre será lícito copiar a los mejores de la clase. Para este empeño, su obra constituye una excelente “chuleta”. Todo un Manual imprescindible de Teología pastoral de la Caridad.

En el nº 2.659 de Vida Nueva.

Actualizado
08/05/2009 | 11:02
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