Libros

Dios al alcance de los itinerantes


Las-moradas-Santa-Teresa

El castillo Interior, Guía práctica para itinerantes

Víctor Ricardo Moreno Holguín

Instituto San Pablo Apóstol

Bogotá 2015

165 pp.

El padre Víctor Ricardo Moreno se propuso en este libro que el camino trazado por santa Teresa de Ávila en sus Moradas quedara como mapa de viajero, al alcance de cualquiera que acometa la tarea de “descalzar el corazón” dispuesto a emprender una búsqueda espiritual por un camino humilde, silencioso y exigente hasta llegar a la unión con Dios. ¡Nada menos!

Moreno hace el papel de intérprete y de guía en el camino trazado por la santa doctora.

El que decide adentrarse en Las Moradas debe resolver, antes de trasponer el umbral, si su lectura es simplemente informativa (regodeo en el exquisito lenguaje de la santa, búsqueda de claves sicológicas, recreación de una época) o si se propone peregrinar con ella. Para cualquiera de los dos objetivos es útil el libro del padre Moreno.

Si su intención es valerse de él como una guía práctica de viandante, encontrará, además de las indicaciones del autor, trozos seleccionados del libro de santa Teresa y ejercicios prácticos. No es un devocionario ni una colección de lecturas piadosas. Dice el autor: “enseña cómo es el alma humana, cómo desea Dios obrar en ella cuando se está bien dispuesto y qué ha de esperar en el camino”.

Ir hacia adentro

El de Las Moradas fue un libro escrito a pesar de todo. A pesar de la autora misma: “soy ignorante y no sabré lo que digo”. Por amor de Dios, les dice a su vicario y a su confesor que la presionaban para que escribiera: “déjenme hilar la rueca, ocuparme del rezo del coro y de los actos de la comunidad”.

Pero debe escribir a pesar de la Iglesia misma, al menos la que obraba a través de los inquisidores. Ya esos fanáticos, convencidos de ser el brazo de la Iglesia, habían secuestrado dos obras suyas: Libro de La Vida y Camino de perfección.

En aquellos años los censores dormían con un solo ojo, de lo alertas que debían estar cuando crepitaba la reforma protestante y se libraban luchas por el poder; eran tiempos de agitación por las embestidas de reformistas y contrarreformistas; todo seguía perturbado por el descubrimiento de América y por las tareas de evangelización con los indios, de modo que los guardianes de la fe veían en cualquier sombra el paso oscuro del padre del error y de la mentira. A pesar de todo este contexto, la santa de Ávila escribió sus Moradas.

Entre interrupciones y dudas constantes, apareció esta guía para viandantes.

El proceso para llegar a Dios lo ve ella como una peregrinación. Y en un mundo dominado por reyes que se rodeaban del esplendor y de la parafernalia del poder, en un escenario de castillos y palacios resplandecientes de utilería cortesana, Teresa no escapa a su influencia y adopta el lenguaje y la utilería de las cortes. Como si no pudiera evitarlo, imagina la llegada hasta Dios como el paso de un cortesano a través de innumerables aposentos hasta alcanzar la sala del trono.

El lector de hoy, curado de pasmos ante los reyes, esa especie humana en franca decadencia, siente que a Dios se lo degrada cuando se lo compara y se le llama rey. Aunque la comparación suena desafortunada, vale la pena el esfuerzo para librarse de ella, olvidar las referencias castillos y rey, para seguir el camino trazado por Teresa, que el padre Moreno reproduce, según el libro, en siete moradas.

En la primera el lector obtiene el primer hallazgo: “no es pequeña lástima que no entendamos a nosotros mismos, que no sepamos quiénes somos”. A ese desconocimiento ella lo llama “una gran bestialidad”. Y repararla es condición necesaria para iniciar el recorrido.

Se trata, nada menos, que de despertar el yo interior, porque no es cuestión de ir hacia afuera, sino hacia adentro. Esta es la gran clave para el viandante que quiere hacer oración: a Dios no se lo encuentra afuera, como si uno fuera en una expedición o de cacería, a Dios se lo encuentra dentro de nosotros mismos: “habréis oído en algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es”.

“El camino es ir a esa Presencia santa lo que se es como hijo de Dios”.

Ese conocimiento de sí mismo desemboca, por necesidad imperiosa, en la humildad. El conocimiento de sí no es intelectual ni sicológico, tampoco es la percepción del “yo” que ocupa a los sicólogos y filósofos de hoy; es una profunda claridad sobre lo que se es y lo que no se es, que permite descubrir la propia nada: “dije mucho del daño que nos hace no entender esto de la humildad y propio conocimiento, pero es lo que más importa”, anota Teresa.

Todo lo que quiso expresar Bernini en su emotiva escultura del éxtasis de santa Teresa está descrito en la morada séptima, o final del recorrido. “Las potencias del alma se pierden, es decir que la voluntad, el entendimiento y la memoria ya no están… No existe comunicación a ninguno de los sentidos, ni a la imaginación, porque ha desaparecido; la relación con Dios no es por fe, es por conocimiento directo, la realidad divina está en lo muy interior, los dos hacen uno”.

Figuran en los anexos del libro textos del papa Francisco como la carta que le dirigió al obispo de Avila, al iniciarse el año jubilar teresiano. Allí ubica los cuatro lugares por donde puede pasar este recorrido:

El primero es el de la alegría, que emerge del alma habitada por Dios.

El segundo es el de la oración, que no es huida ni distancia, sino camino seguro.

El tercero es el de la fraternidad: orar juntos lleva a amarse juntos.

Y el cuarto es el del propio tiempo: es una experiencia que no aparta del mundo. Según Teresa: rezar más para comprender bien lo que pasa a tu alrededor.

El libro se convierte así en una experiencia del espíritu y en una ocasión para vivir de nuevo.

Javier Darío Restrepo

Actualizado
17/05/2015 | 00:00
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