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¿Creemos de verdad en la formación permanente?


Un libro de Amedeo Cencini (Sal Terrae, 2013). La recensión es de Jesús Sastre García

¿Creemos de verdad en la formación permanente?, Amedeo Cencini, Sal Terrae

Título: ¿Creemos de verdad en la formación permanente?

Autor: Amedeo Cencini

Editorial: Sal Terrae, 2013

Ciudad: Santander

Páginas: 152

JESÚS SASTRE GARCÍA | El autor de este libro, Amedeo Cencini, es muy conocido entre los religiosos y religiosas del mundo entero por sus abundantes publicaciones y cursos en el campo de la teología de la Vida Religiosa, la pastoral vocacional, la formación, etc. Aquí plantea dos cuestiones fundamentales: ¿en qué consiste la formación permanente? ¿Qué valor real damos a la formación permanente de religiosos, religiosas, presbíteros y laicos consagrados?

La razón de ser de esta obra hay que buscarla en la clarificación del auténtico sentido de la formación, la relación entre formación inicial y formación permanente y cómo se puede llevar a cabo. Lo primero, pues, es descubrir la naturaleza, finalidad e importancia de la formación permanente. ¡Formación permanente o frustración permanente!, en expresión de monseñor F. Lambiasi en el prólogo.

En este sentido, las presentes páginas son una “sacudida” a presbíteros y consagrados, así como un reto para los responsables de la formación permanente, muchas veces reducida a charlas o cursillos sobre cuestiones teóricas o pastorales.

El libro desarrolla temas tales como la necesidad de crear una “cultura” de la formación permanente –cuyos contenidos constitutivos son mentalidad, sensibilidad y praxis– y una articulación de la misma.

El objetivo nuclear de la formación permanente, según A. Cencini, es el desarrollo de la docibilitas (no confundir con docilitas), que consiste en “la plena audacia del espíritu o una forma elevada de inteligencia, tal vez la más elevada, típica de quien no espera a que las órdenes lluevan de lo alto, sino que toma él mismo la iniciativa para escrutar en la realidad aquella dimensión y oportunidad formativa de la que la misma realidad está siempre llena y de la que él tiene necesidad para su crecimiento” (pág. 60).

Los elementos de la docibilitas son la responsabilidad personal como adultos que nos sentimos amados por el Padre, la integración de lo vivido, el aprender a aprender la vida de la vida, y la capacidad de relación con la alteridad. En esta línea, la formación inicial debe propiciar que el sujeto en proceso formativo adquiera esta manera de ser, posicionarse y actuar en la vida y misión.

En consecuencia, la formación permanente es el ejercicio cotidiano de la docibilitas, lo cual no quita que haya a lo largo de la vida del presbítero o consagrado momentos intensos, en múltiples formatos, que aviven el modo adulto de vivir la propia vocación.

“La formación comienza a ser permanente solo si –y cuando– la persona ha dado una perspectiva definitiva o completa a su vida, aprendiendo a vivir cada situación existencial y relacional como lugar de formación” (pág. 100). Todo un reto para repensar la formación inicial y una explicación de las crisis vocacionales a los pocos años de la profesión perpetua o de la ordenación: el sujeto ha sido enviado al ministerio sin el bagaje personal mínimo para hacer en la vida un aprendizaje experiencial continuo.

Las páginas 130-147 presentan un modo concreto de una actividad de formación permanente extraordinaria. Se ofrecen suficientes pautas para que pueda repensarse esta experiencia en otros grupos y contextos con las debidas adaptaciones. El autor nos invita a tomar muy en serio, tanto a las personas como a las instituciones, lo que significa e implica la formación permanente, uno de los desafíos más importantes que tienen ante sí la Vida Religiosa y las diócesis. Con todo, hay que reconocer que, en líneas generales, la formación permanente está mejor entendida y organizada entre los religiosos que en el clero secular.

Este breve libro es un tratado claro y práctico sobre la formación permanente y cómo llevarla a cabo. De aquí que aconseje su lectura a todos, especialmente a los responsables de la formación, tanto inicial como permanente, pues ambas se relacionan en lo fundamental.

En el nº 2.887 de Vida Nueva

Actualizado
20/03/2014 | 17:06
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