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Cacho y los clasificadores: La ciudadanía de los pobres es posible


Libro-Padre-Cacho

PADRE CACHO

Cuando el otro quema adentro

Mercedes Clara

Editorial Trilce y Obsur

Montevideo

175 pp.

Buena parte de la literatura que circula sobre la vida y obra de quienes mueren “en olor de santidad”, se deriva de sus textos personales, de sus discursos, de sus cartas e incluso de su producción académica. En algunos casos, sus escritos llegan a constituir sendos tomos de “obras completas”.

No sucede así en los planteamientos de Padre Cacho, cuando el otro quema adentro, que recupera los itinerarios del sacerdote uruguayo Rubén Isidro Alonso, quien desde niño recibió el apodo de Cacho “en honor a lo cachetudo que era”. Pablo Bonavía reconoce que Cacho fue “alguien capaz de cruzar fronteras, de abrir caminos que no existían, de abandonar seguridades para meterse en mundos en que los curas normalmente no nos metemos” (p. 28).

El universo de Cacho no fue, ciertamente, el de los letrados que irrumpieron en la historia de los mortales con sus escritos místicos. Cacho fue un sacerdote ilustrado, autodidacta, pedagogo, pero de pocas palabras y tímido por naturaleza. Poco escribió sobre su particular experiencia de Dios, a quien encontró entre los más pobres, ni se ocupó en plantear un tratado eclesiológico desde la antropología del pobre, a pesar de tener todas las condiciones y la autoridad para hacerlo. Tampoco se propuso relatar su itinerario de búsquedas, entre sentidos y contra-sentidos. Lo suyo fue experimentar la vida de los clasificadores –mal llamados recicladores o hurgadores– que deambulan por las calles en sus carritos, con quienes compartió sus luchas de cada día en las periferias de Montevideo. “El gran impacto que tuvo la persona y la experiencia del padre Cacho no se explica por sus investigaciones académicas, la facilidad de oratoria o los escritos que dejó. Surgió de su práctica, es decir, de qué hizo, cómo lo hizo y por qué, de las múltiples actividades que promovió junto con otros en torno a la construcción de viviendas, la educación, el cuidado de la salud y la organización barrial” (p. 8). 

Acciones valientes

En un contexto marcado por casi un siglo de separación entre la Iglesia Católica y el Estado de Uruguay, un sistema político dictatorial, y una progresiva segmentación de la sociedad y de la economía uruguayas, Cacho, con su osadía, sugiere un “cambio de lugar social” donde la indiferencia no tenga cabida y las acciones contra la pobreza y el hambre se concreten sin más dilaciones. Él mismo había denunciado que “hemos creado una ‘máquina de hacer pobres’. Y mientras esa máquina no se desmantele va a seguir el sufrimiento, la pobreza, el hambre. Me duele ver que llegamos tarde, que la Iglesia demora, las concregaciones religiosas demoran, en acciones valientes, definidas” (p. 91).

Entre los de su generación, Cacho se adelantó en tomar cartas en el asunto. Primero con la pastoral juvenil, cuando era un joven sacerdote salesiano. Después en Pueblo Nuevo, al este de la ciudad de Rivera, donde inició una experiencia de inserción que no prosperó. Luego, como sacerdote diocesano, con los habitantes de la comunidad San Vicente, como un vecino más, compartiendo sus problemas, luchando por la legalización del terreno del asentamiento, construyendo casitas, escuchándolos y acompañándolos permanentemente, conquistando con ellos y desde ellos una vida más justa con salud, educación y dignidad.

El sacerdote uruguayo, pobre entre los pobres, tendió puentes de humanidad y se opuso a la “máquina de hacer pobres”.

 

Hombre-puente

Con rigurosidad investigativa, habilidad descriptiva y elocuente sensibilidad, Mercedes Clara, la autora del libro, permite que el lector descubra que Cacho es un “hombre-puente” que evita los protagonismos para procurar apoyos y unir voluntades, promoviendo la organización comunitaria y proclamando con su vida que la ciudadanía de los pobres es posible. La joven autora es comunicadora social, educadora, y lidera proyectos de voluntariado social de Obsur. Aunque no lo conoció directamente, integró el equipo de trabajo con clasificadores en la Organización San Vicente. La exhaustividad de su trabajo documental le permite delinear su semblante y sus itinerarios a través de múltiples voces que recogen los testimonios de quienes lo conocieron y compartieron con él algún trecho del camino. También consigue rescatar algunas palabras del propio Cacho, recurriendo a las pocas entrevistas que le hicieron en vida y a algunos manuscritos que reflejan su pensamiento y misión. El resultado es profundo y sobrecogedor: Mercedes hace una relectura de las experiencias de Cacho siguiendo el hilo narrativo de los actores que lo acompañaron y, de este modo, permite que el lector se apropie de su legado ético, de sus aprendizajes prácticos y de su pensamiento social y eclesial.

Poco después de su muerte, en 1992, en un papel encontrado en una caja de zapatos en la parroquia de Possolo, se conoció lo que bien podría ser una de las convicciones que marcaron su original manera de vivir el Evangelio en comunidad, creando puentes de humanidad, con un desborde inusual de sencillez, alegría y opción por los más pobres: “siento la imperiosa necesidad de vivir en un barrio de pobres y hacer como hacen ellos. Necesito encontrar a Dios entre los que más sufren… sé que vive allí, que habla su idioma, que se sienta a su mesa, que participa de sus angustias y esperanzas” (p. 27). Esta perspectiva también podría ser el “lente” para leer Padre Cacho, cuando el otro quema adentro. 

Un dato más, la arquidiócesis de Montevideo, en cabeza del cardenal Daniel Sturla, recientemente inició la causa de beatificación del padre Cacho. Podría ser el primer uruguayo en llegar a los altares.

Óscar Elizalde Prada

Actualizado
08/03/2015 | 00:00
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