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A los 50 años del Concilio


Un libro de Jesús Espeja (San Pablo, 2012). La recensión es de Jesús Sastre

A los 50 años del Concilio, Jesús Espeja, San Pablo

A los 50 años del Concilio. Camino abierto para el siglo XXI

Autor: Jesús Espeja

Editorial: San Pablo, 2012

Ciudad: Madrid

Páginas: 392

JESÚS SASTRE | El dominico Jesús Espeja, autor de abundantes publicaciones, no necesita presentación en ambientes eclesiales y académicos. El título de este nuevo libro editado por San Pablo refleja bien su contenido: podemos decir que es una obra de plena actualidad y constituye una importante y eficaz colaboración a la celebración de los 50 años del Vaticano II.

Está escrita por una persona que se inició como profesor de teología en San Esteban (Salamanca) cuando estaba celebrándose el Concilio. Su trayectoria posterior, de muchos años, también como formador, le ha permitido redactar con pasión y con perspectiva estas páginas.

La estructura que presenta el volumen es completa, y aparece distribuida en cuatro partes: una mirada al pasado de la Iglesia, la novedad que supuso el Concilio, en camino hacia una “Iglesia servidora”, y la mirada al futuro leyendo los signos del mundo actual.

Para un mejor entendimiento de los textos conciliares y de su recepción en el posconcilio, el autor nos recuerda las dos corrientes que hicieron acto de presencia en el aula conciliar y en la vida de la Iglesia: el diálogo con el mundo y el asegurar la continuidad en la Tradición de la Iglesia.

Durante los años 80, empieza a prevalecer la preocupación por la identidad cristiana y la desconfianza en el diálogo y las nuevas búsquedas y experiencias.

En este contexto, se afirma la importancia de mantener el ejercicio del método conciliar: descubrir y analizar los “signos de los tiempos” a la luz del Evangelio.

Hoy siguen siendo válidas las preocupaciones del Concilio, manifestadas por el papa Pablo VI al comienzo de la segunda sesión: lo que la Iglesia dice de sí misma, la identidad y misión de la Iglesia, el diálogo ecuménico y presencia y misión de la Iglesia en el mundo. La aplicación de la riqueza conciliar y la respuesta a las encrucijadas en las que se encuentra la Iglesia dependen de la fidelidad a las preocupaciones que recorren transversalmente todos y cada uno de los documentos conciliares.

Para Espeja, la imagen de la “Iglesia servidora” es la que mantiene mejor las intuiciones conciliares y responde más eficazmente a los retos actuales.

Los 50 años del Vaticano II que nos disponemos a celebrar en octubre son una llamada apremiante a descubrir la “densidad teologal del mundo” y a ver cómo la “Iglesia se constituye en la misión”. Por consiguiente, la visión que tengamos del mundo configura y condiciona el modo de ubicarnos como Iglesia y de ejercer la misión recibida del Señor.

¿Cómo tiene que ser y actuar la Iglesia para que el Evangelio que proclama sea más creíble? La reforma de la Iglesia sigue siendo necesaria; en este sentido, la tercera y la cuarta parte del libro realizan aportaciones tan fundamentales como necesarias para sentirnos cristianos del Concilio Vaticano II en un mundo que ha sufrido cambios importantes respecto de la época posconciliar.

Meollo de la cuestión

Por todo ello, importa volver a profundizar en la expresión “los signos de los tiempos”; la referencia a la conducta histórica de Jesús de Nazaret es imprescindible, pues en ella “van inseparablemente unidas la experiencia de Dios que a todo sostiene, el apasionamiento por la fraternidad y la compasión eficaz por todos que inspira la opción por la causa de los más débiles” (p. 191).

El autor presenta y comenta una serie de signos donde la Iglesia católica se juega su futuro: entre ellos, el grito de las víctimas, que no aparece suficientemente recogido en al Vaticano II. Todos los signos tienen una cuestión de fondo: “El tema de Dios en un contexto de indiferencia”.

Al abordar cada uno de esos signos de los tiempos, se apuntan aquí posibles respuestas hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia. El título del último capítulo del libro es como la conclusión del mismo: “De qué Dios hablar y cómo”. Este es el verdadero meollo de la cuestión, pues la Iglesia es “signo e instrumento” de la comunión con Dios y de la intercomunión solidaria.

Ojalá que la celebración del 50º aniversario del Concilio Vaticano II nos lleve a retomar y responder las preguntas que Pablo VI se hacía al comienzo y al final de la gran exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi: “¿La Iglesia es más o menos apta para anunciar el Evangelio y para insertarlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de espíritu y eficacia?” (n. 4). Esta pregunta exige una respuesta sincera y arriesgada.

“¿Qué es la Iglesia, diez [cincuenta] años después del Concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y suficientemente libre e independiente para interpelarlo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?” (n. 76).

Útil herramienta

El estilo del libro, por decisión manifiesta del autor, presenta una redacción ágil, clara y con pocas referencias bibliográficas. Se lee muy bien, incluso me atrevería a decir que engancha al cristiano inquieto y formado que busca actualizar su pertenencia eclesial. Al mismo tiempo, no pierde rigor expositivo y precisión en lo que dice. Estas dos cosas solo las consiguen, al tiempo, los maestros con experiencia pastoral y espiritual.

Esta obra, por tanto, es una herramienta muy útil para releer los documentos del Vaticano II en nuestras comunidades, para buscar las respuestas a los retos del presente desde la novedad del gran acontecimiento que fue el Concilio, y renovar la actitud de diálogo con el mundo y de discernimiento de los signos de los tiempos.

En el nº 2.813 de Vida Nueva.

Actualizado
31/08/2012 | 08:31
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