Juan de Ávila: una luz brillando en el olvido

(Juan Rubio)

Ya hace tiempo que se trabaja, y bien, para pedir al Papa que declare Doctor de la Iglesia a san Juan de Ávila, patrono del clero español. Se uniría a Isidoro de Sevilla, Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Su doctrina puede iluminar a la Iglesia en estos momentos de globalización, en algunos puntos semejante a los que se vivieron en el siglo XVI. La difusión de la obra del santo está siendo una tarea en la que se están dejando la piel muchos y grandes hombres y mujeres, alentados por el ejemplo de este santo manchego, cuyos restos se veneran en Montilla (Córdoba).

La Compañía de Jesús, congregación a la que Juan de Ávila no perteneció, pese a la invitación del propio Ignacio de Loyola, no sólo guardó su cuerpo con esmero y devoción durante siglos, sino que acogió a sus discípulos, administró sus colegios y, algo muy importante, difundió su obra por Europa, llevando sus escritos hasta Italia en 1581, Francia en 1588, Alemania en 1601 e Inglaterra en 1620. Precisamente fue en Inglaterra en donde los escritos de Juan de Ávila –especialmente los escritos en la prisión de Écija– pasaron de mano en mano entre los católicos perseguidos y encarcelados. Los jesuitas, en aquellos tiempos, se convirtieron en grandes voceros del avilismo y heraldos de su doctrina.

Ahora, la Compañía, en su proceso de reestructuración, ha decidido dejar la comunidad en la que se guarda el cuerpo del santo. Será la diócesis cordobesa la que se haga cargo de él. No deben olvidar que Juan de Ávila no es patrimonio de una Iglesia local concreta, sino de la Iglesia universal. Es un peligro hacer desviaciones torticeras de la doctrina del santo y de la historia. Se cae en una grave irresponsabilidad e injusticia. Los jesuitas no han olvidado al santo, como tristemente se ha comentado en alguna carta pastoral. Han trabajado y seguirán trabajando para dar a conocer la riqueza de su doctrina. Es muy conocido aquel comentario del P. Kolvenbach, Prepósito General de la Compañía, quien en una ocasión señaló, ante quienes sugirieron que se solicitara el doctorado para Ignacio de Loyola, que quien tenía que ser declarado como tal antes que nadie era Juan de Ávila, ponderando la grandeza de su doctrina. Tarea importante, pues, la de los jesuitas.

Su beatificación tardó más de lo normal. Tuvieron que ser los padres trinitarios quienes, a finales del siglo XIX, sacaran adelante la causa de beatificación. Nada hizo el clero secular, a excepción de los sacerdotes madrileños que ayudaron tanto a la instrucción el proceso en el siglo XVII. Después, en los años de restauración espiritual de la posguerra, la figura del santo ganó enteros. Pablo VI lo canonizó. En esta tarea hay hombres y nombres con los que no debemos ser olvidadizos. El Congreso sobre san Juan de Ávila organizado por la Conferencia Episcopal Española supuso un hito importante. Hoy, pese al debilitamiento de la Comisión Episcopal del Clero, sin secretario y con actividad mermada por causas que no vienen al caso, es ingente la tarea de Encarnación González. Quizá sería el momento de que obispos como Juan del Río, conocedor de su obra, asumiera la coordinación que evitara patrimonialismos peligrosos, apoyando el reto de traducir y universalizar más la obra de este santo español, tan injustamente tratado.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.722 de Vida Nueva.



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