Monseñor Calderón, un servidor fiel

(Antonio Pelayo) En los viejos manuales españoles de educación se nos enseñaba a responder a las personas de mayor edad o dignidad con la frase “servidor de Usted”. Hoy, al recordar a monseñor Cipriano Calderón, que conoció y trató sucesivamente a seis papas, pienso que ante todos ellos hubiera podido presentarse así: “Cipriano Calderón, presbítero español, servidor de Usted, del Papa, de la Iglesia romana y católica”.

Entre las muchas cualidades que Dios le había concedido sobresale, afectiva y efectivamente, su fidelidad a los papas y a la Iglesia, a cuyo servicio puso su inteligencia, su capacidad de trabajo, su austeridad de vida, sus vastos conocimientos. Y la suya era una fidelidad que nacía por supuesto de la fe en él tan arraigada desde sus raíces familiares, pero que se trasvasaba a toda su actividad inundándolo todo y dándole sentido y coherencia. Otra segunda cualidad ésta que también define a quien hoy recordamos.

Cipriano había nacido en Plasencia, tierras de Extremadura de la que salieron hace siglos algunos de los más heroicos conquistadores de América. Su ser extremeño no le abandonó nunca, como tampoco el acento característico de su región natal aun después de tantos años de vivir fuera de ella. Roma se convirtió en su segunda patria: aquí llegó para realizar sus estudios en el Palacio Altemps –sede entonces del Pontificio Colegio Español de San José–, aquí fue ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1953; aquí desarrolló su intensa actividad periodística, primero como corresponsal de diversas publicaciones españolas y después como director de la edición en castellano de L’Osservatore Romano. En la Basílica de San Pedro recibió la consagración episcopal el 6 de enero de 1989.

La “romanidad” se había convertido en la segunda faceta de su personalidad no sólo como efecto de sus largos años de vida en la urbe. Era romano por convicción y talante y sus reflejos estaban siempre condicionados por esa ligazón con la Roma de la cultura desde luego, pero sobre todo de la fe. Lo recordó en la preciosa homilía que pronunció en la iglesia jesuítica del Gesú en la Eucaristía presidida por el cardenal Eduardo Martínez Somalo con motivo de los 50 años de sacerdocio del purpurado, al que monseñor Calderón estuvo tan ligado que “heredó” el título episcopal de Tagora cuando fue nombrado obispo por Juan Pablo II.

Fue el papa Wojtyla quién le nombró vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina, cargo que desempeñó con esa entrega al trabajo que le ha caracterizado siempre. Al continente de la esperanza le dedicó los años más intensos de su vida: recorrió sus países uno a uno, estableció relaciones de amistad con muchos de sus obispos y cardenales, ayudó a superar tensiones y establecer puentes de diálogo cuando éstos eran más necesarios que nunca. Acompañó a la Iglesia latinoamericana en sus momentos estelares, como fueron las sucesivas asambleas de Puebla, Medellín, Santo Domingo, y promovió que en Roma se conocieran mejor las aspiraciones y tensiones de esas “jóvenes” iglesias.

Sacerdote y periodista

Este rápido retrato de monseñor Calderón quedaría incompleto si no me refiriera a su actividad periodística, que ocupó tantas horas de su vida. Fue una pasión que atravesó toda su existencia: trabajó en la Oficina española de información del Concilio Vaticano II, sobre el que escribió centenares de crónicas y artículos; Pablo VI le hizo director de la edición semanal en lengua castellana de L’ Osservatore Romano, colaboró con diversos medios de comunicación y fue autor de varios libros donde volcó su erudición y buen sentido. Pero independientemente de sus actividades concretas en este campo, no perdió nunca algo que es innato en el periodista: la curiosidad. Cuando ya no tenía ninguna obligación de hacerlo, era muy frecuente encontrárselo en la Sala de Prensa de la Santa Sede recogiendo el bolletino o asistiendo a algunas de las conferencias de prensa allí convocadas. Sobre ciertos temas, don Cipriano lo sabía “todo” pero administraba con gran prudencia sus saberes, disfrutando de ir bastante por delante de algunos colegas que se las daban de enterados. Ya enfermo, no perdió la costumbre de darse, siempre que podía, una vuelta por la sala de prensa con su inevitable pregunta: “¿Qué hay de nuevo?”.

Monseñor Cipriano Calderón deja en Roma, en España, en América Latina y en el mundo muchos amigos que le recordarán con estima (los primeros, sus hermanos, los sacerdotes operarios diocesanos fundados por el beato monseñor Domingo y Sol). Desaparece ante nuestros ojos su inconfundible persona, pero quedará para siempre su testimonio de fidelidad; el Señor sabrá recompensar con creces a su siervo fiel.

Este artículo de Antonio Pelayo está en la edición diaria de L’Osservatore Romano.

“Que me recuerden por mi amor a la Iglesia y a los papas”

Este miércoles, 4 de febrero, fallecía en Roma, a los 81 años, Cipriano Calderón. En una entrevista a la revista Vida Nueva, publicada hace algunas semanas (en su número 2.642) manifestaba su deseo de que le recordaran “por mi amor a la Iglesia y a los papas”. Una de sus pasiones era la escritura, y de ello dan fe no sólo sus colaboraciones con publicaciones como Ecclesia, Signo y Ya y su paso por L’Osservatore Romano, sino también sus libros, entre los que destaca Vaticano II, donde analiza el Concilio, del que fue testigo directo. “Soy sacerdote y periodista. Y subrayo la palabra sacerdote”, aseguró durante su entrevista a la revista Vida Nueva.

De América Latina, continente que conoce muy bien por su responsabilidad en la Curia, lamentaba el fenómeno de las sectas: “Están haciendo disminuir notablemente el número de católicos, lo que exige una presencia continua y una acción incisiva de los evangelizadores: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos”.

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El viernes 6 de febrero, a las 17:00, será la misa funeral en el Altar de la Cátedra, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Al día siguiente, los restos mortales se trasladarán a Plasencia, en cuya catedral se instalará la capilla ardiente. El domingo 8 de febrero será el funeral en Plasencia, y el cadáver recibirá sepultura en la parroquia de El Salvador.

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