Editorial

Verdad para honrar a los mártires de la UCA

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Ocurrió cuatro días después de que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional lanzara una ofensiva y matara a centenares de salvadoreños. El ejército irrumpió en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y asesinó a seis jesuitas, a la cocinera de la residencia y a su hija. Al frente, el rector Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo que había jugado un papel clave en las conversaciones con la guerrilla.

Han pasado 25 años de la matanza. Y las promesas del entonces presidente Alfredo Cristiani de llevar ante los tribunales a los culpables, se disolvieron en una comisión especial y en un juicio sin garantías en el que no comparecieron ni los inductores ni tan siquiera todos los autores materiales. Además, a los dos únicos condenados se les amnistió. No fue hasta 2008 cuando la justicia española entró en escena y permitió iniciar el procesamiento de una veintena de militares. El pasado lunes, el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, levantaba el auto que había decretado por lesa humanidad, ya que un magistrado español solo puede continuar si los imputados son españoles. Al menos, el proceso sigue en relación a cinco de las ocho víctimas. Estos subterfugios judiciales y la negativa del Tribunal Supremo de El Salvador a extraditar a los implicados no hacen sino complicar el periplo judicial del llamado “caso Ellacuría”, reflejo del camino que todavía queda por recorrer para evitar la sensación de impunidad ante crímenes de guerra.

En cualquier caso, este aniversario tiene lugar cuando el proceso de beatificación de Óscar Romero se encuentra en su fase final, como ha confirmado a Vida Nueva el postulador de la causa, Vincenzo Paglia. Nueve años separan ambos martirios. Como ocurrió con los jesuitas, el arzobispo de San Salvador no era un analista político ni vivía obsesionado por el carrerismo que denuncia una y otra vez Francisco. Simplemente, se presentaban como unos apasionados del Evangelio, conscientes de las implicaciones que conlleva el seguimiento de Jesús: vivían y sufrían con el rebaño que les había sido encomendado. Eran voz de denuncia y compromiso con los más pobres, guiados por unas Bienaventuranzas encarnadas en una realidad concreta: el trabajo a favor de la paz y la erradicación de las desigualdades sociales en El Salvador. Más allá de los postulados de la Teología de la liberación, los jesuitas fueron testigos incómodos pero valientes, que suponían una amenaza para quienes querían perpetuar estas situaciones de opresión.

La desidia institucional que durante algunos años ha planeado sobre esta tragedia se ha compensado con la memoria viva del pueblo salvadoreño. El Salvador no vive hoy en estado de guerra, pero el auge de la violencia, la alta tasa de analfabetismo y la actual crisis financiera sitúan al país en una inseguridad vital no menos preocupante. Si la verdad, traducida en un proceso judicial, una sincera apuesta por la reconciliación se convierten en las herramientas más eficaces para cerrar el “caso Ellacuría”, dignificar a los salvadoreños con políticas que busquen acabar con las desigualdades sociales y económicas se presenta como el mejor homenaje a la vida entregada de los mártires de la UCA 25 años después.

En el nº 2.917 de Vida Nueva.