EDITORIAL VIDA NUEVA | En su avance hacia la integración, la Unión Europea pasó con el cambio de siglo de una mera tecnocracia monetaria a una política con valores.
El abandono de la neutralidad para con las personas –favorecido por los vientos de la bonanza– supuso la invitación a participar del proceso de toma de decisión a organizaciones religiosas solventes y experimentadas en busca de una orientación del debate público, transparente y libre de acusaciones de injerencias espurias. Sin embargo, la depresión económica parece traducirse día a día en un castigo a sus 500 millones de ciudadanos, como si de la contracción de sus derechos dependiera la salida de la crisis.
>La crisis humanitaria en las fronteras de Europa copa titulares, con España a la cabeza del incumplimiento de las leyes internacionales, que prohíben, entre otras prácticas, las llamadas devoluciones en caliente. Sin embargo, los asaltos de inmigrantes desesperados a las vallas del primer mundo no suponen el único problema que se les plantea a los ciudadanos de cara a las elecciones al Parlamento Europeo, que tendrán lugar del 22 al 25 de mayo.
De esta forma, los obispos de la COMECE –el grupo religioso de mayor influencia en Bruselas– han alertado de la falta de compromiso con el medio ambiente de las instituciones comunitarias, así como de una preocupante disminución de la solidaridad entre los Estados miembros, sustentada en no pocas ocasiones en una discriminación –rayana al racismo– que sitúa a los países del sur como parásitos de los eurocéntricos.
La flagrante violación de la dignidad humana en Ceuta, Melilla o Lampedusa ha reenfocado el debate sobre el respeto que la UE tiene hacia los Derechos Humanos de sus propios ciudadanos. El cierre de fronteras en Suiza ha calentado el fervor nacionalista y de tendencia a los extremos ideológicos que ha caracterizado cada una de las elecciones europeas.
En este sentido, cabe aplaudir el rechazo al Frente Nacional que ha protagonizado la denominada Catosphère francesa, que, por su radicalidad en algunos debates, había sido sospechosa de apoyar en masa a Marine Le Pen. A ello hay que añadir el imparable aumento de la pobreza, el empeoramiento de las condiciones laborales y la drástica supresión de ayudas sociales a los más necesitados.
Esta batería de preocupaciones se deriva exclusivamente de los ciclos de la economía –materia a la que se acota la opinión de las Iglesias–, puesto que en el plano moral quedan abiertos importantes debates sobre el aborto y el modelo de familia, así como la investigación con embriones humanos financiada por los presupuestos comunitarios.
No es de extrañar, por tanto, la petición del Servicio Jesuita a Migrantes de valorar el compromiso con los Derechos Humanos de los candidatos antes de entregar el voto, especialmente en una coyuntura de lucha entre la tecnocracia y los valores humanos. Lobbies gays, ecologistas, etc pelean ya contra la tiranía de las empresas y también por su modelo de sociedad ideal.
Y las organizaciones religiosas, con mayor o menor éxito –destreza–, no les van a la zaga en sus actividades en Bruselas, presionando en el sentido de lo que, consideran, los intereses de todos.
En el nº 2.893 de Vida Nueva
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