Editorial

Tierra Santa: renunciar para coexistir

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Si la labor diplomática de la Santa Sede es apreciada y valorada en todo el planeta, este aplauso generalizado radica en la ausencia de intereses particulares ante cualquier negociación donde ejerza de mediadora más allá de la búsqueda de la paz y la promoción de la dignidad de los pueblos. De ahí la relevancia que ha adquirido el reciente reconocimiento formal por parte de la Santa Sede hacia el Estado palestino.

Se trata de un acuerdo global que ha tenido lugar en el marco de la canonización de Mariam Baouardy y Mariam Sultana Danil Ghattas, las dos primeras santas de lengua árabe nacidas en territorio palestino antes de la ocupación israelí, y la audiencia de Francisco al presidente palestino, Mahmoud Abbas, en el Palacio Apostólico.

Una vez más, el Papa argentino rubrica una jugada maestra a favor del equilibrio internacional fruto de una labor de décadas, llevada a cabo por los diferentes equipos que han pasado por Secretaría de Estado y que ha contado con el respaldo y empuje de sus predecesores en la sede de Pedro.

De hecho, si se echa mano de los manuales de historia y de las hemerotecas, la posición del Vaticano ante este conflicto no es nueva. Ahí está el acuerdo alcanzado por la OLP en 2000 y el visto bueno a la iniciativa en 2012 de la ONU de reconocer a la nación palestina como “Estado observador no miembro”. Desde esta perspectiva, la Santa Sede siempre ha defendido la vía de los dos estados, que pasa por la independencia y soberanía de una Palestina democrática, a la vez que una convivencia segura y pacífica con Israel y con el resto de vecinos de Oriente Próximo. Por este motivo, era de esperar el regocijo de la Autoridad Nacional Palestina, así como la medida decepción del Ejecutivo israelí.

Pero, por encima de estos pronunciamientos, la Iglesia siempre ha trabajado sobre el terreno denunciando el hostigamiento sufrido por un pueblo que ha visto mermadas sus oportunidades para sobrevivir al otro lado del muro de la vergüenza. En concreto, en las peregrinaciones de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco se han erigido como altavoces de una minoría cristiana que vive en un permanente vía crucis precisamente en la tierra que vio nacer a Jesús.

El paso dado ahora por la Santa Sede busca ser un acicate para salir del estancamiento en el que se ha visto atrapado un proceso político que en los últimos años se ha traducido en un goteo incesante de violencia y muerte sin justificación alguna.

La vía vaticana, que pasa por reconocer el derecho a existir de Israel y Palestina, exige un sobreesfuerzo por ambas partes que parece no llegar. Un punto de partida que exige a su vez unas garantías institucionales que solo pueden sobrevenir de un seguimiento y respaldo internacional, con el Consejo de Seguridad de la ONU al frente y un reposicionamiento de Estados Unidos. Pero, sobre todo, de una voluntad sincera de diálogo y distensión desde la esfera política, pero también en el plano religioso entre judíos, cristianos y musulmanes.

La paz en Tierra Santa no llegará hasta que todos los actores implicados interioricen la primacía de una negociación en igualdad de condiciones donde todos tendrán que renunciar para coexistir.

En el nº 2.942 de Vida Nueva. Del 22 al 29 de mayo de 2015

 

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