Editorial

Soluciones al genocidio del sida

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Monsengwo plantea el uso del preservativo para disminuir los riegos de contagio en
una coyuntura muy concreta

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VIDA NUEVA | El cardenal arzobispo de Kinshasa, Laurent Monsengwo Pasinya, conoce a pie de obra el alcance de la epidemia del sida en su país, la República Democrática del Congo, que sirve de espejo a lo que sucede en gran parte de África.

De ahí la naturalidad con la que aborda las cuestiones relativas al uso de preservativos y otros medios anticonceptivos en el marco de la lucha de la Iglesia para frenar el contagio de la enfermedad. En la entrevista que publicamos en este número de Vida Nueva, el purpurado acepta el hecho de que los Estados los promuevan como parte de una estrategia sanitaria para controlar la propagación del virus. Es más, consciente de la realidad en la que se mueve, concreta que cuando una mujer es violada, pueda utilizar estos métodos. De la misma manera, puntualiza que, ante la poligamia y la falta de fidelidad en el seno de una pareja, se plantee su utilización “en plena libertad”.

La claridad de estas respuestas de uno de los hombres fuertes de Francisco en el Consejo de Cardenales y, por tanto, en el continente negro, no hace sino reforzar la excepcionalidad del uso de estos medios en el ejercicio de la sexualidad cuando se pone en peligro la salud de otra persona. Ya lo manifestó Benedicto XVI en el libro Luz del Mundo, cuando en conversación con el periodista Peter Seewald, se manifestó en torno al drama de la prostitución. Por primera vez un papa, nada sospechoso de caer en el relativismo y en las soluciones fáciles, se pronunciaba de forma explícita sobre tan controvertido asunto.

De todo esto no cabe deducir que ni Monsengwo ni Ratzinger justifican moralmente el ejercicio desordenado de la sexualidad, pero sí que plantean el uso del condón para disminuir los riesgos de contagio en una coyuntura concreta. Como un mal menor o última vía de escapatoria. Pero, sobre todo, como un acto de responsabilidad cuando está en juego la vida del otro, sea para evitar el contagio ante situaciones de promiscuidad, si el esposo es seropositivo, explotación sexual o policonsumo. Son estos casos sobre los que cabría ahondar, teniendo en cuenta que el enemigo es el sida, el profiláctico no es la solución y el reto pasa por humanizar las relaciones sexuales.

Por este mismo motivo, centrar el discurso en el preservativo equivaldría a banalizar la sexualidad, convirtiéndola en pura genitalidad. También sería trivial considerar que el cardenal africano, con sus palabras, abre las puertas a que se pueda deducir que en algunos casos es legítimo recurrir al condón y a otros medios para evitar embarazos no deseados. La Iglesia, con los misioneros y el clero local al frente, trabajan con una estrategia muy clara: la abstinencia y la fidelidad, con la educación y el acompañamiento como pilar, siguiendo la tradición recogida por el próximo beato Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae. Por encima de todo, la persona. No puede ser menos cuando de lo que se trata es de plantar cara a un “genocidio silencioso” –como lo califica también en las páginas de nuestra revista el obispo Juan José Aguirre– que provoca la muerte de 1,6 millones de personas al año en todo el planeta y que está dejando a una generación huérfana en África, donde son 20 millones los infectados…

En el nº 2.912 de Vida Nueva