EDITORIAL VIDA NUEVA | La Santa Sede ya tiene lista la Ratio fundamentalis que actualiza el itinerario formativo para los seminaristas de todo el planeta. A través de las líneas maestras del documento, a las que ha tenido acceso Vida Nueva, se busca renovar todo el proceso, desde la pastoral vocacional previa hasta la formación permanente una vez ordenados sacerdotes.
Las aportaciones y experiencias de distintos centros ha permitido configurar un proyecto que descansa en una de las bases de este pontificado: el fin de las recetas de aplicación inmediata frente a un marco guía que requiere adaptarse a cada contexto social, eclesial y personal. Desde ahí, todo el camino que se plantea, desde el curso propedéutico al diaconado, para que la vocación al sacerdocio empape todo su ser y hacer.
Si se aterriza esta apuesta por integrar las dimensiones humana, espiritual, intelectual y social, se dejarán atrás determinadas lagunas, especialmente en el terreno afectivo. Ignorar los problemas psicológicos o tapar heridas con parches puede resultar letal para la Iglesia, como ha quedado probado a través de la lacra de los abusos sexuales.
De esta manera, se requiere una respuesta comprometida y con apertura de miras de los seminarios locales para adaptar las líneas generales de la Ratio, desde el “no dar nada por sabido”, no temer decir “no” a un candidato, hasta sustituir una dirección de almas basada en el autoritarismo por un acompañamiento para guiar el discernimiento personal.
La nueva ‘Ratio fundamentalis’ acaba con
los centros de formación aislados de la realidad
para promover la conexión con el entorno social
y la búsqueda de una fraternidad real
entre los sacerdotes en sus diócesis.
Para lograrlo, los seminarios no pueden ser espacios aislados, deben vivir permanentemente conectados, en un wifi ilimitado de oración para configurarse con Cristo, pero que alcance también a la comunidad parroquial y al contexto social en el que viven.
De ahí que el año de experiencia que se plantea fuera del seminario antes de la ordenación resulte crucial para que el futuro sacerdote abra todos los poros de su piel y su corazón. Esa inmersión le confrontará y le permitirá medirse para saber si está dispuesto a vivir con “olor a oveja” ad eternum, insertos en el mundo, huyendo de otro aroma que no sea el de los pobres.
La nueva Ratio fundamentalis subraya además la urgencia de reforzar la formación permanente tras la ordenación, que permita generar un ambiente de fraternidad entre el clero local de tal manera que impulse el cuidado mutuo para evitar el aislamiento y la consiguiente secularización al que se puede ver abocado un párroco, fruto de la soledad y sobrecarga de tareas.
En definitiva, con la Ratio fundamentalis en la mano, formadores y seminaristas están llamados a contratar la única tarifa que posee conexión con la vida real y ofrece garantía de permanencia: identificarse plenamente con Cristo, como siervo y pastor.
Publicado en el número 3.014 de Vida Nueva. Ver sumario
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