Editorial

Se busca el resurgir de los intelectuales

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EDITORIAL VIDA NUEVA | En la Ilíada, Macaón curaba las heridas de los combatientes, mientras que su hermano Podalirio se dedicaba a las enfermedades invisibles, las enfermedades del alma. Hacen falta no solo quienes nos saquen de la crisis con recursos materiales; también hacen falta poetas, intelectuales que nos ayuden a curar las secuelas de la situación y a buscar sus causas profundas.

El intelectual puede ofrecer esa ayuda, ese servicio tan necesario en sociedades instrumentales que solo buscan soluciones técnicas. Hoy se necesitan pensadores que nos lleven a la raíz de los problemas y que no solo curen las heridas, sino que planteen el origen de los males para evitar una recaída.

El papel del intelectual en la sociedad actual se hace cada vez más urgente y necesario. Son los que aportan el alma y los que ayudan a sacar de la sociedad la fuerza y el aliento que tiene en sí, y devolverle la autoestima. Para que no se convierta esto en una nueva Troya bajo cuyos muros quedan enterrados médicos y combatientes.

Uno de los escenarios de la nueva evangelización propuestos para el Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en Roma el próximo mes de octubre es el de la cultura y el ambiente en el que se mueve la intelectualidad. Un escenario que no solo hace referencia al diálogo Fe y Razón, que también. Se trata del lugar que ocupa la Iglesia en los ambientes de la intelectualidad de cada país.

La voz de los intelectuales creyentes,
católicos o no,
ha de ser el contrapunto profético
en momentos delicados,
y siempre tiene que servir como esperanza.

La presencia de cristianos en el mundo de la cultura no es tan significativa como en otros momentos históricos. Sin pretender tener la hegemonía, hoy se echa en falta una valoración desde el punto de vista creyente, más allá de las cartas pastorales del Magisterio, y más allá de las notas técnicas que puedan servir como soluciones.

Hace falta la voz significativa, positiva, propositiva y alentadora que pueda ser respetada y que sirva de contrapunto a un pensamiento único, instalado en una sociedad que ha venido decretando la disolución de la trascendencia. La voz de los intelectuales creyentes, católicos o no, ha de ser el contrapunto profético en momentos delicados, y siempre tiene que servir como esperanza.

La fe aporta esperanza y renovación, mirada al frente. Recuperar ese aliento en las personas y en las instituciones, sacando de lo más profundo de la cultura y del espíritu las claves, se debe convertir en un reto.

El escenario en el que hay que situarse es un escenario plural. Solo las propuestas serias y positivas, que lleven a una regeneración del tejido espiritual y pongan en marcha dinamismos transformadores que miren a la paz y a la justicia, serán capaces de tener éxito. No es hora de la acomodación del intelectual al poder constituido, sino la hora de la crítica constructiva. La verdad sigue siendo verdad, la diga Agamenón o su porquero. Y como servicio a la Verdad, los intelectuales deben trabajar con esfuerzo y tesón.

No es hora de darse tiempo. A unos, en estos momentos que dibujan el nacimiento de una nueva época, les corresponde hablar; y otros escuchar. Es la hora de poner las cosas en el sitio que les corresponde y de buscar una razón que nos saque del laberinto. Vida Nueva se acerca hoy a esta realidad y ayuda a reflexionar sobre esta carencia tan significativa en boca de intelectuales de este país.

En el nº 2.801 de Vida Nueva. Del 19 al 25 de mayo de 2012.

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