El fallecimiento de dos misioneros y el contagio de una enfermera que les trató disparan las alarmas
VIDA NUEVA | Evidentemente, la muerte por ébola de los dos misioneros españoles que fueron repatriados y a los que no se pudo salvar la vida, preocupa.
También, como hemos conocido, que una de las enfermeras que los atendió en el Hospital Carlos III de Madrid se haya contagiado. Es lógica la alarma, pues hablamos del primer caso no originado en África.
Así, son lógicos los debates sociales y las apelaciones a la Administración para que se afronte este fenómeno con rigor y transparencia, sin que esto signifique que se deje de prestar la asistencia sanitaria, y el traslado, si fuera necesario, a cuantos misioneros y cooperantes lo precisen. Los miembros de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios, a la que pertenecían los dos religiosos fallecidos, se están desgastando por reabrir sus dos hospitales en Liberia y Sierra Leona. Son una gota en el océano, que construye sociedad. Pero, sobre todo, lo hacen ajenos a toda polémica política.
En el nº 2.912 de Vida Nueva
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