Editorial

Redescubriendo a Camilo

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Los asistentes al conversatorio de Vida Nueva sobre Camilo Torres encontraron tres imágenes creadas o por los ponentes con sus reflexiones y documentos; o por los que participaron con sus preguntas; o por el ambiente en que transcurrió el evento.

Los presentes evocaron la figura de Camilo guerrillero, que los medios de comunicación han destacado por sobre cualquiera otra imagen; menos destacada en el imaginario común ha sido la de Camilo sacerdote; y como vestigio de la indignación que desataron la actividad política de Camilo y su ingreso a la guerrilla, emergió el Camilo comunista, cómplice de asesinos y desertor de la Iglesia. Esta tercera imagen sobrevive en la memoria de personas como las que preguntaron las razones de Vida Nueva para promover un homenaje como el que ellos creyeron ver en el conversatorio.

Demostraron que cincuenta años después las reacciones condenatorias no han desaparecido. “Fue muerto el exclérigo y bandolero”, tituló el diario La República, entonces. “Todo se le puede decir: loco, desequilibrado, desorbitado, iluso, pero bandolero no”, precisó El Siglo. “No había tal sacerdote de avanzada, simplemente un marxista convencido”, comentó El Espectador. “Murió como un criminal común”, dijo el párroco de La Veracruz al negar una misa por Camilo.

De ahí en adelante, la imaginación popular alimentada por los medios de comunicación cultivó una imagen icónica: la de Camilo vestido de camuflado y cubierto con una boina al estilo del Che. Esa imagen, que fue la de los escasos tres meses de su paso por la guerrilla, tuvo la fuerza suficiente para sobreponerse a la del sacerdote que había sido el hecho central de su vida.

Los ponentes en el conversatorio, con la ayuda de documentos y memorias, se propusieron demostrar la importancia que para Camilo había tenido su condición sacerdotal. Para hacerlo fue necesario examinar el nexo que en la vida de Camilo tuvieron el sacerdote y el guerrillero.

La relación, al parecer imposible, se encuentra cuando el investigador comprueba la insistencia y persistencia de Camilo en destacar la necesidad de que el cristianismo se manifieste a través del amor eficaz a los pobres. Son reiterados los textos en entrevistas, conferencias, editoriales, estudios, en que Camilo explica su sacerdocio como un compromiso con los demás, especialmente los más pobres, con un amor eficaz.

Cincuenta años después las reacciones condenatorias no han desaparecido

Para sorpresa y escándalo en su momento, explicaba que la misma Iglesia y la vida sacramental perderían su sentido si el ejercicio de ese amor eficaz no estaba en el primer lugar de la agenda de los creyentes.

Pero el amor eficaz puede hacerse real solo si se mantiene un delicado equilibrio entre las exigencias de ese amor que pide soluciones urgentes, reformas estables, atención a las necesidades reales y la impaciencia con que se reclaman los cambios que urgen a la vez la justicia y el sufrimiento de los pobres cuando piden soluciones ya.

Allí es donde aparece el drama de Camilo, desgarrado entre su generosa búsqueda de soluciones concretas y eficaces y la naturaleza lenta y progresiva de los indispensables cambios sociales. Camilo no le niega nada a ese Cristo encarnado en los pobres; la suya se vuelve una historia de entrega total, de modo que, cuando se convence de que todos los caminos se han cerrado y de que solo le queda la azarosa respuesta de la revolución armada, entrega su tranquilidad, su ejercicio sacerdotal, su prestigio, para intentar la vía única que cree posible.

Quienes en su momento lo condenaron no pudieron entender que, con tal de servir a los pobres y a las víctimas de la injusticia social, Camilo había querido acelerar el tiempo y forzar las estructuras. Pero, sobre todo, había querido ser fiel a la lealtad que Dios considera indispensable e impostergable: el amor a los demás.

Se trataba de entender esto para redescubrir y rescatar la identidad profundamente sacerdotal de Camilo.