Editorial

¿Por qué hay gente honesta?

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Sí, estamos rodeados de gente deshonesta, como aparece en el A fondo de esta edición. También hay gente honesta. ¿Por qué son honestos?

1. Porque tienen claro qué es el bien y qué el mal. Para la gente honesta no hay confusión posible: lo malo, lo incorrecto no puede confundirse con lo bueno, lo correcto y lo aceptable para todos.

Al escuchar las voces de los corruptos de hoy, sean los autores de matanzas, los responsables de desapariciones, encarcelamientos, secuestros o de grandes estafas y defraudaciones, lo mismo que los falsificadores o traficantes de armas, seres humanos o drogas; todos ellos parecen obedecer a la misma persuasión: lo que hacen ha sido ordenado por alguien, fuera de ellos, sea ente físico, el jefe, el amo, el patrón, algún señor de los cielos, o por una entidad política o moral: el partido, la nación, la necesidad, la revolución o la protesta contra la injusticia.

Comentando el juicio a Adolf Eichmann por sus crímenes contra los judíos, Arendt hablaba de una arista siniestra: la misma que aparece en la corrupción de hoy, lo más grave: “estos hombres no eran pervertidos ni sádicos, sino que fueron y siguen siendo terroríficamente normales. Normalidad terrorífica, mucho más que las atrocidades juntas por cuanto implicaban que cometían el crimen en circunstancias que les impedían saber o intuir que realizaban actos de maldad”.

Los honestos lo son porque consideran que el mal, en cualquiera de sus formas, nunca es un hecho banal.

2. La gente honesta desconfía del ethos del pragmatismo; algo propio de la cultura digital regida por el resultado inmediato de todo.

Se sitúan en un plano al que no llega la fiebre devastadora del utilitarismo que mide todo lo que existe por su capacidad de producir provecho inmediato. Dos antiguos procuradores colombianos coincidieron en un foro sobre corrupción cuando señalaron como característica del funcionario corrupto: “llegan a lucrarse del poder, no a servir”, dijo uno; el segundo agregó: “actúan como hombres de negocios para maximizar sus ganancias”.

Hay, en cambio, funcionarios honestos: esos seres humanos que aman la dignificación y el regocijo que dejan a largo plazo las tareas de cuidado y de servicio.

3. Hay gente honesta porque hay una parte de la humanidad orgullosa de su condición humana. Solo “cuando el hombre se comprende a sí mismo como lo absolutamente valioso, como lo que tiene dignidad y no precio, su propia humanidad se le convierte en fundamento de su acción, en motor del quehacer ético”, anota Adela Cortina.

4. Hoy hombres honestos porque hay quien no se deslumbra ni toma como modelo al hombre de mundo, ese triunfador efímero que llega a lo alto entre codazos y zancadillas. Los llama esquizoides  George Devereux: “son seres impersonales en sus relaciones humanas, de fría objetividad, indiferentes en lo afectivo y aislados en las grandes ciudades, sin sentimientos ni compromiso con el mundo social, incapaces de tener una verdadera personalidad”.

Para esta clase de personas no existe el otro, a quien solo se tiene en cuenta como medio para el fin supremo de su éxito personal. Ramonet los definía como “átomos infrahumanos, vacíos de cultura y de sentido del otro”.

Hay quienes rechazan ese modelo y su filosofía de vida: son los que con un claro sentido de lo humano y de su dignidad viven en función del otro. Porque hay quien piensa y actúa así, por eso, hay gente honesta.

5. Hay gente que no se deja deslumbrar ni por la globalización ni por el dinero ni por el éxito fácil. Esa parte lúcida de las sociedades es capaz de mantener, a pesar de las presiones en contra, el respeto al trabajo ajeno, al trabajador; conserva un sentido humanitario y pertenece a la aristocracia de los austeros.

Descrita como un cáncer mortal, tenemos que concluir que la corrupción se mantendrá en retirada mientras en nuestra especie brillen, como estrellas, los hombres que diariamente nos redimen de la vergüenza y de la desesperanza.

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