EDITORIAL VIDA NUEVA | La muerte es un negocio que mueve en España 1.500 millones de euros. El consumismo y la secularización han contagiado al último adiós. Ahí está la tendencia de convertir las cenizas del difunto en una joya o esparcirlas en un lugar significativo como última voluntad.
La Santa Sede ha aprobado la instrucción Ad resurgendum cum Christo para reivindicar la sepultura como un gesto que expresa la fe y la esperanza de la Iglesia en la resurrección. La nueva norma determina depositar los restos, incinerados o no, en un lugar sagrado para favorecer además el recuerdo y la oración por el difunto, amén de evitar prácticas irrespetuosas o supersticiosas. Para ello, la instrucción insta a negar las exequias al difunto si no se le entierra.
En una sociedad identificada como cristiana pero con un descenso notable en la práctica religiosa, aplicar esta disposición concreta requiere una labor catequética exquisita, si se busca hacer entender el verdadero espíritu de la norma y trascender la tertulia de rellano del “todo vale”. Solo una urgente tarea pedagógica permitirá anticiparse a episodios de tensión que pudieran darse en un momento tan delicado como el del último adiós.
Publicado en el número 3.009 de Vida Nueva. Ver sumario
LEA TAMBIÉN:
- VATICANO: Entonces, ¿puedo incinerarme? ¿Y qué hago con mis cenizas?
- VATICANO: Las cenizas de los difuntos en el cementerio, no en el hogar (solo suscriptores)
- VATICANO: El coste de la muerte (solo suscriptores)
- EDITORIAL: La pastoral del adiós
- A FONDO: Pastoral del tanatorio: última oportunidad con los alejados
- PLIEGO: Decálogo de vida en la experiencia de muerte
- PLIEGO: El sentido de la muerte