Editorial

Participación política, pero sin partidos

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Publicado en el nº 2.694 de Vida Nueva (del 6 al 12 de febrero de 2010).

La cuestión sobre la posibilidad de crear un partido político netamente confesional en España no es un tema baladí ni un asunto resuelto. De vez en cuando surgen opiniones diversas que avivan el debate. Desde que el actual sistema democrático español entró en vigor con la Constitución de 1978, se han hecho vanos intentos en este sentido. Los primeros, en los albores del período democrático, iban encaminados a formar un grupo político afín a la Democracia Cristiana que en otros países europeos tenían su significación. El momento histórico del pueblo español lo desaconsejaba.

La Iglesia había tenido un papel protagonista en la configuración y mantenimiento de la dictadura que fenecía y consideró más oportuno contribuir a la transición política renunciando a la creación de un partido de cuño confesional, pero invitando a los cristianos a vivir su fe también en la práctica política, como un servicio al bien común. Lo que urgía era la reconciliación nacional.

Han pasado más de tres décadas y el debate reverdece frecuentemente. Continúa debatiéndose la forma en la que los cristianos deben estar presentes en la vida pública y hay quienes piensan que, una de ellas, debe de ser mediante la creación de un partido político. Los documentos conciliares, el magisterio pontificio y la postura del Episcopado español durante la Transición fueron claves y ofrecieron abundante luz en este delicado asunto en el que la Iglesia y el Estado han de contribuir al bien común, desde una sana independencia. Lo que se ha dado en llamar la “autonomía de las realidades temporales”.

En los últimos años, el debate vuelve a la opinión pública y publicada, no ausente de intencionalidad. Abundan planteamientos que buscan una justificación doctrinal e, incluso, se han dado algunos pasos, aún titubeantes, que al final no han prosperado. Para muchos, “las uvas estaban aún verdes”. Mientras tanto, la Jerarquía no ve con malos ojos la organización de corrientes internas dentro de los propios partidos, como es el caso del PSOE, en donde se inscribe el grupo Cristianos Socialistas, o en el Partido Popular, en el que va cuajando un grupo más militante en sus postulados cristianos a la vista del variopinto panorama que ofrece el perfil de su masa electoral. En la entrevista que publica Vida Nueva con el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, se expresa su miedo a la creación de un partido político confesional, sin negar su legitimidad.

La autonomía que la Iglesia concede a las realidades temporales, expresada en el Vaticano II con una doctrina clara, merece ser recordada en momentos de cierta tibieza, cuando se atisban movimientos internos, apoyados por algún sector de la Jerarquía que considera que apoyando estas iniciativas se frena el sesgo laicista de algunos países europeos. Es hora de poner en valor la siempre nueva doctrina conciliar: valorar la grandeza de la vida política, denunciar sus excesos y corruptelas y alentar a los cristianos a trabajar por el bien común desde cada ámbito de la actividad política. No es necesario crear hoy partidos confesionales; sería un retroceso importante en la misma vida de la Iglesia y en su credibilidad.