Editorial

No alcanza solo con hablar

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Para hablar de Jesús es necesario hablar con el corazón en la mano

En muchas ocasiones escuchamos hablar a sacerdotes que parecen haberse resignado a no ser entendidos –y, a veces, ni siquiera escuchados–. Dicen “lo que tienen que decir”. Lo repiten desde hace tiempo, y parecen haber aceptado hace años que nunca se comprenderá su discurso. Como si fueran docentes sin entusiasmo a la espera de que se cumpla el tiempo para jubilarse, dando clases de temas que vienen repitiendo desde hace veinte años (o más), siempre con los mismos ejemplos, con las mismas láminas, con las mismas fotocopias…

Pero, si los alumnos en tales situaciones pueden “desconectarse” asumiendo los costos… quienes, misa tras misa, reciben un discurso que pueden predecir incluso antes de escuchar la primera palabra ‒que además no entienden, y, que, de entenderlo, no les interesaría‒ no pueden “desconectarse” y el escenario se vuelve patético. El que habla, lo hace resignado a no ser escuchado; el que escucha está mansamente dispuesto a perder ese tiempo y su sentido.

En su libro Hablar de Jesús, Jorge Oesterheld ofrece dos consejos muy concretos y precisos: “¿Cómo lograr ser escuchado en la homilía? Simplificando un poco, diría que para eso parece que hay solamente dos caminos: el primero, hacer un curso de oratoria que enseñe los trucos necesarios para captar la atención de la gente; el segundo, hablar con el corazón en la mano”.

Ante el primer consejo, basta ver la importancia que le dan en los seminarios y en las casas de formación sacerdotal a la comunicación en general y a la expresión oral en particular. ¿Es suficiente?

El Jesús de los evangelios es un comunicador nato, un buen orador, una persona cuya Palabra es eficaz “como la lluvia, que baja del cielo y no vuelve a Él sin antes empapar y fecundar la tierra” (cf. Is 55, 10-11). Basta leer los textos del Sermón de la montaña (Mt 5, 1-11) o el de Jesús enseñando a orar al Padre (Mt 6, 5-15) para comprobarlo. Ambos son dos muestras claras de la capacidad de oratoria y de la capacidad de empatía con la gente que lo escuchaba.

Por eso, siguiendo el segundo consejo de Oesterheld, si lo que se quiere es anunciar la Buena Noticia, solo se puede hacer desde el corazón: “Lo importante es que el que habla esté verdaderamente ahí, con toda la verdad de su persona”.

Los límites que la persona pueda tener a la hora de expresarse no son un obstáculo insalvable;  a veces son más útiles que las mejores virtudes. Hay curas extranjeros, con mucha dificultad para el idioma, que son más escuchados que otros que hablan claramente el español, pero sin pasión ni convicción.

Según se aconseja en Hablar de Jesús, lo que importa es que el tono, la postura, la actitud interior y exterior, sean los de alguien que vive con intensidad lo que está haciendo y no solamente que está convencido de lo que dice. El que habla no puede hablar con el corazón si no es capaz de ver y sentir la presencia valiosa y única de cada persona que tiene adelante. Y el que escucha no puede conmoverse ante alguien que habla como si el que está oyendo no estuviera allí.