Editorial

Los retos de la primavera árabe

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Hace un año que el mundo árabe vivió una auténtica revolución, una primavera que hizo tambalearse hasta la caída a regímenes autoritarios, a tiranos que habían secuestrado la libertad de sus conciudadanos durante décadas. Una revolución con efecto dominó que sigue su curso, con mucho por hacer.

Al hilo de este aniversario, Vida Nueva analiza en el presente número, de un modo realista, en qué momento se encuentra este cambio esperanzador, con especial atención a los cristianos que viven en estos países (de Egipto a Marruecos, de Siria a Bahréin y Yemen). Conclusión: hay luces y sombras, también retos.

Si bien es cierto que el proceso que han iniciado estas sociedades no tiene marcha atrás, también lo es que está dando paso –accediendo al poder– al islamismo militante. Circunstancia que no tiene por qué ser negativa; de hecho, puede favorecer que la democracia y los derechos humanos se conviertan, como afirma el Padre Blanco Mikel Larburu, “en la religión implícita”.

De lo que se trata es de que estas sociedades comiencen a diferenciar esferas, religiosa y civil; algo que tendrán que hacer si no quieren estancarse. Una de las cuestiones más delicadas será cómo enfrentarse al sentido que debe otorgarse a la charia, y a los islamistas más radicales, cuestiones que albergan todavía muchas dudas.

Y, en este contexto, la comunidades cristianas que están en estos países –algunas de larga tradición– viven a la expectativa, sin saber qué hacer o qué movimientos realizar. Sobre ellas pesan tres condicionamientos muy fuertes: la violencia que sufren por parte de los islamistas más radicales, no de todos; su poca homogeneidad, pues son muy diversos; al igual que sus posicionamientos ante cada situación.

La clave es que las esferas política y religiosa
puedan convivir sin entrometerse una en la otra,
más aún, ayudándose en esta transición
que iniciaron las revoluciones de hace un año.

Por ejemplo, en Siria se vinculan con el partido en el poder y Bachar al-Assad, mientras que en Egipto la situación es la contraria. En otros lugares, como Jordania o Palestina sufren entre los dos fuegos del conflicto palestino-israelí.

Al margen de cuestiones políticas, muy importantes de hecho, lo que se dirime en el mundo árabe es la conformación de sociedades democráticas en las que estará muy presente el hecho religioso. La clave es que las esferas política y religiosa puedan convivir sin entrometerse una en la otra, más aún, ayudándose en esta transición que iniciaron las revoluciones de hace un año.

Será un reto para el islam y sus fieles, pero también para los cristianos de estas tierras que, en este sentido, pueden acercar las experiencias que sus hermanos de Occidente –aunque aquí exista un cierto olvido de lo religioso– han tenido al respecto. Experiencias de convivencia en paz, también de pacificación; de derechos humanos, de justicia, verdad y libertad; de caridad y reconciliación.

Porque, no lo olvidemos, el gran testimonio que los cristianos debemos aportar, también en el mundo árabe, es el del amor al prójimo, reflejo del infinito amor de Dios al hombre.

En definitiva, el statu quo es de claroscuro, de trabajo a medio hacer, de retos… Siendo realistas, la transición en estos países se prevé larga después de tantos años privados de libertad, pero la situación es mejor que la de ayer y, esperemos, no tan buena como la de mañana.

En el nº 2.790 de Vida Nueva. Del 25 de febrero al 2 de marzo de 2012.

 

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