Editorial

Lo más delgado de la cuerda

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Los campesinos en regiones con la costa pacífica nariñense están pagando deudas ajenas. Sobre los cansados hombros de sus pobladores, indios, negros y mestizos recaen los daños que hace la fumigación de los cultivos de coca, la arbitrariedad criminal de los guerrilleros del ELN y de las Farc, la brutalidad fanática de los paramilitares y la insensibilidad del ejército. Las avionetas destruyen sus cultivos y afectan su salud; los guerrilleros les cobran impuestos en forma de vacunas; los paramilitares los hostigan y crean con sus listas de amenazados un clima de  terror y los militares aparecen dispuestos a sospechar de ellos con razón o sin ella.

La enumeración de estos males fue el tema de dos cartas que el obispo de Tumaco envió al entonces presidente Uribe, con la ingenua ilusión de que sus repetidas y públicas profesiones de fe significarían una sensibilidad suficiente para oír los reclamos de los más débiles. Las cartas nunca tuvieron respuesta y los atropellos continuaron por parte de unos y de otros.
Para ese gobierno (¿también para este?) tuvieron más importancia los beneficios económicos de las trasnacionales de la fumigación, que los males padecidos por la población. Agrava esa responsabilidad oficial el hecho de que los tumaqueños pagan  por la ejecución de una política antidrogas fracasada.
Todos parecen haberse conjurado contra los tumaqueños: guerrilleros, paras, militares y fumigadores, no porque la cuerda se reviente por lo más delgado sino porque los pobres a muy pocos importan, entre ellos el obispo de Tumaco, una voz que se levanta en su defensa, aunque sea en el desierto. VNC