Hay que estar atentos. Los acontecimientos que ha vivido Túnez, la nueva etapa que se vislumbra en el Magreb, las revueltas de Egipto y el miedo al efecto dominó en otros países del entorno tienen un sello de preocupación. Ya hay quienes apuntan a la necesidad de revisar el sistema internacional. Lo que falla es el sistema apuntalado en principios que parecen volverse obsoletos. La humanidad ha de buscar un futuro sobre nuevos principios.
A la crisis financiera siguió la crisis económica, después la del empleo y, ahora, la social. No es baladí cuanto ocurre en estos países mediterráneos, influidos por un modelo político y social que hace aguas. Hay que ajustar las agujas del reloj y empezar a buscar soluciones de cara a un futuro que se presenta inquietante.
En la base de todo están las condiciones de vida. Hoy los medios de comunicación están desarrollando un gran esfuerzo para acercarnos a las preocupantes realidades en que vive una gran parte de la Humanidad. La pobreza y la miseria, agudizadas por los efectos de la crisis global, están explotando socialmente y poniendo en un brete al sistema que los mantiene ocultos. La subida internacional del precio de los cereales repercute, sobre todo, en estos países de incipiente desarrollo. Los empobrecidos sienten que ha llegado su hora y no es fácil robarles el necesario protagonismo que demandan para ser escuchados.
Las revueltas a las que estamos asistiendo son la punta de un iceberg aún mayor: muestran una sociedad necesitada de una clase política mundial capaz de resolver sus problemas mediante la solidaridad en los recursos comunes, la dignificación de las personas, acudiendo a los tratados internacionales y a la Declaración de Derechos Humanos, tan nítida como olvidada.
En los acontecimientos que se suceden, hay que mirar debajo de la alfombra, porque la crisis iniciada es más profunda que la que a simple vista se ofrece.
Publicado en el nº 2.740 de Vida Nueva (del 5 al 11 de febrero de 2011).
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